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Puebla, México, 15 de enero de 2025 (Neotraba)

Todas las fotografías son de Moisés Sandoval Gómez

Con la aparición de Trinidad Lectio de Javier Sicilia (UPAEP, 2024), la editorial de la Universidad Popular Autónoma de Puebla, le da un impulso a su colección “Epifanías”, libros de poesía que nos muestran un mundo que se esconde al ojo cotidiano para encontrarnos con un significado profundo a partir de los versos.

Javier Taboada, el director editorial, reúne a una serie de poetas de diversas épocas que nos develan esos significados que se encuentran en el terreno de lo místico, la locura, la soledad, la tristeza y llegan a la reflexión por el asesinato de un ser querido.

Es el caso de Javier Sicilia, quien perdió a su hijo Juan Francisco a manos del crimen organizado el 28 de marzo de 2011, y que nos presenta un ensayo en Trinidad Lectio, el cual hace un simil sobre Auschwitz y el terror que sembró el narcotráfico en nuestro país.

Trinidad Lectio se divide en tres partes; las dos primeras son una muestra del trabajo poético de un hombre que decidió guardar silencio a partir de un hecho funesto. No es un poemario nuevo, sino que se trata de una edición nueva. La tercera parte, como ya se dijo líneas arriba, es un ensayo sobre el silencio y el asesinato.

El trabajo editorial que realiza Taboada pone de manifiesto el ojo clínico sobre la selección de las obras que se publican.

Esta entrevista se llevó a cabo en Puebla, el 22 de noviembre de 2024 en pleno día de celebración a Santa Cecilia, patrona de los músicos.

Trinidad Lectio de Javier Sicilia
Trinidad Lectio de Javier Sicilia

Óscar Alarcón. Mi primera pregunta, aunque pareciera ser que no está tan enfocada al libro, tiene que ver con lo que vivimos hoy en día: ¿cuál es lenguaje que Dios emplea en una guerra como la que se vive entre Israel y Palestina?

Javier Sicilia. Es una pregunta compleja. Yo creo que el lenguaje de Dios está allí. Ese es un lenguaje que no tiene una palabra propiamente humana. El poeta –un poeta en el sentido general de la palabra, cuando hay arte– escucha fragmentos de esa palabra y los interpreta.

Generalmente, cuando se habla de los profetas hebreos, se suele asociar con anuncios, profecías, en el sentido de los acontecimientos que sucederán.

Es una idea falsa, porque en esa época el futuro ni siquiera estaba construido. El futuro es una construcción. Se hablaba en algo que era como el “optativo”. No sé cómo se llamaría eso en griego, no sé cuál sería el término preciso en hebreo. Pero bueno, el profeta es el poeta.

El poeta interpreta los significados del sentido que está guardado en Dios, que es infinito, y además es inmenso y es la palabra eterna. Entonces, de ahí infiere cosas. Por eso la poesía es inagotable en ese sentido: siempre encuentra un fragmento del sentido que está en Dios. El lenguaje, para Gaza, habría que encontrarlo en los poetas.

Hay poetas palestinos y árabes de muy buena factura, los cuales están diciendo cosas tremendas sobre el sentido. Igual que los poetas israelíes. La sociedad se ha vuelto muy bárbara, está volcada sobre el acontecimiento y no sobre la pérdida de lo que genera ese acontecimiento. Y el sentido, se resguarda entre sus poetas, pero la palabra de Dios está allí, eternamente.

La humanidad es sorda. Los poetas son intérpretes de esa palabra. Esta sociedad se ha vuelto cada vez más bárbara, más despreciadora del sentido, más atea; no voltea a ver, no escucha; a los poetas los tiene en las márgenes.

Antiguamente, tenían un lugar como profetas, tenían un lugar en la polis. Ahí, el poeta expresaba el alma de un pueblo, Hölderlin lo dice muy bien. Eran la voz de la tribu, decía Mallarmé. Siguen siendo voz de tribu. No necesariamente en la creación del poema. El poeta es una mirada que puede expresarse a través de un poema, a través de un escrito, a través de un panfleto.

Ayer recordaba –en la presentación en la universidad–, que en los dos grandes movimientos que ha tenido este país –para no hablar internacionalmente– hay un drama terrible: el Movimiento Zapatista, el Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad, que le dio voz a las víctimas, estuvieron encabezados o han estado encabezados por poetas. No es que los lideren, es que nos volvimos voces de tribu del sufrimiento, de la pérdida del sentido y la resignificación del sentido. Esa es la poesía. La poesía tiende a destruir o a romper, por eso Platón corrió a los poetas de la República.

Los poetas tienen un lenguaje disruptivo porque rompen el lenguaje unívoco del poder, no sólo del Estado sino de cualquier poder. Esa es su función. Pero hay una sociedad que se perdió obnubilada por el poder y perdió los significados y no quiere oír dónde están esos significados.

