Por Óscar Alarcón.
La sonrisa de Ingrid Coronado me detuvo frente al anuncio en el que sostenía un libro de cartón. Ingrid es hermosa pero a veces dudo, por sus declaraciones, que tenga hábitos lectores. Miren que pensar que el limón cura el cáncer es cosa seria.
Y no sólo ella, entre los anuncios que recomiendan “Lee veinte minutos al día” han aparecido personajes que van desde Carles Puyol, Beny Ibarra hasta Místico, el luchador mexicano que se fuera persiguiendo el sueño americano.
Siempre he estado en contra de las invitaciones condicionadas, y leer 20 minutos al día me parece una prisión, como si se tratara de un castigo por haberse portado mal. ¿Por qué la limitante del tiempo?
Mi postura es que si vamos a leer, hay que hacerlo de manera libre, sin cronómetro en mano, ¿qué ocurrirá si la historia que estás leyendo te parece mala y estás en el minuto 14? Tendrías que esperar los 6 horribles minutos que te faltan, soportando una historia soporífera sin poder aventar el libro por la ventana; o por el contrario ¿qué pasa si la historia es bastante entretenida y ha logrado atraparte como para ya no querer soltar el libro sino 3 o 4 horas después?
Hay que leer sin límite de tiempo. Ya es suficiente con las limitantes que tenemos todos los días: llegar puntuales a las citas con las personas a las que amamos, entregar la tarea a tiempo, checar a la hora de entrada, como para que la lectura, una de las actividades que deben gozarse, se vea aprisionada por la limitante temporal.
¿Qué seguirá si leemos 20 minutos al día? ¿Haz el amor 20 minutos al día?
Bueno, quizá si es con Ingrid Coronado, la invitación estará para pensarse.
Hay que leer sin límite de tiempo.