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Nuevo León, 4 de septiembre de 2024 (Neotraba)

A los perros les gusta olerse el trasero. Es una actividad que practican por muchas razones, pero, sobre todo, para socializar. Olfatean recíprocamente su ano para conocer la salud del espécimen que tienen enfrente, su nivel hormonal, su posible compatibilidad sexual. Luego de miles de años de evolución, el olfato de los perros es al menos cuatrocientas veces más poderoso que el de los humanos, por eso lo utilizan para rastrear, saborear e interactuar. Dejan su estela de orina en las calles para que otros perros sepan que pasaron por ahí y les comunican diferentes datos: edad, peso, salud, incluso tamaño, por eso los machos levantan la pata al orinar: para aparentar mayor envergadura.

En la novela Mira lo que tengo (2014), de José María Valtueña, el perro Bobi gusta de oler el trasero de una jovencita de dieciséis años que lo enseña a comer chocolates directamente de su vagina, a lengüetearle la vulva y a penetrarla en una posición por todos conocida: Doggystyle. Texto polémico que pertenece a la colección la sonrisa vertical de la editorial Tusquets[1]. La obra narrativa explora una forma de vivir la sexualidad que para algunas personas es un abuso, para otras una depravación y algunas piensan que es una práctica deleznable que debiera castigarse: el epítome del abuso humano contra los animales. La zoofilia es un tema tabú en la actualidad y, en realidad, durante toda la historia. Es más fácil leer textos acerca de masoquismo, de sadismo, sobre orgías, necrofilia, coprofagia y otras prácticas genitales, pero cuando se trata de un relato que describe con pasión, porque eso hace Valtueña, el placer sexual que una jovencita recibe de su perro, e incluso lo entrena para eso, en el lector despierta morbo, repugnancia y sonrisas.

Mira lo que tengo no es la crónica real de una adolescente española que disfruta su sexualidad con un can; es una ficción. Es decir: no existe. Lo advierto antes de que los paladines de lo políticamente correcto intenten censurar el discurso literario de Valtueña. No obstante, lo que narra el autor podría ser el día a día de las personas que tienen esta parafilia. Aunado a ello, quizá es más incómodo que el texto narre la relación entre una jovencita y un perro. Quizá si fuera al revés: un hombre con una perrita pasaría a ser un retrato literario más o menos similar a los que hizo Édouard-Henry Avril (1849-1928) en sus pinturas de seres humanos con cabras. Pero al ser una jovencita con un macho pastor alemán y descrito por un autor varón el escándalo y la carga de contrariedad se elevan a niveles alarmantes. Es una superposición de discursos de dominación: el sometimiento especista del perroal sapiens, y el discurso machista que utiliza a una adolescente ficticia para proyectar pasiones perversas. El placer del poder.

Junté los dos sofás por la parte de los asientos, hasta dejar el espacio justo que me permitiera introducirme en medio, y coloqué una silla para cerrar el pasillo, con el respaldo hacia donde iría mi cabeza. Así sería imposible que se confundiera. Gateando me metí dentro y quedé encajonada como una de aquellas reses, dispuesta a esperar su hierro, y ya mentalizada para recibirlo ardiente. (…) Bobi apareció enseguida. Subió de la cocina como una bala perdida. Y aun así me encontró. (…) Lo que allí le esperaba era un pedazo de carne enlatada. Era mi carne dispuesta a ser degustada desde una única abertura que mandaba directamente a la que, entre mis piernas, comenzaba a palpitar. Porque llegué a sentirme carne, solo carne, toda carne, y nada más que para Bobi; y eso, lo noté al instante, como que me excitaba más de la cuenta. (Valtueña, 103)

La historia de Europa, y no solo su historiografía literaria, está atravesada por relatos zoofílicos que tanto la literatura, la pintura[2], la escultura[3], y en menor medida el cine[4], han representado a través del tiempo. El mismo nombre del continente europeo proviene de un acto zoofílico: el rapto de Europa por el toro blanco. También tenemos el mito de Pasifae que mandó a Dédalo construir una vaca de madera para que, engañado con la inventiva humana, el Toro de Poseidón la penetrara a través del disfraz engendrando con su semen al Minotauro.