O los oye como en un relámpago, como en el Movimiento Zapatista, y se va diluyendo en la oscuridad del tiempo y del discurso político, del discurso bárbaro.

ÓA. Le voy a plantear la siguiente pregunta porque sigue con el hilo de la conversación, aunque esto se trata en la tercera parte de Trinidad Lectio: Pienso en la gente que desafortunadamente fue asesinada en Auschwitz y en sus sobrevivientes, cuando desentierran lo que está en el piso se encuentran con poemas…

JS. ¡Los sobrevivientes son poetas! O sea, recuerdan. La memoria es fundamental. Detrás de la denuncia de la tragedia está el sentido perdido. La memoria tiene que ver con eso. “Esto pasó, sigue pasando y puede seguir pasando” y hay que romperlo porque el sentido es lo humano, lo que se destruyó allí.

ÓA. Trinidad Lectio contiene una parte muy emotiva –en la primera parte del libro–, que raya en el erotismo. Ahí encuentro mucha musicalidad, al mismo tiempo nos genera movimiento y ese movimiento es muy erótico, muy significativo, porque también pudiera asociarse con El Cantar de los Cantares, aunque en Trinidad Lectio no se habla directamente de éste. ¿Cuáles considera que sean los caminos eróticos que aún no se han explorado en El Cantar de los Cantares?

JS. El libro tiene su sustancia allí y en El cántico espiritual de San Juan de la Cruz. El poeta busca metáforas, lo más aproximativo. Creo que San Juan de la Cruz y Santa Teresa, que se les conoce como místicos epitalámicos del hecho, encontraron en el erotismo una de las formas de expresión de la experiencia de Dios.

El erotismo no es la experiencia de Dios, pero se le parece. Me imagino a Salomón o me imagino, sobre todo a San Juan, porque Salomón quizá hizo verdaderamente un poema erótico y después la Iglesia lo interpretó en términos espirituales y místicos.

San Juan me parece inquietante porque su relación con el Eros es una relación muy pinche, porque él era un muchacho pobre, se ganaba la vida donde podía. Y para pagarse sus estudios y todo eso, lo llevaron al hospital de las Bubas en su pueblo natal –no sé si es en Pontivero. Era un hospital donde iban los sifilíticos, los gonorreicos, o sea, lo que tenía de la relación de la sexualidad con respecto al Eros era atroz. Y, sin embargo, el tipo se planteó para lograr entender: “¿cómo les explico mi experiencia tremenda de Dios a estos tipos que no la tienen?” Es decir, ¿cómo le explico la luz a un ciego?, porque yo puedo decir “luz”, pero entonces tienes que buscar una metáfora dentro de su oscuridad que se aproxime a eso. Y dijo: “el Eros”, la experiencia psicofísica que te te saca de ti de una forma y al otro, también.

En los éxtasis místicos de San Francisco hay una frase que tiene que ver con el Eros. Cuando uno lo ha vivido plenamente, lo puede entender: “¿Quién soy yo? ¿Quién eres tú?” Hay un momento en que el amado se vuelve amada en el amado transformado. Es decir, hay una unidad ahí donde, sin perder tu unicidad, te vuelves una unicidad, un nosotros. Es una experiencia. Eso dice Juan.

Y uno puede ver a Santa Teresa en la transverberación con contenidos eróticos: el dardo, el fuego en el corazón, los gemidos, la escultura de Bernini lo dice todo. Estás frente a un éxtasis, pero estás también frente a un orgasmo.

Ese lenguaje se vuelve la forma de expresar de qué tamaño es la experiencia de Dios, de la unicidad, del amor. Lo dice muy bien otro místico interesante: Panikkar. Un poeta hindú, al que Octavio Paz trajo y le puso una barrida cuando hizo el Coloquio de Invierno hace muchos años. Panikkar es un converso, que viene del hinduismo, y habla de la experiencia mística homomórfica –creo que esta es la figura que califica lo que está haciendo San Juan: No es una alegoría, no es una analogía, es una composición. El homomorfismo es una cualidad de la geometría, es una figura geométrica como el círculo que puede cambiar su estructura sin cambiar su sustancia.

El Eros es del orden del homomorfismo, diría Panikkar: es otra cosa, pero su sustancia es la misma e indica esa sustancia.

Javier Sicilia. Fotografía de Moisés Sandoval Gómez
Javier Sicilia. Fotografía de Moisés Sandoval Gómez

ÓA. En ese tenor se puede hablar de una erótica sagrada.

JS. Absolutamente. Lo que pasa es que la Iglesia se volvió moralina. Le espantó esa cosa porque se le escapa, se vuelve ambiguo. El Eros es ambiguo. Lo quiso normar y el Eros no se norma.

