¿Dónde dormirás esta noche?
En la arena de alguna playa. En el aire. En el abecedario. En el fuego. Con otra mujer. Con otro hombre. ¿Con quién dormirás esta noche?
En la arena de alguna playa. En el aire. En el abecedario. En el fuego. Con otra mujer. Con otro hombre. ¿Con quién dormirás esta noche?
Por Israel G. Castro
Ciudad de México, 20 de junio de 2020 [00:01 GMT-5] (Neotraba)
Para Aidee, por su próximo cumpleaños.
Si solo fuera porque tú me quieres
Luis Alberto de Cuenca
y yo te quiero a ti, y en nada creo
que no sea el amor con que me hieres…
Quizá en la arena de alguna playa, arrullada por el ritmo del oleaje que la luna cela desde otro espacio, vestida con la sal y la espuma de las orillas. Tu respiración será un canto de sirenas que encantará a los mortales, como en otros tiempos encantó a olvidados héroes, el llamado agitará el océano y un monstruo marino o un dios arcaico (nunca lo sabrás), te jalará hacia su hábitat obscuro e insondable, donde esperan todos los hombres que amaste, y que aún te aman, los condenados al olvido. Sus bocas buscarán tus senos y su sexo intentará unirse al tuyo, quizá uno lo consiga antes del amanecer y despiertes en la orilla del mar, a salvo y con la sensación que dejan las pesadillas, los sueños que no se cumplen o la vigilia que se tergiversa, la vida misma.
Tal vez en el aire, donde residen las cosas que nos ayudan a sobrellevar la belleza y el horror de estar vivos. Hablo, por ejemplo, de la música, del grito de dolor y el gemido de placer, de los papalotes que hacen feliz al niño y despiertan la nostalgia del anciano, del amor y el odio que alumbran el resto de las pasiones humanas (sabes, acaso, que el amor y el odio engendran lo que podemos sentir). En el aire, para que seas la ausencia que presagia el fin de la vida y la insignificante bocanada que nos ampara de la muerte, el suspiro que todos tenemos y nadie posee, cual fetiche que huye de nuestra fe.
O en el concreto, al abrigo de hombres y mujeres cuyo detrimento se pasea digno y acicalado en el traje de la indigencia, entre respiraciones torvas que guardan el tufo de los peores alcoholes, esos que probé en mi mocedad y ahora me hacen tanto daño (siempre menos del que me procuras). Sobre el asfalto de esta ciudad que amo y desprecio a partes iguales, porque se parece a ti en lo profunda y volátil, para mi desgracia y deleite. A ras de suelo, como la mendiga que brinda una limosna de amor, comprensión y complicidad en una botellita de alcohol.
En el abecedario. Donde habitan las letras que dan vida a las palabras, todas, las que brillan por los siglos de los siglos en una canción o un libro (no todos los libros ni todas las canciones, afortunadamente), las que se apagan dando equilibrio al mundo y las del lenguaje onomatopéyico o gutural que se articula en el centro de la dicha y el dolor. Duerme sobre la lengua sublime que alude al deseo y la retorica que trastoca el silencio, que tu canción de cuna sea el monólogo interior de la conciencia o la locura. Duerme en el abecedario y al despertar define quien eres cuando no te reconozco.
En el fuego. Quizá sea volver a tu elemento, porque a veces eres una llama del sol acariciando la tierra en invierno y en otro momento eres las flamas del infierno devorando almas y cuerpos. Hazlo y demuestra que fuiste creada para algún uso divino pero un titán rebelde o bondadoso (¿cómo saberlo?), te robó para entregarte a los hombres con el fin de facilitarles la vida, pero los hombres todo lo corrompemos y también te usamos para fabricar armas o inmolarnos. Duerme en el fuego y despierta indemne, dile al guasón que has bailado con el diablo por las noches y luego devora el mundo.
En el silencio. Inciso donde reposa la vida para brindar claridad a las ideas, dialogar con los temores y escuchar la voz de la conciencia (sabes que siempre se escucha, pero, a veces, lo mejor es ignorarla). Duerme y sueña en el silencio que acaece después del amor o la lujuria, del estridente grito de las masas inconformes o festivas, de la música y la oración, quizá estos sean los pocos silencios que valen la pena y el agravio. Duerme en el silencio de los parpados al cerrarse y dime cómo se huye de la vigilia al sueño, sin pasar por la pesadilla.
Con otra mujer, propongo a la que te observa en el reflejo del espejo, quiero saber si te excita o te calma, si descansas o gimes.
Con otro hombre. El acto infiel es tan antiguo como el deseo, sin embargo (te digo que esto es un secreto que todos los hombres nos guardamos), no existe varón que no sueñe, al menos una vez en la vida, a su mujer durmiendo con otro hombre. Los pusilánimes la imaginan con sus amigos o ídolos y los temerarios con su peor enemigo, pero la mujer elige y suele ejercer la tiranía en el amor y la democracia en el deseo, por incoherente que parezca, eso hace iguales a los aspirantes a esposo o amante. Yo soy pusilánime, me gusta imaginar que los lunes, Nick Cave duerme un rato en mi cama, pero no es cierto.
En el insomnio del mundo para que sonámbula complazcas a Morfeo.
En cualquier lado y con quien sea, sólo te pido que no olvides dedicarme el último orgasmo de la noche y el primer pensamiento del día.