Diario de un mata la cachimba
Brandon Vázquez nos pone al tanto de una reflexión sobre la poesía, haciéndonos ver cómo hemos olvidado la parte vital de la misma.
Brandon Vázquez nos pone al tanto de una reflexión sobre la poesía, haciéndonos ver cómo hemos olvidado la parte vital de la misma.
Por Brandon Vázquez
Xalapa, Veracruz, 18 de julio de 2020 [00:00 GMT-5] (Neotraba)
Los literaloides consideran la poesía como un hecho meramente lingüístico: palabras, tejido de palabras cuya combinación tiene nombre y apellido: la función poética del lenguaje. Esa es una postura, claro. Funciona para los tontos. Hay muchos ejemplos que sustentan esta proposición: obras completas. Pero he aquí la magia, he aquí mi guante blanco: en Juan 1,1 se dice: en el principio era el Verbo, y el Verbo ERA CON Dios, y el Verbo ERA Dios. Vaya, si todo Juan es una oda al lenguaje, a las palabras: «todas las cosas por él fueron hechas [es decir, por el Verbo como La Palabra]; y sin él nada de lo que es hecho, fue hecho» Hete aquí la respuesta de por qué los literatoides están equívocados: las palabras le dan forma y sustento al mundo tal y como lo conocemos.
Nunca ha pasado desapercibido el poder misterioso y mágico de las palabras como uno de los principios fundamentales del ser de las cosas. ¿La prueba? Trata de imaginar algo que no tiene nombre. ¿Puedes? Nombrar es invocar, recordar es nombrar y nombrar es invocar, e invocar es una palabra que viene del latín invocare y significa “apelar a un poder superior para que le ayude”. Hablar nos ayuda, nos permite expresar la subjetividad humana con inusual, increíble y sorprendente acierto. Valga cualquier ejemplo, helo aquí, dice Yaxkin Melchy:
«Mañana me muero y aunque mi vida se extienda por años sobre los trigales
por amaneceres sobre las ventanas
o minutos dentro de los pájaros
tengo esperanza en cada impulso de mis nervios
en las escaleras tras cada sueño que olvido
en este manifiesto:
Me siento tan mal de mis hábitos ya no quiero vivir en el amanecer»
Continuando lo anterior: por eso el poeta requiere de videncia, requiere abrir los poros para dejar entrar al mundo dentro de sí y transformarlo en palabras. Quiero decir, el choro de la poesía y el lenguaje y toda esa vaina, vamos, que no está mal. Si digo que es para tontos es porque sólo un tonto, un no iniciado en los Misterios, no es capaz de percibir lo Sagrado, la Fuente. En general, defiendo esta clase de fanatismo catalogable en ridículo o hasta religioso porque creo que la obsesión ha demostrado producir buenos resultados, obras maestras. Este fanatismo se refiere a no leer la poesía tanto como vivirla igual que si fuera un proceso alquímico producido en lo recóndito del espíritu.
De otro modo, hay poesía, poesías, para todos los gustos y para todas las posiciones, así como hay música de muchos géneros y para todas las sensibilidades. Pero yo te digo, si tú me preguntas a mí: si la poesía no es para la compositora o el compositor una experiencia mística, espiritual… mmm… ¡ilógica! Más allá de la propia razón y profundamente sensible… entonces, ¿para qué seguimos viviendo? En ese sentido, es como le gustaría al autor que uno entendiera el siguiente poema:
«Estar enfermo
también es estar vivo.
Espero la primavera»
Mira, te voy a explicar del porqué de mi postura tan radical sobre el fenómeno poético.
Escribir es una actividad que al igual que la masturbación, el sexo y sobre todo la meditación, requiere de nuestra total atención y concentración; no obstante, sólo como la meditación (a veces, con suerte, también como el sexo y sólo de milagro como la masturbación), la escritura puede contribuir a la elevación del alma al desprenderse del ego; de ahí que el haiku sea la forma poética por excelencia, tan incomprendida en occidente: ahí donde el poeta occidental ve un molde, el poeta japonés ve un proceso, completamente independiente y ajeno a toda conciencia literaria: a eso se refiere el haiku dô, el camino del haiku; y como este proceso de desprendimiento del ego, hay muchos otros: ahí tienes, por ejemplo, a Rimbaud, con su método para adquirir la videncia “a través del largo, inmenso y razonado desarreglo de todos los sentidos”.
Y, bueno, ¿con qué objeto? ¿Para qué hacer de la poesía vida y de la escritura una forma de meditación? ¿Para qué elevarse? ¿Para qué desprenderse del ego? Si quieres satisfacer a tu visión capitalista del mundo y tu necesidad de obtener un beneficio de todo, meditar sirve, simple y sencillamente, no voy a inventar nada, al menos para mi caso particular: para atravesar con el mayor estoicismo posible el duelo de la ruptura con mi Teresita linda.
Si terminas con tu novia, tal vez lo más recomendable sea que te pongas a escribir; pero al hacerlo, es menos importante si cometes errores o no que mantener la cabeza ocupada, concentrada: escribir es meditar, meditar es elevarse (según la tradición, en especial el Bhagavad Gita) y elevarse es estar más allá del placer y del dolor. Fin.
La otra es darse un acelerón de trueno verde, matar la cachimba como si no hubiera un mañana.
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Por eso yo escribivivo…