Sobre todo, en el siglo XIX. Es un siglo que verdaderamente mira el erotismo con sospecha, con temor, con terror, al grado de llegar a formas muy chafas en el fondo de la teología: a analogar al pecado original con la sexualidad y el fruto del árbol de conocimiento, que es todo un arroyo metafísico-teológico, con la manzana que está asociada con Afrodita y toda esa basura. Y desalojó el Eros como un universo sagrado. Los hindúes lo tienen claro: hay templos fálicos, templos con vulvas.

Al catolicismo –al cristianismo en general, pero al catolicismo en particular– le empezaron a dar sofocos frente a ese misterio maravilloso y lo quiso reducir a la pura reproducción.

Escribí una biografía sobre Concepción Cabrera de Armida, una mística potosina y me metí muy hondo con ella, pero lo que uno encuentra es su conciencia: el marido nunca la veía desnuda. No había erotismo. Iban a lo que iban. Y dice ella: “Es que nos habían enseñado a que, en el momento de la sexualidad, en el momento del acto, si había una intención que no fuera la de la procreación, era pecado y pecado mortal”.

Estoy leyendo una biografía de Kierkegaard, filósofo misterioso de la tradición luterana. Parte de la angustia que sentía este cabrón es que su padre, que era un puritano tremendo –creo que se muere su primera mujer y la sirvienta era la madre de los Kierkegaard– les dice: “Yo los engendré en pecado, no estaba casado con esa mujer” Entra en un: “Y ¿qué hago, cabrón? ¡Soy un hijo del pecado!” Y así también se lo enseñaron, la descendencia del pecado original.

Creo que todo viene de una mala lectura de San Agustín, que era un hombre muy inclinado al Eros, incluso tiene una imagen genial en las Confesiones, en donde le pide a Dios: “Dame la castidad, pero aún no”. Para él la concupiscencia no es la sexualidad, es el apego, es el deseo apegado a las cosas. Y son sus dos ejemplos, porque él cojeaba de eso. Él era un incontinente sexual, digamos. Pero también dice que es el robo: “¿Por qué robaba cuando era chiquito?”

No es que la concupiscencia o el pecado estén en la sexualidad –o en el Eros– sino en la avidez, en la desmesura, en el querer apropiar, hacer objeto al otro. Ese es el sentido agustiniano de la concupiscencia. No tiene nada que ver, pero se fue pervirtiendo.

Te cuento una anécdota: estaba escribiendo la vida de Concepción Cabrera de Armida y su lenguaje también es muy erótico. Por eso le llamaban la amante de Cristo, porque ella estaba casada e incluso sentía que estaba cometiendo un pecado de adulterio por sus oraciones, por lo que sentía en su oración respecto al marido.

Mi director espiritual, un misionero que murió hace dos años –y me dejó huérfano–, me dio un librito. Me interesaba mucho que Concha era una gran seductora, tuvo muchos hombres, los obispos estaban pendientes de ella y había legos. Yo me centraba en eso y en las vidas de pareja. Entonces, un día me da un librito que se llama Amistades transfiguradas, del director de los monjes cistercienses, o sea, una de las más radicales órdenes monásticas. El autor era argentino. Dije: “Ah, chingá, un monje argentino que además habla de estas cosas”.

Me meto al librito, la primera parte son cartas de monjes a monjas de los siglos XI y XII, con un lenguaje amoroso, muy amoroso, muy de los trovadores. La iglesia lo juzgaría de catarismo, de estos amores que se darían en el dolce stil novo.

Entonces, empieza a hablar de las relaciones y cómo se puede transfigurar el Eros para una construcción espiritual –hablando de San Juan. Le dije: “Oye güey, yo quiero conocer un monje argentino que sabe de relaciones heterosexuales, cisterciense, quiero conocer a ese señor y quiero hacerle preguntas”.

Hubo un congreso y me dice: “Conseguí que le hagas una entrevista”. Lo veo: un monje del siglo XII, chiquitito, chaparrito, delgadito, con su casulla.

Empezamos a platicar:

–Estoy maravillado con su libro.

–A mí me interesa mucho lo que estás escribiendo, porque lo que estás diciendo de Concha son ejemplos de mi libro.

–Explíqueme, ¿cómo sabe usted tanto en su orden monástica?

–En ese entonces no había tanto rollo con esto. Se puede escribir sobre la transfiguración, sobre el trabajo de transfigurar una experiencia erótica, porque yo vivo en la casa general, que es una casa mixta, yo vivo con la generala de las cistercienses, ahí están los dos equipos, vivimos hombres y mujeres en la misma casa y suceden estas cosas. En las cartas de los monjes en el siglo XI, no había este rollo.

