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Hermosillo, Sonora, 29 de noviembre de 2024 (Neotraba)

Ricardo Solís es el eterno muchacho inquieto que no se cansa de buscar. Aunque en la poesía desde muy temprano encontró su voz, el océano insondable (vaya pleonasmo) de la escritura, le guiña el ojo a cada instante; convocatoria esta que acata como un padecimiento de la palabra que es oficio. Y feliz.

En su discurso, verso a verso, en ocasiones prosa, Solís se desplaza con una seguridad implacable, con un ritmo superlativo y vertiginoso, como si al escribir lo hiciera de madrugada, contraviniendo todo lo que es el mundo afuera, para sumergirse en las pulsaciones más íntimas y decir entonces las cosas que parecen simples pero que no son, las cosas que aterrorizan y vanaglorian.

En su más reciente poemario: Cosas que ya parecen de polvo (Neotraba-Mamborock, 2024), la poesía se desboca rebelde, toma su propio curso, hala de la solapa al poeta y es ella quien decide los temas. Una crónica, un ensayo, la sugerencia del acontecimiento que acontecerá para luego aparecer como obituario en las páginas de un diario.

¿Cómo es que en un libro caben todos los temas? Hay postales que emergen de la tradicional revista de vaqueros, el fragmento de un chisme de barrio que el vendedor de elotes cacha por ahí. El lenguaje llano, de lo más inmediato, como para que todos tengamos acceso, empero, no por llano el mismo lenguaje deja de tener la exactitud de ese ritmo indispensable para que el poema ingrese por la mirada, se desplace hacia la garganta, recorra nuestro pecho hasta instalarse, ya por fin una vez satisfecho, en el punto más exacto del vientre.

Las imágenes coloquiales construidas a la perfección, como para cagarnos de la risa, como para advertirnos que mejor sería meter a nuestros hijos debajo de nuestros brazos, construir una prisión en nuestra propia casa y no dejarlos salir nunca más, porque si se atreven a pisar las calles, el coco de la violencia, levantones-desapariciones, llegará para engullirlos de un solo tajo. Así la poética de Solís: paradójica una y otra vez.

Hay bruma de feliz desolación, la imperante necesidad de recrear esos mundos aparentemente simples, una tarde en la que las paredes se humedecen de olvido y ni el plomero podrá resarcir los embates del olvido.

El niño sempiterno llama a cuentas para reírse de su desgracia, al tiempo, desde la memoria. El recuento de los daños anteponiendo que así es esto de jugar sin ser amado, o sí.

Sumidero

Años atrás
(muchos para dar cuenta)
el baño de casa se tapó
y hubo que reparar la línea del drenaje.
Yo era un niño.
La perforadora mecánica no funcionó adecuadamente.
Mi padre ordenó que bajara a la canaleta
para –a mano– abrir paso al arroyo de mierda
con una barra de metal.
Y ahora (a solas)
miro a veces mis manos,
las huelo
y sé que mi hogar no ha dejado de ser
un sumidero.

De las conclusiones a la filosofía, el entramado inherente cuando el discurso es el oficio, no importa el género ni los cánones, las reglas están implícitas en el polvo y en el olvido, para eso es que hay que recordar y ponerlo sobre la hoja en blanco.

Decirlo para que no se lo coma el implacable paso de los días. Hay un deseo, más que eso, un quién sabe por qué y para qué, de decir lo que la vida arroja. En el barrio aquel con sus baldíos y sucesos.

Primera vez

Fue un escándalo muy breve.
Salimos del aula,
brincamos el cerco por la parte trasera
para llegar a la orilla de un canal
donde la gente
rodeaba un bulto hinchado y oscuro:
un maniquí de carne
descompuesta.
Un auto de la policía
vino y se llevó aquel cuerpo reluciente.
Dispersaron la multitud
(a otros nos suspendieron tres días en la escuela).
Todo esto, sin sobreaviso.

Cosas que ya parecen de polvo de Ricardo Solís, lo puede adquirir escribiendo a: sonarquevemos@gmail.com


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