Consolación para tiempos muertos.
Día 4 del dossier "Cuarentena de crónicas desde el confinamiento". Por Francisco Santoyo.
Por Francisco Santoyo Pérez
Ciudad de México, 29 de marzo de 2020 (Neotraba)
Los días de convalecencia aterran más por el ocio que por el sufrimiento físico que comportan. En los instantes cotidianos de inactividad buscamos formas de evadir la confrontación con la miseria interior. ¿Cómo se explica la abundancia de revistas deportivas y de chismes en las salas de espera, o que revisemos los comentarios a la última publicación en Instagram mientras estamos sentados en el retrete? Si enterarse de las estadísticas del Chicharito en la MLS o del nuevo capricho de alguna Kardashian es una señal de la pésima condición de nuestro umbral al pavor al ocio, ¿cuánto más se agravará la situación en cuarentena? Ya no son unas pocas decenas de minutos las que nos orillan a distracciones fáciles, sino días que se vuelven más pesados e invisibles conforme ocurren.
En La avería del virus, que Luigi Amara publicara a propósito de la gripe porcina, su autor sugería que la ocasión de reinventar una nueva forma de relacionarnos y de vivir había sido desperdiciada; el tiempo libre se diluyó en un enclaustramiento que no provocó cuestionarnos nuestros más hondos malestares. Se supone que Huxley dijo que la única lección que nos es lícito extraer de la historia es que nada aprendemos de ella; pues bien, es más que improbable que extraigamos nada trascendente de la actual crisis sanitaria (que en el fondo, como ya se dijo, es la inveterada crisis de no saber qué hacer con el uso de nuestro tiempo). De modo que no queda más que avocarse al cultivo provechoso del propio tedio.
“Si no fuera por los artistas, ¿cómo pasarías la cuarentena?”, inquiere una publicación de Facebook. En el tono sentencioso de la pregunta yace la preconcepción generalizada de que el artista es un cirquero, más o menos refinado, que esculpe y da sentido al aburrimiento del público. En la normalidad, molesta la manutención de individuos que, salvo casos de excepción, no contribuyen en nada a la sociedad. Mas llega el apocalipsis y la única forma de eludir al jinete de las pandemias son las obras completas de un clásico o la programación del canal público de la ciudad. No es de extrañar que la pregunta obtuviera cientos de reacciones y comentarios favorables. La masa, arrepentida, levanta al infamado borracho del pueblo, le da abrigo, mendrugos y un techo en tanto suceden la fase dos, la tres y las que vengan. Simultáneamente, cientos de empresas sin rostro pretenden humanizarse con libros, música o películas y series a libre disposición de cuantas voluntades vencidas por la inanidad haya. Fraternidad capitalista: fingir buena consciencia para maquillar la fetidez de los cadáveres.
Podría recomendar una lista de productos de entretenimiento. Las opciones para evadirse de sí mismo jamás han sido tan numerosas como en la era de la tecnología. Nadie conoce mejor los vacíos de nuestro interior que los buscadores y los algoritmos de Google. Recorremos el muro de Facebook y aparece un comercial o una sugerencia de amistad a la medida de nuestro interés. Sin saberlo, todos ya estamos condenados a las distracciones de las que echaremos mano mientras el coronavirus prospera o es vencido aquí y allá. Algo casi tan grave como el destino, pero más perverso, hace que el lector de cualquier escrito en la red no haya tenido otra opción que tropezar con él en el preciso momento en que lo hace.
Una crónica sobre el transcurso de la vida entre muros no puede ser sino un registro del discurrir de la consciencia. Y si bien sería útil que compartiera maneras para atrofiarse el cerebro con menos de cuarenta y dos metros cuadrados disponibles, mi interés es más modesto. A continuación, seis citas (el número es arbitrario). Acaso sirvan a quienes teman por la enfermedad, la muerte o la soledad; y no necesariamente para que se convenzan de su verdad, sino para que los rumien y tengan algo para meditar. De no auxiliarles, al menos no habrán perdido su tiempo en videos de sujetos que lamen retretes o de celebridades quejiques encerradas en sus mansiones.