–Oye, qué interesante. ¿Y qué dice Roma?

–No les gusta nada, cabrón, pero no nos pueden tocar. Es una orden fundada en el siglo XI, no nos pueden tocar. Mira, los carmelitas, Santa Teresa, San Juan, les gustaba el modelo y se lo pidieron al Vaticano, ahí dijeron que estaban locos y locas. Y entonces apelaron. Dijeron “Oye, pero están los cistercienses”. “Sí, pero es una congregación del siglo XI, no lo podemos tocar. Y nos cagan los huevos, no nos gustan estos desgraciados. No podemos hacer ninguna reforma”.

Esta anécdota es para ilustrar cómo se fue degradando una experiencia de orden sagrado y que San Juan y Santa Teresa la devuelven a su sustancia original.

Javier Sicilia. Fotografía de Moisés Sandoval Gómez
Javier Sicilia. Fotografía de Moisés Sandoval Gómez

ÓA. El erotismo está reducido a mero pecado.

JS. Nos fuimos al extremo. Se niega la naturaleza: “Somos puro símbolo, puro Eros”. No, cabrón. ¿Cómo volvemos a unir la experiencia sublime con la experiencia de la fecundación y con la experiencia del gozo? No es una y otra cosa. Hay responsabilidades. El Eros no es nomás un juego: compromete la vida. Habría que volver a pensarlo en toda su profundidad y su gran gama.

ÓA. Hay un concepto en el libro que me llama mucho la atención: la Kenosis Trina. ¿Desde dónde la aborda para escribir este libro?

JS. La Kenosis es algo que a mí me dice que Dios es vacío. Mi idea de Dios se acerca mucho al Zen. Yo reflexiono mucho. Hay un cabalista del siglo XVI-XVII en Israel, Isaac Luria. La cábala es complicadísima, pero él tiene una teoría mística que le llama Tsimtsum –a veces la escriben con “z”– en donde dice que Dios solo pudo haber creado al mundo retirándose, haciéndose menos, vaciándose, de lo contrario solo hubiera habido Dios; para que algo pueda ser necesita haber un hueco. Por eso es tan horrible el poder, porque quiere llenarse y no dejar ser. De ahí vienen los totalitarismos. La idea de Dios es una idea de retiro.

De hecho, la idea bíblica es que Dios crea a través de la palabra. La palabra es una forma de retiramiento. Alguien se retira detrás de su palabra. Un buen novelista se retira de su palabra para dejar ser a sus personajes y no les puede torcer la vida. Los personajes empiezan a agarrar vida y uno tiene que seguir narrando esa vida, solo es una analogía.

Pero Simone Weil dice otra cosa respecto a la encarnación, dice que la encarnación rememora. Lo que vivimos en la Navidad es un segundo retiramiento de Dios.

El filósofo Maurice Blondel, decía que la encarnación es el suicidio de Dios como poder, como omnipotencia, como fuerza. El evangelio es eso. En realidad, el amor, el verdadero sentido del Eros, es un retiramiento de tu “yo” para dejar ser al otro, entrar en ti o dejar que entren en ella. Es una especie de retiramiento y de confianza plena en el otro. Y de ahí surge la fecundidad. Pero hay un vaciamiento de egos. El Eros se acerca a eso, pero la Cáritas es más.

Cuando André Comte-Sponville habla de Simone Weil –que dice que la caridad se puede parecer al retiramiento de Dios y su renuncia a todo poder, el hueco que hace en sí mismo– menciona que se puede analogar con los buenos padres: quienes se van retirando para dejar ser a los hijos. Si los ocupas en todo y les resuelves la vida, los destruyes como seres, no los dejas en su libertad, en su independencia. Y en ese sentido, Dios se vuelve impotente para resolver un problema.

Es decir, esa idea del Dios providente… no debe resolver ni madre. Él dejó, se retiró y sus huellas son la poesía, el amor, la bondad. Donde aparece Dios es en la belleza, en la bondad, en la verdad, como huellas de sí mismo y de su retiro.

Javier Sicilia. Fotografía de Moisés Sandoval Gómez
Javier Sicilia. Fotografía de Moisés Sandoval Gómez

ÓA. La mayoría de parejas quieren poseerse…

JS. Y las parejas que duran, las parejas que uno ve y dice: “Oye, qué viejitos, qué bien, ¿cómo le hicieron?” Es porque realmente en el fondo se fueron retirando para dejarle más libertad al otro y terminaron en la amistad. No sé si me explico. “¿Cómo te acompaño?” No es “¿Cómo te resuelvo?” sino “¿Cómo te acompaño y cómo me acompañas?” Eso implica retiramientos.

ÓA. ¿Cómo realizó la selección de los fragmentos de las Escrituras para conformar los textos de Lectio?