La zoofilia en el mundo griego, la llamada cuna de la civilización occidental, aparece en bastantes mitos como el de Leda y el Cisne, donde el bestialismo recae en una figura sutil y estética, un cisne, en detrimento del poderoso toro, símbolo de brío sexual, que impera en las dos anteriores[5]. Por lo tanto, el personaje de Alicia, protagonista de la novela española Mira lo que tengo, no plantea nada nuevo para las letras del viejo mundo. Al contrario, parece emular una tradición donde la sensualidad se enfoca en figuras animales orgásmicas para algunos seres humanos. Es de destacar que la postura con la que Alicia invita a Bobi a penetrarla es sugerentemente similar a la de Pasifae al ser fecundada por el toro.

Si hiciéramos un recorrido por los ejemplos literarios europeos que tocan el tema del bestialismo indudablemente mencionaríamos a los sátiros, seres mitad cabra mitad humano, cuya potencia sexual gustaba satisfacerse lo mismo con mujeres que con cabras. Un comportamiento lujurioso que le valió al dios Pan, un sátiro, convertirse en la figura del demonio para el cristianismo. El priapismo de estos seres me hace pensar que quizá la entrevista que tiene el Sr. Tumnus con la pequeña Lucy Pevensie de Las crónicas de Narnia no fue tan inocente como se describe. Como sea. La tradición grecolatina es el sustrato de donde Apuleyo sacó sus ideas estéticas para que en su conocida obra El asno de oro describiera otra relación bestial donde un burro penetra a una mujer que paga por disfrutar el falo del animal.

Hubo en el círculo de mis admiradores una señora distinguida y de gran posición. Pagó como los demás para verme y se quedó encantada de mis múltiples monerías; insensiblemente pasó de la constante admiración a una increíble pasión; sin poner remedio a su extraño capricho, cual Pasifae, pero enamorada de un burro, suspiraba ardientemente en espera de mis abrazos. (Apuleyo, 364)

Y continúa:

Ella entonces se despoja de todas sus vestiduras e incluso del sostén que sujetaba su hermoso busto femenino (…) Me cubre entonces de tiernos besos, pero no como los que envían las prostitutas en los lupanares para mendigar moneditas o rendir a clientes reacios a pagar; no, al contrario, eran besos de verdad y desinteresados, acompañados de las más dulces palabras. Como “Te amo” (…) Luego me cogió por la brida y le fue fácil hacerme acostar de la manera que me habían enseñado. (…) Pero estaba vivamente angustiado; me daba verdadero horror pensar cómo podría acercarme con tantas patas y de tan notables dimensiones a tan delicada criaturita. ¿Cómo abrazarían mis duros cascos aquellos miembros tan transparentes, tan tiernos que parecían hechos de leche y miel? (…) aunque la lujuria consumiera sus miembros hasta las uñas, ¿cómo podría una mujer resistir una unión tan desproporcionada? (Apuleyo, 365)

Es innegable la tradición zoofílica en los relatos europeos, misma que José María Valtueña continúa con la descripción de las relaciones sexuales entre Alicia y Bobi. Otro ejemplo que desconoce la cultura popular, pero igual lo difunde masivamente es el del unicornio; un caballo blanco con un cuerno duro, de marfil, afilado símbolo fálico, en medio de la frente[6]. Según el pensamiento medieval europeo a los unicornios se les cazaba poniendo a medianoche a una joven virgen en medio del bosque. Era una trampa pues no existía otra manera de atrapar a esos ágiles caballos que atrayéndolos con la pureza y el olor de un himen. Quizá a muchos padres y madres de familia no les gustará saber lo que su ignorancia les ocultó al comprar los peluches de unicornio que cotidianamente se ven en las recámaras de niñas y adolescentes, pero la verdad duele: ese animal fantástico es el epítome de un violador[7].

