¿Te gustó? ¡Comparte!

Hermosillo, Sonora, 4 de junio de 2024 (Neotraba)

Texto leído el jueves 2 de mayo, en la presentación de Ciudad nocturna en el Museo de Arte de Nogales.

Tiene la noche un árbol es un libro de Guadalupe Dueñas, tanto como Luis Enrique García escribió Ciudad Nocturna y su árbol sería entonces el que se atiene a la sombra de la noche. Vaya forma de comenzar.

La referencia parece gratuita, pero me sirve para un principio. Así pues, la mitología de una ciudad sobreviene luego del atardecer, ya entrados en la tiniebla o a la luz de lámparas y reflectores, focos de iluminación triste y desnuda, en semejanza, alumbrado público en la medida en que sea de todos conocido, lo mismo la vergüenza de por la mañana, cerrar los ojos queriendo estar a oscuras, arriesgarse al puro tacto, meter mano, figurarse en el cuerpo que nos figuramos, contener la respiración en lo oscurito, ánimas que no amanezca, de noche todos los gatos son pardos.

Algo así. Nadie lo sabe muy bien, pero hubo un caos que resultaba fidedigno. Claro es que hablamos de un libro consagrado. Los cuentos de que se compone hablan de canícula, sopores que desmienten la frescura de rayar el alba, Hermosillo, el humor aciago, larga espera del porvenir y de la ventilación. El sudor, omnipresente, se debe al baile y al simple roce de los cuerpos, transpiración que se trasmina, un aliento que recicla efluvios y humedales. El calor de la capital del estado es, de noche, terreno pantanoso. Mejor dicho, boca de lobo, la boca de un lobo muriendo de sed en el desierto.

En los tiempos de Luis Enrique García, ese tiempo de su fiesta y de su gozo, peor tantito. Apenas los ventiladores para refrescarse el tuétano o las miasmas. Luego hablemos de arquitectura: la ruina es parte de la narración, lo que se viene abajo, entre cuatro paredes, debajo de la cama y bajo un cielo que suda las estrellas, la obediencia que se le tiene al deseo, el desaire a los calores del orgasmo, son jadeo ontológico, lengua de fuera, la base de un edificio sin aire acondicionado. La estructura: letargo o anestesia moral y libidinosa.

Más allá del mero sentimiento o el aire viciado, puesto que desconocemos las estaciones del año de muchos de los cuentos, hay al interior un melodrama, un albor de picardía y obstinación, pie de guerra, fragores de una batalla contra lo que se derrite, el cerebro se pudre, el alma renace, la fe ciega del jodido y del que insiste en la felicidad apócrifa, en esencia, valedera, del tugurio y la cantina. Tal como somos. El gato de Roberto Carlos lo fue en la obscuridad. Personajes: el caballero o el manojo de nervios o la piltrafa. Amanecer bien tembloroso.

Una ciudad le debe su cosmogonía a la noche. Urbe literaria. Esa negrura que ronda por tu ser, dice una rola conocida. ¿Qué llevó a Luis Enrique García a escribir de la tenebra en una ciudad de soles extremos e inauditos, sobre antros que tal vez conoció de primera mano o de soslayo? Además, están los pagos de la vida nocturna, en varias acepciones, sus andanzas que suman o restan al bagaje, los platos rotos que hacen la vajilla del incróspito y el descastado.

¿Y si hablamos precisamente de una clase de literatura? ¿Hay en ese sentido conexión con los escritores que le prosiguen hasta hoy? Qué diferencia existe, le pregunto a Carlos Sánchez y le cedo la palabra para una presentación más conocedora y entrañable: ¿qué diferencia hay entre Ciudad nocturna y La ciudad del soul? Yo arriesgo una respuesta: tiene la noche de Hermosillo un árbol, de los frutos muertos, cuyo follaje va por cuento de Luis Enrique García.


¿Te gustó? ¡Comparte!