JS. Me habían invitado a una conferencia a Acapulco. Le dije a mi hijo “Oye, acompáñame, vamos a la conferencia y luego nos vamos a pasear”. Mi hijo estaba chiquillo y nos fuimos a La Quebrada.

Estábamos viendo cómo se tiraban y eso es uno de los poemas que está en el libro. Pensaba “¿Qué hacen estos hombres? ¿Por qué se lanzan? ¿Qué símbolo es el mar?” Esa cosa que entra y sale en medio del bramido, yo lo imaginaba como Dios.

Se me vino a la mente ese versículo donde Jesús –ya resucitado– está en la orilla asando un pescado y, de repente, Juan lo mira desde la barca y dice “Ahí está el Señor”. Juan se queda paralizado mirándolo y Pedro, que era muy reactivo, se viste –un acto curioso ¿no?, porque se viste– y se lanza al mar a alcanzar a la orilla. Yo decía, aunque estaban desnudos, de alguna manera están rememorando. Van a buscar el sentido de Dios. Así surgieron momentos que me remitían a pasajes evangélicos, con las pérdidas o con las rupturas o con los sentidos.

Como dice el dexio es estar rumiando. Trataba de encontrar la relación de esos versículos que me interpelaban con un mundo como el mío, como el nuestro, un mundo vacío, un mundo donde Dios está olvidado de alguna forma, donde la religión se volvió casi un grito. ¿Qué se dice del misterio en un mundo roto?

ÓA. Quería saber si esta regurgitación de los versículos se daba de forma similar a la mayéutica, es decir, si se da caminando. ¿Cómo se practicaba?

JS. Sí, sí. En la poesía es así. No está uno sentado escribiendo, van saliendo imágenes, uno se sienta a ponerlas, después hilándolas, hilándolas.

En la mayéutica uno va dialogando. Aquí quizá uno vaya dialogando con uno mismo, en ese sentido sí es mayéutico, como decía Rimbaud “con ese yo que es otro”, que de alguna forma es el trascendente.

La idea que tengo es que Dios está cada vez está más ausente, sólo está en las presencias donde aparece el amor. Mi concepto de Dios es que es un vacío. Porque solo el vacío acoge. Es decir, todos estamos aquí porque hay un hueco, está ceñido, pero hay un hueco. Y entra la luz porque hay un hueco. Esto nos acoge, Dios tiene que ver con eso. Cristo tiene que ver con eso: te acompaño, no puede hacer otra cosa más que acompañarte. Acogerte en mi propia impotencia.

Javier Sicilia. Fotografía de Moisés Sandoval Gómez
Javier Sicilia. Fotografía de Moisés Sandoval Gómez

ÓA. ¿Hemos perdido también acercamientos a la ternura?

JS. Absolutamente. Desapareció. Dios es tierno también. La apertura de brazos para abrazar tiene un hueco donde te puedes recargar, donde puedes ser contenido.

ÓA. Lectio nos permite ver que se han roto los géneros literarios puros, en este caso los subgéneros poéticos puros y al mismo tiempo hay mucha musicalidad en Trinidad. Las interpretaciones que se le dan se parecen mucho a los pastiches. ¿Qué tanto le gustan a usted los géneros puros?

JS. Trinidad es un intento de salir del género puro. Mi historia con la poesía tiene que ver con la métrica y con la pureza de las formas.

Siempre tuve un espíritu poético. Mi padre era poeta –incluso reuní lo que pude rescatar de su obra en un librito con un prólogo cuando murió– y sus poemas eran muy musicales y él me leía a sus poetas favoritos. Siempre me pareció que era un asunto de adultos, aunque me gustaba y me gustaba oír. Mi padre leía los poemas muy bien. Y lo que más me obsesionaba –yo tenía un oído sordo y me gustaban las imágenes– era el sonido en relación con las imágenes. Yo le preguntaba: “¿Por qué suena tan bonito, papá?” Y él decía: “No tengo la menor idea”.

Compré un tratado de Tomás Navarro Tomás, que se llama El arte del verso. Lo comencé a leer y parecía que estaba en japonés, porque lo que hace Tomás Navarro Tomás es clasificar, pero nunca te dice por qué están los ritmos acentuales. Entonces habla del endecasílabo de gaita gallega, el endecasílabo heroico y jálale para los alejandrinos… Entonces eso estaba peor de lo que yo imaginaba, una cosa monstruosa.

Yo trataba de escribir y decía “Algo me falta, hay sordera en lo que escribo”. Me quedé con eso y nadie me explicaba. Y hacía lo que se hace: disque poesía libre, pero no me quedaba satisfecho.

