Chico Trujillo
Uno es consciente del alma que posee cada uno de esos instrumentos al ser ejecutados en vivo por sus músicos. Una crónica sobre el concierto de Chico Trujillo en Monterrey, por Clars

Uno es consciente del alma que posee cada uno de esos instrumentos al ser ejecutados en vivo por sus músicos. Una crónica sobre el concierto de Chico Trujillo en Monterrey, por Clars
Por Clars
Monterrey, Nuevo León, 17 de abril de 2025 (Neotraba)
Cómo detener el impulso por sobre la pesadez del cuerpo. Te despiertas de un solo golpe, hay una canción en tu cabeza, la última vez que los miraste en vivo, hace poco más de un año, también estabas agripada. El camino a casa se tornó sangriento. Hemorragia nasal.
Y si no fuera persiguiendo todo, me calmaría y te diría cómo. Hacer de esta normalidad una terraza donde estar y desde allí abrir los ojos al mundo. Chico Trujillo se adhirió a ti un día de la nada. De por sí te has enajenado a la cumbia y a apreciarla en todas sus formas. Las cumbias y sus melodías son de gozadera pero hay cumbias que uno padece entre sus mismos bailes, ritmos y contoneo.
A punto de bajar del camión miras a un viejo esperando que salgas para abrir un latón de Victoria que trae envuelto en una bolsa negra para que nadie pueda darse tinte y peinarse con el conductor. De lo único que me voy a ofender es de que no me invite un trago Don, le dices entre risas.
Al descender sobre avenida Pino Suárez reconoces cada alcantarilla sin tapa a tu paso. Una que otra tiene algún señalamiento que los mismos vendedores ambulantes o comerciantes alrededor han montado por seguridad. Tus audífonos siempre exceden los niveles recomendados de sonido por el dispositivo. Es que levitas entre cumbia. Procuras al cruce mirar de un lado a otro y la música no para. Le tocaba el arranque, ¡Y nada! Yo le daba manivela, ¡Y nada! Le buscaba por abajo, ¡Y nada!
La espera siempre es un suplicio. No hay nada que se pueda hacer, las acreditaciones de prensa son temprano, toca soportar unas tres horas a la espera de la banda. Le pides a tu amigo Roberto que te aparte lugar adelante. Al ingresar, la valla está repleta, ya se han enganchado a ella varios de los asistentes. Medir un metro setenta y cinco concede una que otra ventaja y desventaja.
Frente a ti hay una morrita, le calculas unos diecisiete años, acompañada por su madre. Aferrada a la barricada, con una energía salvaje contenida en la liviandad de su cuerpo adolescente. A su lado izquierdo un bato que te rebasa por mucho en altura, con una niña de unos ochos años y una mujer. Supones que deben ser familia, su esposa e hija.
Al destapar el escenario la morrita que viene con su mamá tira un grito agudo y ensordecedor. Sobre el escenario ya están los nueve músicos y a los pocos minutos aparece Aldo Asenjo “Macha” entre ellos. Con esa barba blanca prominente, de gafas, un bucket hat negro, con una jersey colorida del FC St. Pauli ft. Bloque Depresivo, en pants y unos Adidas.
Aplaude, se mueve de un lado a otro, su baile es contagioso, y esa voz te induce al descontrol. La ferocidad de la noche se acrecienta conforme avanza el repertorio. Es que hay entre cada canción unos ritmos que los metales disparan con brusquedad y no hay ser que pueda resistirse. Bien ensamblados. Todos bailan. Saltan. La morrita delante tuyo no para.
Su madre la graba, procura hacerlo por la espalda para alcanzar a captar a la banda en el escenario. Piensas de qué forma la encontraron esas canciones. ¿Qué? ¿Quién? ¿Cómo? Te parece imposible que puedan circular en ella esos ritmos con tanta efusividad.
La mamá de la niña pequeña le pide ayuda a su esposo para cargar a su hija encima de sus hombros. De inmediato una jovencita que está de seguridad al pie del escenario les pide que la bajen. Que hueva, piensas. A nadie nunca le ha hecho daño que los morritos vayan encima de los hombros de sus padres en los conciertos. Y los que se quejan no están preparados de verdad para saborear un buen desmadre. Hizo varios intentos por subirla, en todos le pidieron que la bajara. Su padre está pegado a la barricada y no deja de aplaudir, ella mira por entre las rendijas de la barricada, su madre, detrás de ellos, baila.
Baila con los ojos cerrados. Bien apretados. Despreocupada del entorno. La música en vivo es palpable. Podrás estar atrás, adelante, a la mitad, sentado, de pie, acostado o al baile. Uno es consciente del alma que posee cada uno de esos instrumentos al ser ejecutados en vivo por sus músicos. Ella lo saborea, a su antojo, ni siquiera tiene esa necesidad de tomar la mano de su acompañante, solo la de su hija, de vez en cuando, quien ya ha aprendido bien a desenvolverse sin preocupación del qué dirán.
¿Tú bailas? Te preguntó Fede un poco antes del show. Lo intento, le respondiste. Es que el cuerpo simplemente se deja llevar. Eso ya es bastante, te respondió. Mas no te diste oportunidad de hacerlo. Te gustaría ser más fan, más como antes, más desinhibida. Lo disfrutas igual detrás de la lente o el móvil a la hora de generar contenido. Te gustaría gritar las canciones y terminar afónica. Loca, loca, loca. Te volviste loca y disparaste frente a mí. Que te habías enamorado hace unos años sin decirme nada.
“Loca” comienza al coro de los asistentes, recio, fuerte, a la par de Macha en el micro y el ímpetu de cada uno de los integrantes de Chico Trujillo. Me muero por saber qué pasó contigo. En todos estos años en que no nos vimos. Me muero por saber qué pasó en tu cama. Necesito esa cara de vul-ga-ri-dad. Es una de esas canciones acaloradas que te estremecen. Algunos de los asistentes desdoblan una manta blanca con la leyenda en letras negras: Hartas gracias por tanta cumbia. “Cumbia al que lo lea”. La avientan al escenario y Macha la detiene por unos segundos.
Es imposible grabar y sostener la cámara para hacer fotos, se atraviesan un montón de manos por todas partes. La morrita no ha dejado de brincar ni por un segundo. Sientes su fuerza al impacto con el suelo. Eso no te da problema, al contrario, a pesar de los golpes involuntarios que te ha propinado, disfrutas la velada a través de ella.
Al reconocer el intro de esa canción tan tuya que dice: Prepararía, de manera especial, un recorrido por Santiago o por Rumié. En las cosas simples de entenderse hay tantas cosas que no entiendo. Y si no vienes, vienes a buscar. LO QUE NO TIENE PRISA SE DEMORA EN ALCANZARTE.
Procedes a grabarte, cantarle al móvil, y descubrir camino a casa que tu mirada es ese video es otra, que tus ojos tienen un brillo distinto, que aún miras ilusionada por sobre las figuras luminosas en el escenario que, si no bailotean tus piernas, bailotea tu corazón. La cumbia de Chico Trujillo te ha colmado de mil años de vida sin necesidad de sangrar, como la última vez.
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