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Hermosillo, Sonora, 13 de mayo de 2024 (Neotraba)

Era de color beige con rayas café, era metálica, resplandeciente. La conseguí soñándola.

Tenía diez años cuando mis amigas de la primaria me contaron que cualquier cosa que desees tienes que pedírselo a una estrella fugaz. No es algo sencillo, no se trata solo de quererlo, esto se logra siguiendo dos pasos:

Primero. Tienes que invertir muchísimas horas de tiempo, las estrellas fugaces no son algo que cae a cada rato, ni es algo que cae todas las noches, no es como que el cielo siempre está de fiesta aventando estrellas por aquí y por allá. Por un tiempo de tu vida debes ser astrónoma, sí, astrónoma, tienes que dedicarle cierta cantidad de minutos cada noche a observar el firmamento, esa actividad no debe interrumpir tus quehaceres nocturnos, de hecho es algo que debe ser parte de ellos, por ejemplo, andas jugando a la Víbora de la Mar o al Bote Robado y entre ronda y juego debes hacer pausas, alzar la vista y observar la bóveda celeste, deberás hacer un recorrido general y lento pero que tampoco dure mucho; las primeras veces serás torpe, te darás cuenta que la tarea te está ganando, te diluyes en los juegos, eres presa del temor; a lo mejor ya no eres un elemento útil y te comienzan a dejar fuera de los equipos. Poco a poco aprenderás a manejar la actividad de búsqueda y adquirir la destreza para que no interfiera con tu diversión.

Segundo. Debes tener el deseo listo, en la punta de la lengua, ¡la fugacidad del evento transcurre en milésimas de segundo! ¡No puedes ponerte a pensar qué es lo que vas a desear! El deseo tiene que estar en la ventana de tu mente, presto para salir volando, debe llegar como rayo láser al firmamento y cruzarse con la estela que deje la estrella. Es un suspiro. Como pueden ver no es nada sencillo.

Cuando mis compañeras me explicaron el proceso confié, consideré que si seguía la estrategia de forma constante y meticulosa podría lograr el objetivo. Así fue. Sucedió después de muchos meses de intensa práctica, una noche de noviembre de 1979, en la esquina de Luis Barceló y Avenida A de Granados, Sonora, estaba mirando el cielo y en el momento justo logré ver a la estrella en pleno vuelo. Cerré los ojos, apreté las manos, junté los pies. Mi deseo se volvió fugaz y entró en comunión con la estrella. Fervor. Esa palabra definía el momento.

Al cabo de unos días, un viernes de noviembre, mi tío llegó de viaje, se estacionó afuera de la casa, se bajó del carro y lo primero que hizo fue sacar de la caja de su Pick up una bici. Yo la esperaba y no, tenía fe pero quería ser cautelosa, apostar tanto al recurso del deseo y la estrella era riesgoso. ¡Ah! pero ¡cuando la vi! Toda perfecta, cromada, con canasta en los manubrios ¡con dibujos de estrellitas en el asiento! No lo dudé un segundo más ¡esa bici venía directito de las de allá de arriba, de las galaxias! Había estado esperando por mí durante muchísimos años luz, esperaba que yo la montara para que juntas nos llenáramos de aventuras.

Llegó diciembre y vino la Navidad. Santa solo me trajo dulces, no hubo un regalo grande para mí esa fecha. Lo comprendí, pude darme cuenta que los renos, en su recorrido, extraviaron una bici veintitantos días antes.


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