Fue cuando entré a la Universidad, estudié Letras Francesas –después de un año y medio frustrado en Ciencias Políticas, los politólogos son una cosa espantosa– y me tocaron clases del tronco común con Gonzalo Celorio, daba Introducción a la Literatura, y nos dio varias clases sobre métrica, sobre retórica y poética.

Entonces dije: “¡Claro! Yo no sabía que la lengua tiene acentos y recurrencia acentuaria”. Me abre a otro panorama. Llego con Tomás Segovia a un curso sobre López Velarde y se metió a la métrica también. Nos hizo leer un librito de alguien que, junto con Darío, funda el Modernismo. Lo que pasa es que, junto al monstruo de Darío, se quedó como al margen, que es Jaimes Freyre, quien tiene un tratado –que lo publicó Aguilar– y ahí viene toda su poesía. Su obra poética es muy pequeña, de muy buena factura, se llama Leyes de la versificación castellana. Un ensayo espléndido.

Entonces me dije: “Tengo que dominar la lengua”. Y así doy mis talleres. Les digo: “A ver, cabrones, ¿por qué escriben en escalerita? ¿Por qué hay pausa métrica? ¿Qué dice el metro?” Les voy explicando y les digo: “¿Ustedes se creen poseedores de la lengua? Les voy a demostrar que no, que la lengua nos posee. ¿Qué quieres escribir? Vamos a escribir un soneto clásico: ABB, ABB… Síganle, cabrones. O sea, hay que aprender a aburrirse con la poesía. Hay que complicarse, cabrones. Tan abstracta como la matemática, hay que saber te vas a pelear con una ecuación hasta que la resuelves”.

La lengua es tu herramienta, pero la tienes que dominar –como en el poema de Paz: “chillen putas”, muy machista, pero explica lo que tienes que hacer con el lenguaje: domar el lenguaje, hacer que diga lo que tú quieres que diga, en el ceñimiento de una estructura. Yo me ceñí por muchos años a estructuras: silvas –mi primer libro estaba lleno de silvas–, sextetas. También tengo un libro de sonetos.

Después, me arriesgo con la lira de San Juan –que es muy española porque en otra lengua no hay liras, nomás en España. Los dos grandes maestros de la lira –no he encontrado otro– son San Juan y Fray Luis. Hay una traducción de El Cantar de los Cantares en liras de Fray Luis. Él hizo dos: una en liras y otra en tercetos, en terza rima como la del Dante. Son versiones, no son traducciones. Es un poeta leyendo a otro poeta.

Cuando Segovia me descubre a Jaimes Freyre: “Lo que descubrimos en el Modernismo es algo que estaba allí pero que no nos habíamos dado cuenta. No es el metro lo que le da la sustancia al verso, es la recurrencia acentual por eso te encuentras poemas de 25 o 26 sílabas”, recurre acentualmente ¡y son de una musicalidad! Entonces, cuando ya tuve posesión de la pureza, me empecé a arriesgar a romper la lira sanjuánica, a encabalgarla –que es Trinidad– porque la lira de San Juan, la lira clásica, la de Fray Luis o la de Concha Urquiza funcionan por sí mismas dentro del corpus. Pero puedes tomar la lira y darte cuenta de que una estructura redonda.

Dije: “La voy a encabalgar, a ver a dónde me da, a dónde me lleva”. Y sale éste y otro libro que se llama Oro. Después dije “Me voy a arriesgar con la acentuación y que me aviento Lectio. Es mi primer intento de romper el verso.

Y como les digo a mis alumnos: “Rimbaud es como Mozart, cabrón. Es un genio de la música, es un genio, pero Una temporada en el infierno o Las iluminaciones es un punto de llegada. Rimbaud hacía no sólo sonetos maravillosos, ahí está “El barco ebrio” o el soneto de las vocales. Hizo hexámetros latinos, ganó premios en la escuela escribiendo poesía en griego o en latín. Cuando rompe nos entrega un parteaguas en la literatura. Pero no puedes partir de ese Rimbaud. Así como no puedes partir del cubismo de Picasso. Son un punto de llegada no son un punto de partida. Entonces en Lectio me arriesgo a eso.

ÓA. ¿Lectio es un punto de llegada?

JS. Sí, yo creo que es un punto de llegada. Y después vino Vestigios y dejé de escribir poesía por lo de la muerte de mi hijo. Iba para otra exploración, ya sin preocuparme tanto de la musicalidad del metro, hacia otra exploración, pero bueno, se quedó allí.

ÓA. Hablando de la tercera parte del libro, no quisiera hacerle la pregunta que todos ya le han hecho: “¿por qué dejó de escribir?”, porque además lo responde en el ensayo de su libro. Más bien, quiero preguntarle: ¿qué encontró en ese lago insondable que es el silencio?

