¿Te gustó? ¡Comparte!

Ciudad de México, 23 de marzo de 2025 (Neotraba)

Siembro mis pies en la tierra y la tierra se siembra dentro de mis pies, somos semillas, nos crecen raíces que brotan como flores bailarinas del viento. Nos sembramos en cada danza feroz del fuego que nos canta las canciones antiguas de mi madre y su madre, mi abuela, y su madre mi bisabuela, y su madre mi tatarabuela. Bailamos con los sonidos del bosque, el ulular de la abuela tecolote, el aliento del padre viento, la corriente de agua de la madre río, quienes nos acompañan en esta Luna llena donde nos reunimos en manada para aullar el dolor a nuestro astro que nos ilumina cuando todo se vuelve oscuro, entonces la oscuridad ya no nos asusta, es nuestra cómplice. Somos las criaturas de la noche que acechan esperando el momento justo para devorar al enemigo.

Rosario camina hacia la siembra para llevarle el almuerzo a su papá, apenas el Sol tiene pocas horas despierto pero ya la tierra está caliente. Rosario conoce cada parte del camino, las piedras, los árboles, los cerros que se ven a lo lejos y los escondites de los conejos y las serpientes. Lo ha recorrido desde pequeña de la mano de su abuela Rosita y ahora con doce años va sola, siempre bailando y cantando las canciones que su abuela le enseñó. Lunita Lunita, abrázame abuelita, Kúkuti bonita, te bailo a ti abuelita. ¡No vayas a tirar la comida por andar moviéndote como loquita! Le dice en broma y en serio su abuela que ya le conoce esa maña de mover las caderas todo el tiempo, al cocinar y limpiar, hasta cuando borda aunque esté sentada. No la puede regañar bien porque la maña le viene de familia, la tiene también ella y la tenía su mamá y la mamá de su mamá.

Se escucha el potente ulular de una tecolote color tronco de árbol, de ojos grandes, negros, amarillos y profundos que miran a Rosario desde un árbol de mango, un tecolote en la mañana es algo que no se ve a menudo porque a esa hora duermen esperando a que caiga la noche.

Aunque muchas personas les temen por ser disque de mal agüero, ella no se asusta, ya la conoce, hasta le puso de nombre doña Pía. Buenos días a usted también doña Pía, le responde Rosario regresándole el saludo y siguiendo su camino. Más adelante mientras Rosario disfruta del baile, la cantada y la hermosura del campo, escucha otro ruido, pero esta vez sí siente miedo, luego luego la piel se le pone chinita. Las hojas crujen bajo unas pisadas entre los árboles que circundan el camino, voltea rápido pero no logra ver nada. ¡¿Quién anda ahí?!, grita y nadie contesta. ¿Será un ánima? Mejor un muerto a un vivo, hay que tenerles más miedo a los vivos que a los muertos, como dice mi abuela, aunque ahorita preferiría que me saliera el mero chamuco. Así sigue buena parte del camino, escuchando de vez en vez las pisadas y sintiendo la presencia de alguien que le vigila los movimientos, hasta que llega a los sembradíos y agradece no haberse topado ni con el diablo ni con un vivo. Le entrega el almuerzo a su papá y se pone a trabajar. Al medio día parte de regreso para ir por la comida y volverla a traer. Antes de irse su papá le grita que no se vaya a quedar pendejeando por ahí.

