Armando Palomas
Armando es dura introspección a la realidad nauseabunda. Esa parte que más detestas de tu historia de vida. Los aromas deleznables de recuerdos malos y duros. Un recuento de intentos de suicidio y a la vez el intento por sobrevivir.
Armando es dura introspección a la realidad nauseabunda. Esa parte que más detestas de tu historia de vida. Los aromas deleznables de recuerdos malos y duros. Un recuento de intentos de suicidio y a la vez el intento por sobrevivir.
Texto y fotos por Clars
Nuevo León, México, 24 de julio de 2023 [00:15 GMT-6] (Neotraba)
Te invito a la cumbia y al despeñadero. El adiós. Una última fiesta, un último brindis. Celebración de la vida y la muerte de silencios dolorosos. Las calles impregnadas de orines y olor a vómito. Hace calor. Nos convertimos en bestias. Violentas y volátiles.
Cada segundo que pasa estoy más al borde de matar o morir. La música me serena. El baile. Los caballeros sin memoria. Hombres que te roban sonrisas y producen recuerdos placenteros.
A ese wey no le gusta que le hagan fotos, me dice un bato. La Tumba, pocas veces a reventar, hoy me provoca escozor. El roce entre el público y la escasa iluminación. Este pinche escenario siempre me da guerra a la hora de hacer fotos. Llegué casi a mitad de concierto. No es difícil imaginar las filas desde temprano. Los seguidores y el desenfrenado fanatismo.
A la espera de Molotov, algunos otros medios, murmuran sobre “La última noche” de Armando Palomas en Monterrey. Aprieto el paso al salir, me dirijo al Café Iguana. La banda originaria de Paraguay: “Los Kchiporros” también está en la ciudad. Me apresuro.
El niño es risueño y le hacen cosquillas. Armando detiene la música y te pide apagar tu celular. Todo un voyeur sobre el escenario. Su mirada te enfrenta y no es al azar.
Muchas de las fotos que tengo de Armando tienen su mirada sobre mi lente. ¿Cuántas pinturas famosas te miran a los ojos? La Gioconda, Las Meninas, alguna otra obra de Vermeer o La Maja de Goya. Otras tantas más. Meras ilusiones de movimientos inexistentes pero cargadas de significado.
La mirada y las letras de Armando son un enfrentamiento. Un reflejo. También una ilusión. Espejismo. De manera aparentemente simple conecta con las personas. Historias en carne viva, propias o prestadas.
Fusión de géneros. En sus treinta años de andar se desprende una larga lista de composiciones. Su habilidad para contar y cantar historias es majestuosa. Mucho más la forma de interactuar sobre el escenario. Un concierto de Armando son risas, muchas risas. También lágrimas y pesares. Lo suyo también es el stand up. Debo reconocer su talento como actor. ¿Quién aprendió a diferenciar en todos estos años a Armando Jiménez de Armando Palomas? Yo creo que pocos, nadie o casi nadie.
Hace unos años le hice fotos por primera vez en el Café Iguana. Pude notar esa forma de mirar y reconocer a cada persona que está alrededor.
Una gira de despedida no es suficiente para agradecer tantos años. Pero es necesaria. Se percibe un aire de nostalgia. Podría convertirse en una competencia de saber a quién le duele más el adiós. Son alrededor de trescientas personas aquí. Desde primera fila o a lo lejos. Se derraman lágrimas en la bebida y la oscuridad camufla bien los rostros tristes de quien no quiere despedirse de su ídolo.
Armando detiene el paso en falso de los proscritos. Almas en deuda consigo mismas que se retuercen adoloridas. Armando es la fantasía de varias mujeres hermosas. El recuerdo del primer concierto junto a tu padre o algún ser querido que se ha ido.
En los bares y cantinas pseudo punks te prohíben enlistar en la rockola canciones de Armando para evitar reproducir la asfixiante melancolía en masa del desamor o los golpes de la perra brava que es la vida.
La realidad es que no existe quien no conozca una canción de Armando Palomas. Por generaciones ha conseguido trascender. Es un referente y leyenda viva.
No soporto el calor. Me suda cada parte de mi cuerpo de forma descontrolada. Quiero un gin tonic y quedarme hasta el final. Estoy cansada. Además de que no tolero las despedidas.
El recuerdo de Tito me carcome. Tito fue el primero de mis amigos que me habló de la admiración que tenía por Armando y sus canciones. Nunca se perdió uno de sus conciertos. En mis fiestas de cumpleaños, cada once de agosto, llevaba su guitarra y covereaba a Palomas. Así, sin querer, conocí la trayectoria de Armando. No dudo que Tito siga cantando las canciones más tristes de Armando mientras sobrelleva los días de encierro. Se me antoja una caguama León y abrazar a mi Tito. ¡Salud, querido amigo! Hoy no sabes que Armando ha decidido dejar los escenarios, la vida acá no es muy diferente, la libertad existe sólo en nuestra cabeza. Los muros solo demarcan un límite. Los límites no existen en nuestros corazones y el poder de nuestra mente. Armando se va, amigo. No sé si volverás a verlo. Tú no tienes un video de esta noche de despedida, tienes los recuerdos de tus mejores años en todos esos conciertos a los que fuiste a verlo.
En casa se quedaron los malos recuerdos de Carlos. El padre de mi única hija. Su historia de vida quiso proyectar en cada letra de Palomas. Detestaba escucharlo alcoholizado cantando las canciones de Armando Palomas por la madrugada. A pesar de todo, conservé esos putos discos.
Seguro tú no sabes quién soy. Me dijo Armando el día que nos conocimos. Contra mi voluntad sé quién eres. Hoy te declaro mi admiración y total respeto a tu trabajo.
Armando es un constante reconocimiento a ti mismo. Dura introspección a la realidad nauseabunda. Esa parte que más detestas de tu historia de vida. Los aromas deleznables de recuerdos malos y duros. Un recuento de intentos de suicidio y a la vez el intento por sobrevivir.
Cuando me muera quiero que escribas quién soy de verdad. Lo que soy. Un caballero. Un gran hombre.
Yo también tengo una fantasía constante de mi encuentro con la muerte. Antes de dormir, al despertar. A cada segundo que pasa.
No es necesario que mueras para que yo pueda escribirlo. Nadie puede comprobarlo, cualquiera podría desmentirlo. Ahora sí, cántame “Necrofilia enamorada” otra vez…
¡Salud!