JS. Es muy doloroso. He encontrado el origen, el sentido que ya no puede ser dicho. Tanto el sentido del abismo del mal, como el sentido del abismo del bien. Son dos universos indecibles.

La experiencia del crimen, del mal –Auschwitz, para poner el paradigma–, cuando te asesinan a un hijo, como me lo asesinaron y cuando oyes esta historia en este país –Auschwitz estaba operando, pero los alemanes seguían viviendo y no querían entender que ya se había procedido en su contra– está pasando esto, nomás que es un Auschwitz al aire libre y está por todos lados.

Cuando te matan un hijo así, cuando tienes que salir como una madre buscadora cada día con tu varilla a ver si encuentras el cadáver de tu hijo… Eso es Auschwitz y ahí está el mal.

El paradigma de hacer poesía con el que me mido es Paul Celan, quien termina en el suicidio. Su poesía se va volviendo cada vez más críptica, más intraducible. Ahora estoy releyendo al último Celan, los poemas póstumos y sepa la chingada, ya ni es poesía. Primo Levi decía una frase terrible: “Oigo la poesía de Celan y me parece que estoy oyendo los gemidos de un agonizante”.

¿Cómo refundas una lengua a partir del horror que tiene que ver con la degradación de la lengua? ¿Cómo puedes nombrar lo innombrable del lado de la oscuridad? ¿Y cómo puedes, en ese lado de la oscuridad –que es un intento de Lectio– nombrar lo rescatable del sentido? Son dos universos. Es casi como el Apocalipsis, es la experiencia del apocalipsis en chiquito. Siempre digo: “¿Por qué no queremos que acabe el mundo?” Esto lo digo para los que tenemos fe, pues del Apocalipsis nacerá la Jerusalén celeste. Será el enfrentamiento de dos anomias: La anomia del amor y la anomia de la maldad. Nosotros no somos anomia: ni pura bondad, ni pura maldad. Somos atravesados por esas dos cosas.

Cuando nos atraviesan esas dos cosas, vas al silencio. Cuando te atraviesa Dios –en buena onda– terminas en el silencio, como San Juan. Pero cuando te atraviesa en mala onda –por el lado de lo demoníaco– terminas en el silencio. Es irremediable. ¿Qué se puede decir que no se haya intentado ya decir?, como Paul Celan o como Levi en su trilogía.

Me enfrento a una aporía de la lengua y de la experiencia. Y es una aporía dura, porque nuestro universo es el del lenguaje.

ÓA. Cuando observamos este tipo de violencia nos damos cuenta de que nos trasgrede no solamente en lo emocional, sino también en lo físico. Pienso en el poema “Los muertos” de María Rivera…

JS. Es el poema emblemático de este país.

ÓA. En ese poema lo más lastimado es el cuerpo. ¿Qué experiencia ha tenido usted con la violencia y la corporalidad que se haya visto reflejado en la poesía?

JS. Hay una idea que siempre se olvida. La idea del cuerpo cada vez me crea problemas. Hay un fenomenólogo que se llama Michel Henry, que tiene un tratado que se llama Encarnación: una filosofía de la carne. La experiencia del dolor es una experiencia del orden de la carne, no del cuerpo.

Henry distingue muy bien, dice esto es cuerpo, pero este cuerpo –es una frase de Heidegger también– por más que lo apriete, nunca sabrá que lo estoy apretando. ¿Qué es lo que sabe? Que hay calidez en mi mano, que mi mano está fría o que me duele algo o que gozo algo. Eso es la carne.

En español nomás tenemos una palabra para carne y siempre está asociada con el bistec. Es una palabra horrible. Hablando del Eros, la Iglesia dice que los enemigos del hombre son el mundo, el demonio y la carne, ¡puta madre!, pero ¿qué es en realidad la carne? La concupiscencia es en realidad la carne. El mundo moderno nos está desencarnando: la inteligencia artificial, estos aparatitos son la desencarnación, la pérdida de las atmósferas.

Cuando una víctima es herida, es herida en su carne, porque pasa por el cuerpo; pero un torturado –como el caso de Jean Améry– tiene derecho al resentimiento, a no perdonar, porque no podemos olvidar.

Es lo que grita la víctima: “Ni perdón ni olvido”. Lo traemos en la carne. Y cuando te preguntan: “¿En dónde están tus huellas?” “No se ven, las traigo adentro”. Es la carne la que está dolida. La carne es el alma y es el cuerpo. Somos seres de carne, somos seres encarnados. El sufrimiento o el goce del cuerpo –para hablar del interés o de la poesía mística, erótica– ocurre en la carne. Por eso creo que se nos promete la resurrección de la carne, no la del cuerpo.