«Pero además, ¿para qué impedir a la gente que se muera, si la muerte es el final normal y legítimo de todos? ¿Qué cambia si un triste comerciante o un funcionario vive cinco o diez años más? Incluso, si consideramos que el objeto de la medicina está en que los medicamentos alivien los sufrimientos, salta sin querer la pregunta: ¿para qué aliviarlos? En primer lugar se dice que los sufrimientos abren al hombre el camino de la perfección y, en segundo lugar, si la humanidad aprendiese de verdad a aliviar sus sufrimientos con pastillas y gotas, abandonaría definitivamente la religión y la filosofía, en las cuales ha encontrado hasta ahora, no sólo protección ante todo género de desgracias, sino incluso la felicidad. Pushkin, antes de morir, padeció terribles sufrimientos; el pobre Heine se pasó unos años paralítico en la cama, ¿por qué, entonces, no pueden enfermar un Andréi Yefímich o una Mitriona Sávishna cualquiera, cuyas vidas no tienen sentido y estarían vacías por completo, como la existencia de una ameba, a no ser por los sufrimientos?»
-Antón Chéjov, El pabellón número 6
«La enfermedad es perfectamente humana –replicó de inmediato Naphta–, pues ser hombre es sinónimo de estar enfermo. En efecto, el hombre es esencialmente un enfermo, pues es el propio hecho de estar enfermo lo que hace de él un hombre; y quien desee curarle, llevarle a hacer las paces con la naturaleza, «regresar a la naturaleza», cuando, en realidad, no ha sido nunca natural, –todos esos profetas de la regeneración del cuerpo, los alimentos crudos, la vida naturista y los baños de sal, en cierto modo herederos del pensamiento de Rousseau–, no busca otra cosa que deshumanizarlo y animalizarlo. ¿Humanidad? ¿Nobleza? Lo que distingue al hombre de todas las demás formas de vida orgánica es el espíritu, esa esencia tan sumamente desvinculada de la naturaleza y que se siente tan opuesta a ella. Es, pues, en el espíritu y en la enfermedad donde radican la dignidad del hombre y su nobleza. En una palabra, el hombre es tanto más humano cuanto más enfermo está; y el genio de la enfermedad es más humano que el genio de la salud».
-Thomas Mann, La Montaña Mágica
«Todos los seres del mundo poseen una naturaleza común; y quien, habiendo comprendido esta universal unidad, lo considere todo bajo esa igualdad, tendrá a los cuatro miembros y a los cien huesos de su cuerpo por polvo y basura, y verá la muerte y el nacimiento, el principio y el fin, como el alternarse del día y la noche, y así ya nada le podrá perturbar».
-Zhuang Zi
«Todos nacen con un dogal al cuello; pero sólo cuando se sienten atrapados por la súbita y vertiginosa rueda de la muerte, echan de ver los mortales, los solapados, sutiles y omnipresentes riesgos de la vida. Y si usted fuera filósofo, no sentiría, en el fondo, ni una pizca más de terror sentado en una ballenera, que cuando, al atardecer, reposa junto al fuego hogareño, manejando, no ya un arpón, sino un atizador».
-Herman Melville, Moby Dick
«Ha de tener, quien pueda, mujer, hijos y bienes; mas sin atarse a ellos de forma que su destino de ellos dependa. Hemos de reservarnos una trastienda muy nuestra, libre, en la que establezcamos nuestra verdadera libertad y nuestro principal retiro y soledad. En ella se ha de tener ordinaria charla con uno mismo y tan privada que ninguna relación o comunicación extraña halle en ella lugar; discurrir y reír allí como si se careciera de mujer, hijos y bienes, escolta y criados, para que cuando acaezca el momento de la pérdida, no sea nuevo para nosotros prescindir de todo ello. Tenemos un alma capaz de volverse sobre sí misma; puede hacerse compañía; tiene con qué atacar y con qué defender, algo que recibir y algo que dar; no temamos languidecer en esa tediosa soledad».
-Michel de Montaigne, Ensayos I
«Tener compañía, aun cuando sea de la mejor, no tarda en dar pie al fastidio y a la dispersión. Me encanta estar solo. Jamás hallé compañía que me acompañara tanto como la soledad. Casi siempre estamos más solos cuando andamos entre la gente que cuando permanecemos en nuestras habitaciones».
-Henry David Thoreau, Walden
Francisco Santoyo Pérez (1992) estudió filosofía en la UNAM. Textos suyos han sido publicados en diversas revistas literarias. Asiste al taller de creación literaria del Faro Indios Verdes.