¡Siempre pendejéandola!, cada vez que le escucha esa palabra se le hierve la sangre. Cuando recién se despierta le grita ¡ándale pendeja, a poner el nixtamal! ¿Cuándo hubo un día en el que no se parara a las cuatro de la mañana a moler el maíz, hacer el desayuno antes de ir a la siembra si es tiempo de aguas, ordeñar a las vacas y luego llevarlas al campo, desgranar el maíz y poner el nixtamal en agua y cal para que al día siguiente esté blandito pa moler, guardar a los animales, ponerse a coser lo que se descosió, hacer los mandados, la comida y la cena? Así va echando chispas por el camino, aún bailando pero enojada, sacudiendo las trenzas y haciendo sonar el huarache duro contra la tierra cuando vuelve a escuchar los méndigos pasos, no quiere voltear a ver, mejor se apresura pero los pasos también deciden apresurarse siguiéndola ya sin recato, Rosario se echa a correr hasta que una voz le dice, ¡niña, guachita!, ¿por qué le corres como si hubieras visto al chamuco?, soy tu tío. Rosario se detiene y se gira a verlo, se calma un poco pero algo en la panza se le retuerce como si sí estuviera frente al mentado chamuco. Buenos días tío, perdóneme, ya ve como es mi papá que quiere que llegue pronto pa ponerme a trabajar. No le hagas caso Rosarito, tú ya estás en edad de otras cosas, no de andar toda chancluda con los pies tierrosos. Tan bonita y tan sucia que andas. ¡Qué otras cosas ni que nada!, si yo soy feliz yendo paca y pallá, solo que no me anden gritoneando. Mira que brava salió la guachita, por eso tu papá te trae a pura zurra.

Ahorita le ayudo yo a quitarte andar tan altiva, solita bailando y provocando a los hombres. El tío empieza a desabrocharse el pantalón, Rosario se encolera sin entender. ¡Me orina usted y voy por el rifle de mi papá y lo mató!, se lo juro por la Virgen. El tío se echa a reír y la toma por los hombros, ella se sacude decidida a irse, pero él la agarra y la tira al suelo, la cabeza se le estrella dejándola atarantada, el tío se le sube encima y la agarra para que no se pueda mover. ¡Suélteme!, ¡¿qué le pasa?! Le voy a decir a mi abuelita. ¡Cállese guachita si no quiere que le rompa la boca tan contestona que tiene! Ahorita va ver lo que es bueno. El tío le levanta la falda, a Rosario se le acumula el coraje que traía por su papá y luego por este señor que viene a querer castigarla, los ojos le lloran de rabia. El tío comienza a bajarle los calzones, la cara se le pone rara, los ojos bien abiertos, como ansiosos. Rosario siente ganas de vomitar sin entender que está pasando, ¿por qué le baja los calzones su tío? Se pone a gritarle todas las groserías que le aprendió a su papá hasta que un golpe seco que le mete el tío la deja en silencio, siente el sabor de la sangre en la boca y un zumbido en el oído. El tío se saca el pene y Rosario vuelve a gritar pero recibe golpe tras golpe, tras golpe, puños y patadas en el vientre, piernas, espalda, garganta, los dientes le crujen, los ojos le punzan, con cada golpe el mundo se le mueve, la tierra arriba, el cielo abajo, luego el peso del tío otra vez encima, el cuerpo le ruge de dolor. Ve rojo, ve oscuridad y poco a poco va hacia ella dejándose absorber, el cuerpo y el alma escapando. Escucha un ulular que la llama.