Hoy se dice en el credo apostólico: “creo en la resurrección de los muertos”. No, no, es: “creo en la resurrección de la carne”, del Dios que se hace un prójimo. ¿Qué hacemos sin nuestra carne? Los pasajes donde Cristo resucitado se aparece y Santo Tomás dice: “A ver, no me venga a mí con eso, yo quiero tocar”, son los que más me llaman la atención.

El mal deja una huella en la carne y ni Dios la puede la puede sanar. Una víctima de tortura se recupera de su cuerpo, pero la carne sigue herida, dañada.

Javier Sicilia. Fotografía de Moisés Sandoval Gómez
Javier Sicilia. Fotografía de Moisés Sandoval Gómez

ÓA. Y muchísimo más en la ausencia, como bien lo mencionaba, las madres buscadoras buscan esa carne.

JS. El cuerpo de sus hijos, por lo menos como cuerpo. Cuando empezó el Movimiento por la Paz, yo no entendía la diferencia: para mí todos eran víctimas… de feminicidio… de todo. Y me dijeron: “No, no es lo mismo”. No son lo mismo las víctimas de desaparición que otras víctimas. Hasta que dije: “Es cierto”.

El dolor de ellas es de otra dimensión, y quizá más terrible que el mío porque yo tengo la historia de mi hijo: pude recuperar su cuerpo, honrarlo, tengo sus cenizas. Es una historia horrible con la que me la tengo que ver todos los días, pero está cerrada, esa fue la historia, me guste o no me guste; cómo la resuelvo, cómo la vivo en mi carne, es mi problema, pero tengo que vérmela con una historia cerrada.

Las madres buscadoras no tienen dónde cerrar; donde viven es un abismo de dolor. Abrí fosas con ellas y tenían una cosa bien ambigua: la esperanza de encontrar al hijo allí y de no encontrarlo porque todavía les quedaría la esperanza de que están vivos. Es un abismo.

¿Cómo explicas eso? El intento de Celan me parece maravilloso, pero todavía le queda por describir los hornos crematorios en “La fuga de la muerte”, un poema tremendo y maravilloso en su tremendez. ¿Cómo puedes ir más allá de Celan? ¿Cómo puedes ir más allá de eso? Ese es ahora el gran problema al que me enfrento como escritor.

ÓA. ¿Hacia dónde va en este momento el Movimiento?

JS. El Movimiento se acabó. Quedó una presencia, un testimonio moral. Fue una gran coalición de víctimas y, como todas las coaliciones se logran cosas, se va yendo la gente o se pierde la esperanza y se van haciendo pequeñas asociaciones. Había muchas antes del movimiento, el movimiento las cualigó y se hizo un gran movimiento, una gran incidencia: se oyeron las voces de las víctimas y se hizo la ley de víctimas; como el desmadre que se armó con Ayotzinapa, se logró hacer algo que no ha servido para nada, porque el poder destruye todo.

Lo que esperaría es cómo volver a reconstruir –no yo, sino alguien que pueda convocar a esa unidad que está fracturada y que es la única forma de poder en este momento– para incidir frente a las atrocidades que seguimos viviendo. Pero hace falta esa chispa. Igual en el movimiento indígena, ¿qué quedó de los Zapatistas?, ahí está su historia, ahí están todavía, sus discursos son vigentes y lo que dijeron, lo que han dicho, pero ya no son capaces de coaligar a la nación, sobre todo al universo indígena del CNI.

¿Cómo lograr esa emoción que puede crear una agenda de mínimos comunes que pueden incidir contra el poder para dislocarlo?

ÓA. ¿Otro poeta?

JS. Sí, pero no ha aparecido. Los que lo hicimos tuvimos nuestro momento para iluminar algún relámpago de sentido, pero se apagó.

Javier Sicilia. Fotografía de Moisés Sandoval Gómez
Javier Sicilia. Fotografía de Moisés Sandoval Gómez

ÓA. ¿Cuál es la sensación con la que se queda después de que intenta darle un beso a Andrés Manuel López Obrador y lo rechaza?

JS. Que es un hombre que predica el amor y realmente es incapaz. Un hombre velado por lo ideológico. Es un hombre bastante pequeño ideológicamente, un hombre de un profundo narcisismo. Pero sí lo besé.

Nos acompañaba a la salida y, como cortesía, nos esperaba a la entrada. Entonces, vamos platicando, llegamos al carro y cuando se descuidó lo besé. Entonces le digo: “¿No que no, cabrón?”

Pero la sensación es que existe una falta de relación entre su palabra y los actos. Este es un movimiento de unificación, nos hablamos duro, pero lo que queremos es encontrar un punto de referencia. Y el beso es un punto de referencia. Podemos discutir y después darnos un abrazo. Aunque no terminemos en acuerdos. Hay diferencias irreductibles, pero no podemos hacerlo un asunto personal. Hacerlo personal es generar un abismo donde no hay abismo.


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