Dos mil ciento cincuenta y tres
La humanidad acabó con sus recursos y su única esperanza de sobrevivir reside en viajar al pasado. Un cuento de Luis Alberto Ortega
La humanidad acabó con sus recursos y su única esperanza de sobrevivir reside en viajar al pasado. Un cuento de Luis Alberto Ortega
Por Luis Alberto Ortega
Puebla, México, 15 de mayo de 2021 [00:02 GMT-6] (Neotraba)
Estoy aquí, en el espacio, mirando hacia la nada mientras la nada me mira. Fría e imponente. Oscura y destellante. Gritándome a susurros que la extinción de la raza humana ya llegó. Mi especie estuvo advertida, pero nuestra mala costumbre nos hizo tratar de arreglarlo cuando la temperatura de la Tierra empezó a derretir los polos, inundar ciudades a la orilla del mar. No puedo sacarme esa imagen de la mente. Desde lejos, el único planeta vivo de nuestro sistema solar perece, el líquido vital transformando todo en un desierto acuático exterminando los bosques, ahogando edificios y montañas, acabando con los seres vivos. Aún veo a los niños sumergidos en sus llantos, padres buscando lugares para sobrevivir, personas rezando, aguardando el final. Los gobiernos poniendo en marcha planes de contingencia. Mi mundo se convertía en otro planeta precioso por fuera como Neptuno, pero dentro, todo era muerte.
Después de que el agua empezara su travesía por el Atlántico, nos reunimos en aquella sala enorme con monitores conectados a otros países. Los mejores astrofísicos estaban ahí para encontrar la manera de obtener una segunda oportunidad. Pero no mencionaron que no era la segunda, quizás tampoco la tercera, pues según la historia, el planeta anteriormente ya había sido cubierto por el líquido vital para reiniciar la vida y, tal vez, ahora no se iba a poder.
La tecnología ha avanzado mucho, Teresa, nos hemos basado en los estudios de Hawking sobre la expansión contante del cosmos. En teoría, al atravesar un agujero de gusano el universo se contraerá, es decir, creará un túnel hacia otro más pequeño, años atrás. ¿Me está diciendo que la solución a esta catástrofe es viajar al pasado como en esas antiguas películas de Hollywood? Repliqué mientras ignoraba los documentos que habían puesto frente a mí. Se han estudiado miles de estos fenómenos, hemos analizado su edad, tamaño y la profundidad, las sondas enviadas nos permiten calcular los años de viaje aproximados y cuánto tiempo se puede regresar. Doctora, me dijo acercando su rostro, hemos fallado innumerables veces, se han gastado miles de millones de dólares. Pero lo hicimos. El doctor Swont, proyectó en un holograma nuestro sistema solar, después lo amplió mostrando uno de los gigantes de hielo, Urano, y con un pequeño láser señaló un punto apenas visible. Éste es el agujero XYZ-501, permite viajar aproximadamente 230 años al pasado. Su punto de salida es justo aquí. Alejó de nuevo la imagen y la acercó al sol. Las aeronaves que se han enviado se destruían al salir porque no conseguían estabilizar el choque tan alto de temperaturas, mientras al entrar por Urano estaban a menos de doscientos grados bajo cero, al salir, éstos se multiplicaban más de seis veces provocando una explosión. Las últimas exploraciones confirman datos que hacen el viaje en el tiempo posible. El plan es volver y poner en marcha tu iniciativa, Un Planeta Sustentable.
Tragué saliva y pude sentirla por mi largo cuello. El estómago me daba vueltas como náuseas y ascos. Querían mandarme a esa expedición con una calavera como eslogan. ¿Por qué a mí? ¿Por qué estaba sola sin esposo ni hijos?
La iniciativa Un Planeta Sustentable, ¡una maravilla!, así la llamó la ONU, quien la aprobó de forma unánime y gané el Premio Nobel en 2145, consistía en puntos de extremo cuidado cuando se hablaba de intoxicar al planeta, por ejemplo, las empresas que contaminaban la atmósfera, debían contar con eliminadores de partículas, máquina de mi invención, es decir, los conductos que exhalaban los materiales radioactivos, exterminaban el gas antes de salir convirtiéndolos en un simple y mínimo efluvio blanco grisáceo sin riesgo de daño. Aquella empresa que trabajara sin ellos, debía cerrar de por vida, y también aplicaba para los desechos de residuos tóxicos al mar. El uso del vehículo restringido para distancias cortas, si intentaban hacerlo, permanecía encendido hasta cumplir el kilometraje autorizado, sin mencionar que quedaba un registro y el carro era decomisado. Inversión en energías renovables, más campañas de planta un árbol, aumentar el tratamiento del agua. El uso de componentes químicos controlados por el gobierno, entre otras grandes cosas que le darían a la Tierra más de quinientos años contra lo que se había estimado en el siglo XXI.
— Acompáñame.
— Estamos trabajando en una nave espacial resistente a las altas temperaturas del sol como el Tungsteno y el Titanio. Además de escudos térmicos y enfriadores automáticos de alta potencia. Dentro de algunos meses, Urano y nuestro planeta se alinearán, si aceptas, realizarás un viaje con un equipo liderado por el comandante Smith, en la nave Uris-XX. Debes ir ahí, convencer a la gente de quién eres y qué haces en esa época. Eres la clave, necesitamos que cambies la historia, o según la Paradoja del Abuelo, que arregles un universo alterno a éste.