Cualquiera estaría tentado a pensar que la visión moralista del cristianismo acabó, o al menos remitió, las crónicas bestiales. Nada más ajeno a la realidad. La partenongénesis mitológica de María es consecuencia de la fecundación a través de una paloma. Una paloma blanca, el espíritu santo, que inunda su vientre con la palabra de dios.

La zoofilia se encuentra incluso en los cuentos clásicos europeos como Caperucita Roja donde un lobo feroz se come física y simbólicamente la inocencia de una niña tal como sugiere Perrault en la moraleja del cuento; La Bella y la Bestia, de Gabrielle-Suzanne Barbot de Villeneuve, porque Bella decide ser la pareja de un ser mitad humano mitad jabalí; o las fábulas “La gata cambiada a mujer[8]” y “El león enamorado[9]”, ambas de Jean de La Fontaine.

Ya sea que analicemos estos textos, y cientos más, con una visión moralista o estética lo cierto es que en la sexualidad humana no existen límites. El único límite es que ambas partes, o todos los participantes en caso de ser invitados orgiásticos, estén de acuerdo en lo que practican. Y de ahí se desprenden las preguntas que plantea la novela Mira lo que tengo: ¿Los animales están de acuerdo? ¿También sienten placer en mantener coitos interespecie o son víctimas de una explotación que trasciende las formas con las que los sapiens los someten cotidianamente? En el bestialismo ya no solo son animales de carga, fuente de proteína cárnica, vigilantes o un enorme etcétera; con la zoofilia se convierten en instrumentos de un tipo de placer sexual egoísta y antropocéntrico. A muchos esta pregunta resultaría necia o fuera de lugar. Pero dado el número cada vez más elevado de personas que viven la fantasía de ser animales sexualizados y se disfrazan de perros, caballos, toros, conejos, etc., el debate está más abierto y evidente que nunca.

Los furros gozan de la libertad que antaño los romanos más depravados no tuvieron: salir a las calles mostrando a todos su parafilia favorita. Está tan difundida esta subcultura en el plano social que incluso grandes editoriales como la italiana Panini aprovecharon esta apertura sui géneris para publicar novelas gráficas como Contra Natura (2019), de Mirka Andolfo, donde puede observarse en las viñetas a una cerda hipersexualizada penetrada reiteradas veces por un lobo y un león. Ni qué decir de los videos, imágenes y series que abundan del tema[10].

La zoofilia, del griego zoo (animal) y philia (amor), es un tema tabú en la actualidad y, en general, durante toda la historia. Encontramos ejemplos de esta práctica en Francia en el ensayo Crímenes sexuales. Desde el Renacimiento hasta el Siglo de las Luces (2006), de William Naphy, cuyos registros están incompletos debido a que, según el autor, estos hechos se desarrollan con más frecuencia en el medio rural que en el urbano y por tanto el registro, al menos en siglos anteriores, es deficiente o casi nulo. Pero eso no impide que algunos juicios con sus correspondientes sentencias llegaran a nuestros días como el del joven Francois a quien encontraron:

detrás de una yegua con la ropa levantada y muy excitado. El testigo esperó unos momentos preguntándose qué hacer y vio a Francois parado de puntas y haciendo todos los movimientos adecuados para consumar su acto pernicioso…” (Naphy, 238). Caballos, vacas, mulas, cabras, perros… los mismos animales que aparecen retratados en las novelas, poemas y dramas eróticos escritos y editados al norte del mar mediterráneo. Lo que sugiere que esta desviación sexual está muy difundida entre los habitantes de Europa.

