Una ventana inmensa: Tadeo Campoy
Poemas del autor del poemario 27 Recuerdos Perdidos y que ahora se publican en la sección que coordina Manuel Parra Aguilar.
Poemas del autor del poemario 27 Recuerdos Perdidos y que ahora se publican en la sección que coordina Manuel Parra Aguilar.
Por Tadeo Campoy
Hermosillo, Sonora, 6 de junio de 2024 (Neotraba)
Recuerda que no hay tiempo, que nada vuelve y duele con la misma intensidad.
El tiempo nunca cura, pues él no sabe de tus dolores.
No sabe de verdades y tampoco de mentiras.
Luego supe que retuve con mis manos lo que había en mi cabeza, perdí de entre mis dedos lo que nunca conocía.
Rezaba por no verte y asumirte imaginaria, producto de una droga o medicina que tomaba.
Y cada instante me suplica, me pide que te traiga de vuelta, que no vale la pena tanta espera.
Me traga la tierra, y me explica que no hay verdad, que eras imaginaria, que me levante y me atreva a caminar.
Que tenga el valor de caminar, aunque duela cada paso.
Caminar hasta que se acaben los zapatos,
Caminar con los ojos cerrados,
Caminar leyendo el cielo, cada trazo de las nubes que reflejan tus deseos,
Caminar cerca del miedo, en los días y las noches cuando invaden tus recuerdos.
Caminar estando loco, pero también estando cuerdo
Caminar hasta que se vaya el último aliento.
Caminar hasta que no haya un suspiro que choque con el viento
Caminar hasta caer desvanecido, sin la fuerza para seguir viviendo.
Al volver a mirar hacia atrás me permito imaginarte de una forma más tranquila, habiendo pasado ya los caminos poco transitados por los que estuviste; ya cerradas las heridas que se abrían constantemente por un cuidado indebido.
No pude hacer más que afinar lo que egoístamente me hubiera gustado que pasara, como hubiera preferido empezar, termina y reiniciar, haciéndote objeto solamente de mi voluble y limitada perspectiva.
De repente soy perseguido por las angustiosas dudas de temores viejos e inestables, aquello que siempre ronda sobre la mente, pero es difícilmente nombrado. A veces no hacen falta razones para despedirse, solamente el valor suficiente para salir de aquel cuarto en ruinas, roído por la autodestrucción. Si no se logra reunir dicho valor, solamente queda imaginarse que es lo que existe del otro lado de esas deterioradas paredes. Hay quienes un día simplemente deciden abrir la puerta, hay otros que intentan romper los cristales, yo he fallado en todos los intentos de encontrarte en aquel mundo tan grande, que ahí fuera se esconde de mí.
Y te veo diluida, te noto adulterada, como si tuvieras otra vida ya empezada, como si mudaras constantemente de piel para olvidar trescientas cicatrices, o como si arrancaras con la imaginación de tu cuerpo todo lo que ya no te sirve.
Me respaldan una serie de trastornos no mortales, una maraña de miedos que arrastro con las piernas y que me invitan a rendirme a diario, al levantarme tan temprano en la mañana, pero tan tarde en la esperanza, tan fuerte por ahí andando, pero tan frágil a tu costado, como si estuviera hecho del cristal más fino y quebradizo que pueda existir.
Vivo siempre por ahí, escondiendo las manos manchadas de alquitrán, ennegrecidas por los viejos calendarios, esperando volver: que regrese el frío a nuestros viejos horarios, que me cuente el viento la historia de cómo nos hemos agrietado Vivo siempre por ahí, con la constante duda de cómo voy a terminar mi vida, sin siquiera preguntarme cómo es que voy a empezar a vivirla.
Fue casi tan imperceptible como el polvo flotando a contraluz, como un pequeño universo en la palma de tus manos.
Entonces aludían mis miedos a una causa ahora insignificante, al terror de perder algo que ni siquiera tuve. Dividí una hora en 3,600 segundos, e hice lo mismo con la hora siguiente, así, hasta perder la cuenta de todas las cuentas perdidas, moviendo un pie sin darme cuenta, ademán de las ansias de salir y correr a buscarte por las venas de la ciudad.
Equívocamente te creí constante,
Te pensé permanente.
No creí tener que adulterarte con recuerdos que inventaste, busqué un grupo de estrellas que me recordaran días exactos, dormir bajo la sombra de un sol que no era tan brillante.
