Por Rosana Ricárdez.
¿Sabes lo que es el miedo?
–Shhhh, ¿sabes lo que es el miedo?
–Estaba trabajando en el comedor, no era extraño dado que en el escritorio, junto a la cama, sucumbía al sueño así que… imposible. Necesitaba estar despierta y lúcida. Música a tono audible, a las once de la noche no se necesita gran decibel. Las horas pasaron. Escuché a una pareja conversar a la puerta de mi refugio. De hecho, distinguía las siluetas desde adentro. El departamento es pequeño y el vidrio de la puerta principal blanco, no, transparente, hummm… bueno, no es precisamente transparente, más bien es vidrio grano, inaccesible a la vista desde fuera o desde dentro. ¿Nunca los has visto? El caso es que distinguía las siluetas, escuchaba murmullos, si hubiera puesto atención me hubiera enterado de los detalles de la conversación. Que si Mary vino y se llevó las cosas, que su mamá no quería, que si Fabiola hizo la tarea, que si… Sin concluir el trabajo, me fui a la cama. Dormí lo que se dice normal. A la mañana siguiente, entresueño… a punto de despertar, mejor dicho, el forcejeo de unas llaves en la puerta me despertó, no era extraño poder escuchar en la madrugada las llaves de los vecinos y el esfuerzo de éstos al entrar, abrir la puerta y desparramarse en sus aposentos. (¡Menuda noche habrán llevado!) Pero se trataba de mi estancia. Era la misma voz, era él. Era ella. La pareja intentaba abrir mi puerta con unas llaves. No pudieron. Me acerqué con el menor ruido posible. Por debajo para no ser vista. Sólo levanté mi brazo y puse el seguro. Rápido y casi a ras de suelo intenté regresar. Se dio cuenta. Me erguí. Apresuré el paso. Dejó las llaves. Volvió a tomarlas. Abrió. Entraron. Allanaron. Corrí. Estoy adentro. Estoy afuera. Salí corriendo. Regresé. Me mataron. Tengo miedo. Están aquí.
–¿Sabes lo que es el miedo?
— — — — — — — — — — — — — —— — — — — — — —
Esas víboras que se muerden y se envenenan
Esas víboras que se muerden y se envenenan. ¡Uf! Por fortuna ni tu personalidad ni la mía se corresponden con esos patrones. Nada tienen que ver, claro, los encandilados celos que te profeso cuando estás lejos. O con las continuas llamadas que haces a mi teléfono cuando sabes que estoy con amigas. Ninguna relación tampoco con las constantes discusiones cuando estamos juntos. Ni con deseos infernales de que llames cuando estoy con amigos. Menos aún con las ganas que te dan ahorcarme cuando me empeño en ver el cine que me gusta. (No entiendo esa fobia contra la plástica asiática.) Tampoco con las ganas de matarme que me provocan los medicamentos que consumes. Seguramente ninguna relación con la fobia que te provoca el que me encante la cama. Ni la desesperanza que me invade cuando no llegas a la cita. Ni con la manía con que detestas los mosquitos. Más lejos está los celos que me dan tus libros. Más y más lejos la también fobia que te da que hable de ti con mis pacientes. De relación alguna carece con la rabia que te provoca el que te engañe. Quizá menos tenga que ver el pavor que me da cuando gritas. Más y más y más lejos está el odio que crece en ti cuando, imaginas, hablo de mi intimidad con los demás. Sólo tal vez podría haber una conexión con las agresiones cuando clavas tu mirada para que recule. Tal vez, de igual manera, con el chantaje que te hago cuando tras una discusión te pido protección. Los insultos de tu parte pasan de largo. Mis amenazas no son nada.
Nada de eso tiene que ver con nosotros. ¡Ay de aquellos por cuyos actos son delatados porque en estas palabras podrán encontrase! Celebro que ni tú ni yo estemos entre esas víboras que se muerden y se envenenan, se destruyen y se transforman y vuelven a ser lo mismo, y vuelven a hacer lo mismo.