Era un suicidio. Di un sorbo grande a la botella de agua, humedecí mis labios. Vi la aeronave tan inmensa como un rascacielos, pero tan abominable como caer de él. Moví mi fleco sosteniéndolo detrás de la oreja, vi mi piel erizarse, la sentí entrar en contacto con mi delgada blusa, un cosquilleo recorrió la espalda ante las miradas de la gente. Miré al doctor Swont, achaparrado, frente húmeda, canas parciales. Me veía fijamente con los ojos muy abiertos y la respiración entre cortada. Estaba un poco encorvado, cualquiera creería que no estaba seguro de lo que decía. Trataba de convencerme de arriesgar mi vida en una misión donde solo habían aventado simios al agujero como quien patea una pelota. No dejaba de repetir que posiblemente sus animales continuaban orbitando la Tierra en el siglo XX. ¿Qué probabilidad hay de que funcione?, pregunté, y su respuesta no me dejó opción.
— El sol no es el que se pone, Teresa, es la Tierra quien gira en torno a él.
La hibernación es una maravilla para no enloquecer tras meses de viaje. Ahora estaba mirando a Urano, sus delgados anillos y la posición inclinada lo hacía parecerse a una diana gigante, solo que verde y azulada. Pasamos cerca de Oberón, unos de sus satélites, sus cráteres eran poco visibles y su tamaño no era ni la mitad que el de la luna terrestre, era una como pelota de golf calcinada, cansada por el uso constante. El sol apenas si se veía como una estrella más, claro que su brillo opacaba a cualquiera. Me sentí insignificante, tan diminuta, vulnerable al saber que todo lo que estaba afuera de esas paredes metálicas podría matarme en cuestión de segundos.
Mira, Teresa, dijo el comandante, allá está el agujero. Eran miles de kilómetros de distancia, pero lo veía tan cerca. Lo rodeaba algo enorme, un anillo plúmbeo y brillante que se extendía y desaparecía tanto en el exterior como en el centro. Se tragaba todo cuan se acercaba. Un ciclo infinito. Era esférico, una bola de cristal mostrando la oscuridad que aguardaba dentro, o quizás, reflejaba la de afuera.
Al acercarnos lo suficiente, me estremecí. Estaba aterrorizada ante aquello que estaba por suceder. La nave empezó a temblar, las luces se apagaban y se encendían, todo tiritaba como si el miedo no supiera distinguir entre seres vivos y objetos. Vibraba como cuando pasabas por terracería en carretas de la época virreinal. Hasta que me sentí extraviada. Sola. Oscuridad absoluta. Tan silenciosa como una casa deshabitada en las afueras de la ciudad. No podía verme. Cuanto más nos aproximábamos, más mareada me sentía. No cerré los ojos, algo no me permitía hacerlo.
Fuimos absorbidos. Vi al exterior cómo la luz viajaba con nosotros por un túnel amplio e iluminado; antimateria y rayos intermitentes de múltiples colores atravesando el espacio-tiempo. Hasta que saboreé mi desayuno amargoso para llevarlo de regreso. Quería taparme la cara con las manos para dejar de sentir esa sensación, pero el cinturón y la fuerza gravitacional no me lo permitían. Las cosas empezaron a flotar, los sistemas de climatización dejaron de funcionar, las bajas temperaturas entraron, la nave advertía del peligro, pero incluso la voz artificial se quebraba, como si le tuviera miedo a algo que le era imposible comprender. Se escuchó un pitido intermitente, después otro distinto tan fuerte con luces rojas que parpadeaban, los asientos se movían tanto que parecían desmantelarse. Hasta que todo se apagó por completo pero no la vibración. Acabó conmigo en un desmayo perplejo…
Abro los ojos lentamente, veo a James que me ayuda a entrar a una aeronave pequeña que me enviará a la Tierra, recuerdo que sólo se usaría en emergencias. Trata de explicarme qué ocurre pero no logro comprender.
— La grav…del so… nos… astra.
Quiero volver en mí para entender. No lo consigo. Lo veo cerrar una puerta y seguramente presionará el mecanismo que me dejará caer al vacío.
Lo hizo. Los propulsores arrancan. Me alejo de la Uris-XX. Intento voltear a ver lo que ocurre pero no puedo, no hay manera, y aunque pudiera, la radiante energía luminosa del sol podría dejarme ciega, sin embargo la veo entrar, puede deslizarse y encenderlo todo, o ¿habrá sido una explosión? No lo sé, la cabeza aún me da vueltas. No puedo hacer nada. Estoy viendo nada. Nada me mira. ¿Sobreviviré? Una lágrima acude, se queda atrapada en el parpado, lo cierro para exprimir, se desliza un poco pero no encuentra la salida. Como yo, encerrada en estas paredes metálicas sin saber qué será de mí. Me pregunto si el comandante y su tripulación pudieron arrancar y ahora vienen detrás, o se los habrá comido el sol. No tengo idea. Debo respirar más despacio o me acabaré el oxigeno, ni siquiera tengo idea si alcanzará en este viaje de semanas. Aprieto la quijada, miro hacia arriba rogando que todo esté bien.
La oscuridad regresa mientras me alejo a una increíble velocidad. Estoy más calmada, sin mencionar perdida en un silencio asfixiante. Veo a Mercurio y a Venus a simple vista, probablemente la tierra sea aquel punto blanco que se vislumbra, solo espero que aún haya humanidad que salvar. Tengo una misión que cumplir.
¿Que lees, amor? Una novela de los años sesentas que me encontré de una mujer que salvó al mundo de la peor catástrofe jamás contada. ¿Cómo lo hizo? Preguntó la esposa sentándose en el césped fresco. Viajó al pasado, expuso lo que ocurriría dentro de doscientos años y el planeta tomó acciones de inmediato. Redacta que al principio la juzgaron como loca, fue a parar hasta el manicomio, pero su insistencia convenció a alguien que la ayudó a probarlo. Interesante, ¿puedo leer contigo? Claro.
¿Doctor Swont?, ¡se apellida como tú! ¿Por qué crees que llamó más mi atención? Siento que habla de mí.