Repetidamente inquieto, errante por mi propia casa, y ausente de mis propios pensamientos, velando en madrugadas que brillaban por tu ausencia, soñando con la idea de vivir a tus espaldas.
Prendiéndole fuego a las palabras, subiendo a las estrellas, inventando tus miradas y muriendo donde sea.
Tengo problemas con mis miedos y, de hecho, nunca les exijo una explicación; solamente dejo que se paseen en mi agujerado pecho, y que usen mis costillas como columpios cuando andan aburridos.
Siempre, por la noche vuelven a hacer ruido desde adentro, y por lo general no me dejan dormir; a veces hacen demasiado barullo como para intentar cerrar los ojos, y otras aparentan quedarse callados, pero sé que están susurrando algo entre ellos, y se miran los unos a los otros; lo sé porque sigo sintiendo sus pisadas entre mis huesos.
Tal vez sea la costumbre de no dormir a una hora establecida, o de escuchar ecos distantes dentro de mí, en un idioma que muchas veces no entiendo, y que me gustaría descifrar; pero nunca he hablado con uno de ellos, nunca me he planteado acercarme y preguntar porque eligieron vivir ahí, adentro de mí. Incluso a veces me los imagino delante de mío, como si fueran personas reales, o como si pudiera tocarlos. Casi siempre los pienso con una apariencia desagradable, demasiado delgados, y con dedos y uñas largas, con unos ojos enormes y amarillentos que reflejan una intención hostil, una intención de conquista sobre el huésped.
Llevo una infancia entera alimentándolos, una adolescencia completa construyéndoles un hogar, y todos los días me recorren por debajo de la piel, y parece que crecen junto conmigo. Tal vez algún día tenga el valor de hablar con ellos, de decirles que no pueden seguir viviendo adentro de mi cuerpo, pero no sé si me vayan a escuchar, ni siquiera sé si me van a entender, pero algún día espero recaudar el valor para hacer el primer contacto.
También sé que cada vez que termino un verso, cada que completo una canción, y todas las veces en las que río a carcajadas, ellos se encojen un poco y empiezan a temblar, como si se hicieran más pequeños.
De una manera tan sencilla, demostrando la simplicidad de estar presente en el momento, abrazas aquella distancia muerta y la conviertes en un momento de sosiego; vuelves sobre tus pasos, y te das cuenta de cuál es la verdadera importancia de un segundo tan inmenso, que duraría varios años visto por la mirada correcta.
Recordando los tiempos de memorias y sueños, acariciabas la luz con la yema de los dedos, y dejabas entrar aquellas palabras por la ventana.
Renacía entre las calles, y me inundabas de causalidades, de un lugar tan pequeño donde todo el mundo cabe, de caminos recorridos mil y doscientas veces, de fantasmas recurrentes, dueños de autopistas, de esperanzas que murieron y sueños que antes de reales, son suicidas y mortales.
La noche dejaba ver su rostro, llenaba de ausencia nuestro espectro visual, y con la última mirada, crepuscular y diluida, así se iban los pedazos de mi vida, los que ya no volverían, los que encima llevan tu nombre y tu olor, adulterado con mi rabia confundida.
Me recuerdas a la luna, la que canta mis canciones, la que se tiraba de balcones y también la que parecía estar dormida.
Me recuerdas también al parque para niños, a las hojas en el suelo, al inconfundible dolor de mis huesos.
Te voy a recordar toda esta vida, y luego en algunas otras más, ya que pase tiempo suficiente para volver a respirar, y luego se despedirán; mi memoria y tus pasados, de nuevo se diluirán.
Y así como se van, se volverán a encontrar, mezclándose con el siniestro paso de los años, con momentos vacíos, y algunos otros tan llenos de nada.
*Los poemas aquí presentados pertenecen al libro 27 Recuerdos Perdidos.
Tadeo Campoy. Licenciado en Gestión y Desarrollo de las Artes por el Instituto Tecnológico de Sonora, donde como parte del programa académico realizó guiones para obras de teatro, redacción periodística y creación de relatos breves. Ha colaborado con la redacción escrita para eventos como el Festival Tetabiakte en su 16va edición, y el festejo del día mundial del teatro llevado a cabo por el Departamento de Cultura Municipal de Cajeme. Actualmente labora como redactor Web del periódico El Imparcial, en Hermosillo, Sonora. Es autor del poemario 27 Recuerdos Perdidos, y de la novela La Noche Más Larga.