Una ventana inmensa: Aída Escobedo
"Una ventana inmensa" es el taller de poesía en prosa dirigido por Manuel Parra Aguilar. Tomamos este espacio experimental para difundir su labor. Turno de Aída Escobedo.
"Una ventana inmensa" es el taller de poesía en prosa dirigido por Manuel Parra Aguilar. Tomamos este espacio experimental para difundir su labor. Turno de Aída Escobedo.
Por Aída Escobedo
Puebla, México, 23 de septiembre de 2021 [02:01 GMT-5] (Neotraba)
Heliocrombos de petardos zigzageando mar allá, ósculos reparto ven volar a quien ya fue. Mañana invitaremos derrapales, mañana nos haremos niebla, mañana ausentaremos ostias, mañana novaremos rieles Hoy guturo guacamayas de reales astrofismas, una vez guturélas y no se me olvidó jamás. Hoy guturo que patricios que me digo que guturo. Hoy guturo un gato galactoso hoy guturo de sabor. Cantos Esferas de papel Y marionetas Mañana lascuramos en hipérrimos sulfures Mañana socavamos de malévicos xenones Mañana Derretiremos fuego hoy purulo Mañana conejo que se aleja Mañana de olas aerocombas –Heliocrombros escombros del ayer Ya no los quiero– Hoy es una palabra que no me enseñaron y que debe arrancarme ciertas plumas Hoy depilo mis homóplatos crispáceos y suturo maremotos navegando mis cutículas
No atendí aquel graznido alarmante: estaba adentro del carro, ahí era donde quería estar. Iba atrás del copiloto capturaba las líneas blancas de la carretera que la facia devoraba a 180 Salimos de una galera escandalosa y llena de santos con piñas de cabeza sabor madera fermentada nuevos afectos sobre dopamina como cenizas en la boca del estómago que se posan sobre ojos acentrados y se exhalan desde el anticongelante tapado cuya lengua dice e s t á s v i v a como cenizas se abre un portón hacia un muro que esquiva la defensa y sus altas son realmente intermitentes, sus luces, más que calaveras de reversa, cristales estampados en la corteza de un Tule legendario e s t á s v i v a como cenizas cuyo escape se meaba en zona prohibida. Su humedad quedó grabada en las burbujas del asiento combinando mi olor con vestigios de vómito el acelerador me remite con pisadas de clavo un baile arrítmico –¡desde ese entonces, fíjate!– de un principito que salta a soldado de plomo y que pintaba también la línea blanca en su concreto e s t á s v i v a lo cuento mirando de soslayo la nostalgia con mi mirada acentrada sorprendida en su reflejo en donde ahora cuando mis zapatos no soportan el ardor del sol en el cemento lo que más deseo es poder extenderme a cuatro llantas a 180 y conducirme a su voz.
Estaba adentro del todo, en las islas férreas y sus panzas de hierro. miré hacia arriba: la luna se caía lentamente, lo suficiente para disfrutar el miedo. Salí de mi engrane a tocarle a la vecina pero desde afuera escuché un pleito: su esposo le aventaba ladrillos y decía ¡Es que debiste quemar las manzanas! Pum, bloque en el suelo. Quemar y entonces mirar al horizonte El Popocatépetl estaba más iluminado, tenía nieve, vi a la falla en la Matrix en su bicicleta llevar un nido de cigüeñas, lo seguí hasta perderlo de vista y los ladrillos seguían cayendo, nunca toqué la puerta. Un sabor a sangre me hizo regresar a mi engrane, escupí al ratón en lugar del diente y el asco no fue tanto como para despertarme: lo coloqué en un plato le eché sal se lo di a Arturo. Me senté en el sillón abrí Bancomer Móvil para pagar unos vestidos, cuando le di en aceptar una ventana se apreció en mi pantalla, me mostraba unas mariposas gigantes tocando como hippies en pradera la guitarra: transferencia exitosa. Al final me llegó un olor a basura fui al cesto, le quité la tapa vi los ladrillos de la casa de mi infancia, –rosas como mi infancia rosa– derretidos de cera en sus escombros de Agua Santa.
Aída Escobedo (Puebla, 1991). Es licenciada en Lingüística y literatura hispánica por la BUAP y maestrante en Teoría Crítica por 17, Instituto de Estudios Críticos. Ha sido miembro de diversos talleres de poesía y escrituras expandidas y experimentales. Trabaja en su primer proyecto, ya quiere terminarlo.