¿Te gustó? ¡Comparte!

 Por Raymundo Gomezcásseres

Colombia, 23 de junio de 2021 [00:01 GMT-5] (Revista Coartada)

Cuando se lee no se aprende algo, se convierte uno en algo.

Goethe

Acabo de finalizar la lectura de Las afinidades electivas , la novela de Goethe que su mismo autor (¡!) calificó como ‘literatura de interés y de aceptación universales (Weltliteratur). Con esa denominación Goethe también se refirió a trabajos como Hermann y Dorotea, y Las penas del joven Werther. Decidí leer ‘afinidades’ después de tropezarme con abundantes alusiones a ella en estudios de diferente tenor, incluidos científicos. Eso, sumado al vacío de mi desconocimiento de la obra me hacían sentir como el ‘patito feo’ de los lectores o, mejor, como un ignorante, sobre todo porque a lo anterior se añadía el valor agregado del vergonzante silencio que estaba obligado a guardar en momentos en que, reunido con amigos parlanchines de literatura, algunos, o todos, se referían a ‘Las afinidades…’ con prolijidad de conocimientos valorándola como una de las cumbres de la novelística mundial. ¡Qué sensación más horrible! ¡Qué vergüenza! Pues bien, el asunto es que la lectura de la tal Welt-Roman  (acabo de inventar el terminacho), me produjo un aburrimiento cuya mejor descripción es una palabra fea: ‘terminal’, en la acepción usada para referirse a las llamadas ‘penosas enfermedades’. No tengo empacho en revelar la experiencia de mi fastidio, hacerlo no me produce la más mínima incomodidad, ni frío ni calor, sino la liviana alegría de poder decir lo que siento después de haberme armado de un valor que no tenía, de sacar fuerzas de donde no las había, y de auto-flagelarme con la jodida novela. Entre lo que sentí como ignaro y lo que siento ahora existe la misma distancia que puede haber entre la sensación que se tiene por creer que se ha hecho algo incómodo y pensar que todo el mundo lo sabe sin ser así, y adquirir la tranquilizadora certeza de que solo uno, y nadie más conoce lo que pasó. ¡Eso marca la diferencia entre lamentar y reír!  Como tengo por norma no hablar de los libros que me aburren me limitaré a resumir mi proceso lector y a dar cuenta de experiencias semejantes con otras obras de Goethe, con Goethe mismo, y con creaciones de otros destacados autores… ¡aburridos! Para mí, claro.

Las afinidades electivas - Ediciones Cátedra
Las afinidades electivas – Ediciones Cátedra

Compré ‘Las afinidades…’ hará unos tres meses y enseguida ‘me mandé’ a leerla. Desde las primeras páginas supe que me enfrentaba a un hueso duro pero confiaba en que sería agradable roerlo. Tal expectativa, (reforzada por las sesudas referencias académicas y opiniones a que me referí atrás) pronto se tradujo en desilusión: me costaba entrar en el relato, y el relato no me permeaba, tal es la dinámica que debe emerger de cualquier lectura bien encaminada. Bueno,-pensé- apenas estoy empezando… Pero la sensación de aburrimiento se incrementó a medida que avanzaba, ¡y con qué intensidad! Aun así, dando más trompicones que un beodo, leí diez capítulos. A la par de ‘afinidades’ leía unos ladrillos a los que me referiré más adelante. El asunto es que a los buenos lectores a veces les ocurre lo mismo que a ciertas mujeres que tienen el ropero repleto y no encuentran un vestido de ocasión que ponerse cuando lo necesitan. Congestionado por los ‘ladrillos’, y exasperado por ‘afinidades’, compré algunos thrillers (género que me fascina), y cómo sería de abrumador y aplastante mi aburrimiento con Goethe que, antes de pasar al capítulo once, en escasos dos meses leí; no, mejor devoré; sí, devoré, El enigma de China, de Qiu Xiaolong (300 páginas), Perfil criminal, de John Connolly (660 páginas), ambas de Editorial Tusquets; La verdad sobre el caso Harry Quebert, de Joël Dicker (700 páginas); además el texto de periodismo narrativo de Gay Talese, El motel del voyeur (230 páginas), ambas de Alfaguara. A medida que satisfacía mi adicción por la novela negra, picaba aquí y picaba allá en lo que líneas atrás denominé ‘ladrillos’: La cábala y su simbolismo, de Gershom Scholem (Ed. siglo XXI), y  Mahoma, la biografía del profeta escrita por Karen Armstrong (Premio Princesa de Asturias 2017, Ed. Tusquets). Estos últimos exigían consultas colaterales que me reclamaban tiempo extra, pero las asumía con intensa curiosidad y entusiasmo. A lo anterior agrego la lectura de Rolling Stones (Los viejos dioses nunca mueren), escrita por Stephen Davis, (700 páginas), Editorial Swing. Mientras, Las afinidades electivas languidecía al alcance de mi mano con un separador encajado en la página 80: ‘ad portas’  del capítulo 11. Solo cuando finalicé la lectura de los relatos policiacos, del libro de Talese, y la biografía de ‘los Rolling’, y habiendo quedado sin un ‘buen’ vestido que lucir, agarré de nuevo a Goethe. Reapareció el aburrimiento. Ni por decencia me voy a disculpar con los goethianos furiosos.


¿Quieres seguir leyendo? Visita a nuestros amigos de Revista Coartada en : https://ellaberintodelminotauro.com.co/2021/07/08/aburrimiento-leer-goethe/


¿Te gustó? ¡Comparte!