Rosario abre los ojos llenos de tierra, se los talla y lo primero que ve es que la observa la Luna llena y dorada en medio del cielo estrellado. Tirada en la tierra y sintiéndose mareada escucha un ulular, un aullido lejano y luego otro y otro que se contestan entre sí. Eso la termina de despertar, con trabajo se incorpora, se sube los calzones. ¿Qué pasó? Recuerda y el coraje la invade, que ganas de dejarle ir los cuernos de un buey al tío. Ese sí que es un pendejo. Los aullidos se escuchan más cerca, como si la manada corriera hacia ella. Está a punto de irse cuando entre los aullidos escucha su nombre, voces de mujeres llamándola. ¿Será que me están buscando? Se acercan unas figuras, ¿son coyotes?, no, parecen ser mujeres con perros. Avanzan hacia ella mirándola fijamente, de entre las mujeres sale una que lleva los cabellos largos, plateados, brillantes en medio de la noche y despeinados como los de su abuela cuando se deshace las trenzas para bañarse. Es ella. ¿Se salió de la casa sin peinarse para buscar? Sin saber con qué fuerza, Rosario corre hacia su abuela Rosita con ganas de abrazarla y no soltarla nunca más. Su abuela la recibe entre su cuerpo cálido. Vente mijita, vamos a bailar. Rosario piensa que no escuchó bien, la abuela se desprende del abrazo y se envuelve entre sus cabellos, o más bien los cabellos la envuelven a ella y se va haciendo pequeñita, como una semilla creciendo hacia adentro, los cabellos y la piel morena se transforman en plumas color tronco de árbol y se abren dos ojos grandes, negros, amarillos y profundos, son los ojos de doña Pía. Sin que Rosario se diera cuenta de cómo, las mujeres detrás de su abuela tecolote son ahora coyotes que empiezan a aullar. Doña Pía Abuela se echa a volar hacia los cerros y las coyotes corren siguiéndola. Rosario, jalada por alguna fuerza corre con ellas, perdió los huaraches, va descalza y siente que corre muy rápido, al mismo ritmo que las coyotes. Las trenzas se le sueltan, el cabello le va danzando al aire, el sabor a hierro de la boca se le llena con el sabor de la santa maría que crece salvaje en el campo que atraviesan, las piernas ya no le duelen, las siente fuertes. Quiere gritar de libertad, su voz sale en forma de aullido al que responden las demás coyotes, sonríe y vuelve a aullar al darse cuenta de que tiene patas en lugar de pies, pelo en lugar de cabello y hocico en lugar de boca. Suben por el cerro hasta llegar a un claro donde los árboles forman un círculo, doña Pía Abuela se posa en el centro y vuela haciendo nacer una hoguera gigante que las coyotes rodean en círculo, Rosario ve como de pronto son otra vez mujeres y que conoce a varias de las que están ahí, su tía Salud, primas y amiguitas, doña Paz la vecina, doña Piedad del pan. Doña Pía Abuela vuelve del cielo con una corona entre las garras hecha de ramitas que pone sobre la cabeza de Rosario, huele a romero. Todas las mujeres gritan alegres y cantan las mismas canciones que Rosario siempre canta, las que su abuela y su mamá cuando aún vivía, le cantaban desde niña. Se pone a cantar y a bailar y a girar y a brincar con las demás. Con cada movimiento siente fuego en el vientre, como si la lumbre de la hoguera se le metiera entre las piernas, todo su cuerpo vibra, el sudor le cae desde el cabello hasta los pies que retumban en la tierra o se elevan en el aire. Se da cuenta de que está desnuda y se siente ella misma, libre. Ve a las demás cuerpas también encueradas, moviendo las caderas, elevando las piernas, cuerpas danzantes. A su lado ve volando mariposas nocturnas, murciélagos y luciérnagas, escucha el agua del río corriendo, las patas de las arañas tejiendo, ramas de árboles agitándose, cada ser de la naturaleza baila y canta. Es una misma con el cerro. Se deja ser, está haciendo todo lo que no le dejan hacer. La danza se transforma, es festiva, luego frenética con gritos furiosos, después suave, canciones susurradas, movimientos etéreos. Las manos se unen, sudor entre palma y palma. Comienza una danza en conjunto, una sola voz aullando, doña Pía Abuela vuela alrededor. El fuego crece tan alto como un árbol, baila acompañándolas. Se acercan hacia el cerrando el círculo con un mismo movimiento ondulado como ola de mar. A Rosario el cuerpo le suda a mares.

Dentro del fuego ve la figura de una niña bailando mientras camina en medio de un campo, de pronto el rostro de la niña está asustado y ahora está tirada con un hombre encima, tiene los ojos furiosos y abre la boca para gritar, la ve siendo golpeada hasta que queda inconsciente en la tierra. Escucha entonces el ulular de doña Pía Abuela Rosita, Rosario convertida en coyote se lanza dentro del fuego.


¿Te gustó? ¡Comparte!