En conclusión, después de este breve pero fructífero repaso por la literatura zoofílica del viejo continente, la propuesta de José María Valtueña ya no parece tan extraordinaria en el sentido de que no es innovadora, más bien parece una narrativa dentro de los límites de la tradición europea que describe el gusto sexual humano por los animales: el velado, pero nunca superado, placer interespecie[11].

Yo estaba desnuda. Desde el asiento del sofá Bobi me olfateó tomándose su tiempo, reconociéndome: mi espina dorsal, mis pompis, mis caderas; me lamía toda, a la vez que me masajeaba con sus almohadillas en puntos inesperados, pero no encontraba el sitio apropiado para bajarse y poder montarme (…) Necesitaba que me llenara, cada vez lo ansiaba más. Había iniciado el experimento para que Bobi aprendiera a localizarme, y la que descubría sensaciones nuevas era yo. Me dolía en lo más acogedor de mi sexo, que palpitaba deprisa, muy deprisa por fuera, pero también por dentro, contrayéndose, para intentar abarcar… (Valtueña, 105)


[1] Y que recuerda bastante al caso de la joven francesa Claudine de Culam que vivió de 1585 a 1601. La chica pereció en la hoguera acusada de tener encuentros carnales con su perro.

[2] Leda y el cisne, de Pedro Pablo Rubens

[3] Pasifae, de Óscar Estruga

[4] La Bête (1975), de Walerian Borowczyk

[5] “Fue la misma Leda quien se unió a Zeus en forma de cisne en la orilla del río Eurotas, y que puso un huevo del que salieron Helena, Cástor y Pólux. (…) Esa misma noche Leda también había yacido con su esposo, Tindáreo.” (Graves, 229)

[6] Al respecto existe un poema bastante ilustrativo de la escritora mexicana Kyra Galván titulado Unicornio II: “Acaricié tu cuerno blanco y torneado / muchas, muchas veces, / porque lo amé como a tus patas nerviosas / con las que corrías y te adelantabas / mientras yo permanecía atrás, mirándote. / Siempre desaparecías / tras la espesa neblina de esos bosques / que me negaban el camino. / Entonces andaba llorosa y afligida / hasta que te encontraba después / y mi corazón saltaba de gozo al verte. / Celosamente acariciaba tu piel y tu cuerno. / ¿Por qué te desvanecías cuando te abrazaba? / Ingenuamente, te di nombre, imagen / y colgué en tu pecho un amor / que no te correspondía. / Porque nunca supe con qué te alimentabas, / si de mariposas o de musgos húmedos / o de corazones como el mío.” (VV.AA., 219)

[7] Leer Acechando al unicornio. La virginidad en la literatura mexicana (1988, FCE), selección y prólogo de Brianda Domeq

[8] “Un hombre locamente encaprichado de su gata, encontrándola hermosa, delicada y zalamera, con una voz dulcísima, llegó a estar más loco que los locos, y con lágrimas y ruegos, sortilegios y brujerías consiguió del Destino que una buena mañana su gata apareciese convertida en mujer. No esperó más el mentecato, y el mismo día hízola su esposa…” (La Fontaine, 37)

[9] “Un león de alta estirpe, al pasar por cierto prado encontró a una pastora de la que se enamoró al instante. Pidióla, pues, en matrimonio. Hubiera el padre deseado un yerno menos temible; dársela le parecía harto doloroso; negársela, poco seguro. Hasta fuera posible que ante su negativa una buena mañana se efectuara una unión ilegítima, pues, aparte de que la muchacha se inclinaba por los arrogantes, una doncella se encapricha fácilmente de un enamorado de hermosa cabellera…” (La Fontaine, 59)

[10] Por ejemplo, la japonesa Beastars (2019).

[11] Cabe mencionar que el arte oriental también tiene ejemplos de zoofilia en obras representativas como la pintura El sueño de la esposa del pescador, de Katsushika Hokusai, o algunas de las escenas retratadas en la obra de Toshio Saeki, representante del movimiento Ero-guro.


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