Por Óscar Alarcón.
¿Cómo levantarse después de la demoledora lectura que es como un knock out? Iván Farías (Ciudad de México, 1976) construye en Testosterona (BUAP, 2012) una historia que a cada línea nos da un golpe emocional: una novela de un escritor contando sus vivencias.
Cuando la publicidad y las novelas que más ventas tienen en la literatura mexicana nos habían hecho pensar que sólo el norte y el narcotráfico eran temas en la narrativa contemporánea, aparece Farías reinterpretando al personaje mítico de Nabokov. Pero esta vez con un error ortográfico en su nombre, lo que nos hace pensar que no es tan perfecta: Zitlali.
Testosterona es una novela de amor, para qué negarlo. Y sin embargo, Iván se arriesga a dar un punto de vista sobre el amor frustrado, sobre un escritor que pierde a todas sus mujeres pero que gana en experiencias de vida. ¿Pero que más se puede perder si no es que ya se tiene empeñado todo en un trabajo burocrático? El alter ego de Farías, trabaja en una oficina reconocible de cualquier dependencia de cultura del país, en donde se cree en jerarquías, en donde se debe respetar a todo aquel que tenga más años de experiencia aunque sea un completo inepto. Pueden ser cualquier oficina, desde la capital hasta la ficción geográfica en la que se convierte el pequeño estado de San Carlos.
Ahí conoce a Zitlali quien lo llevará a enfrentarse no sólo a la belleza de la nínfula sino a él mismo — ¿puede haber terror psicológico más puro que éste?— para descubrirse como un vendido que puede hacer todo por asaltar los escalafones en el trabajo. Un burócrata de tercera línea, sin duda.
Y es ahí donde Testosterona es una muestra de otra cara del quehacer literario: cuando un escritor no puede sobrevivir de sus textos tiene que recurrir a otros empleos, desde periodista hasta funcionario en una dependencia cultural. Iván retrata bien a ese eterno aspirante a novelista, que se sabe fracasado y feliz con su vida aspiracional, con un trabajo que le permite tener un lugar dónde vivir, comer y estar con su novia, lo que se convierte en el paraíso.
La situación límite se presentará en el momento en el que esa necesidad de subir y subir lo lleven a denunciar a una de sus compañeras de trabajo por espiar a su jefe, lo que nos lleva a un conflicto moral: ¿denunciar o no denunciar? He ahí el dilema. Si lo hace, sube; si no, se queda como estaba. Y a final de cuentas, ambos sólo son peones de una guerra que no es suya.
¿A quién de los dos debe llevarse la ruina en el pequeño infierno? Es un hecho contundente de que si sales bien librado y vives en el estado más pequeño de México, te sentenciará al repudio de toda la comunidad artística, así que mejor dejarlo todo a la suerte.
Testosterona es una novela que no tiene miedo, se lanza a la lucha entre los disparos que han plagado la literatura mexicana. Hay que tenerlos bien puestos para hacerlo. E Iván Farías lo demuestra: enamorarse de una Lolita, arriesgando el empleo.
Es una afrenta a la que pocos están llamados a sobrevivir sin corromperse.
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