Una ventana inmensa: Nataly Rodríguez Jaramillo
"Una ventana inmensa" es el taller de poesía en prosa dirigido por Manuel Parra Aguilar. Retomamos este espacio experimental para difundir su labor. Turno de Nataly Rodríguez Jaramillo.
"Una ventana inmensa" es el taller de poesía en prosa dirigido por Manuel Parra Aguilar. Retomamos este espacio experimental para difundir su labor. Turno de Nataly Rodríguez Jaramillo.
Por Nataly Rodríguez Jaramillo
Bogotá, Colombia, 14 de enero de 2021 [GMT-5] (Neotraba)
Una ventana inmensa es el taller de poesía en prosa dirigido por el poeta Manuel Parra Aguilar, desde Hermosillo, Sonora. Neotraba retoma este espacio experimental para comunicar a sus lectores las creaciones de dicho taller. Abrimos dicha sección con los poemas de Nataly Rodríguez Jaramillo.
No transitaremos estas calles de nuevo. Habrá desaparecido lo que significó un encuentro. Los cafés, las librerías, los restaurantes, el cine… Todo aquello habrá desaparecido y no recorreremos estas calles de nuevo. Seremos otros, otros que quizá sobrevivirán en una ciudad que también será distinta. Sin nostalgias, la vida transcurrirá, ahora más ligeros de equipaje, aunque todo aquello haya desaparecido.
Hubo una vez un tiempo en el que los humanos solían abrazarse; abrazaban la tristeza de un amigo, el duelo de una pérdida o la alegría de un reencuentro. Hubo una vez un tiempo en el que los humanos soñaban con viajar; a otros mundos viajaban, a otras latitudes viajaban; los empresarios lo hacían por negocios y los poetas en busca de otros mares. Los humanos planeaban fiestas y agasajos. Planeaban cumpleaños, aniversarios y casamientos; partían el ponqué y bailaban un merengue al ritmo de la tambora, al paso del acordeón y al toque de la guitarra. Esto fue en aquel tiempo que hubo una vez. Los humanos solían amar, amaban en encuentro desprevenido, amaban la canción de la radio, las pequeñas cosas de la vida… Los humanos escribieron historias, novelas y cuentos, porque no pudieron vivirlas; porque no pudieron vivirlas, por eso las escribieron.
Si la vida fuese una prenda de vestir, la llevaría a un sastre para que la remendara y le cosiera sus tirantes rasgados con los hilos del silencio en sus múltiples colores. Si tuviera tiempo, la lavaría con mis manos y dejaría que el sol la secara en el patio vacío de mi casa. Si no tuviera miedo, me desharía de este traje formal y usaría la blusa de bordados para verlo todo ante las implacables agujas que arrastra la noche. Pero este atuendo se descompone en mi cuerpo, tiene la palidez propia de un vestido desgastado y tantos huecos como unas insulsas medias rotas.
Mis pies se hunden en la esponjosidad de estas baldosas. El gris de las paredes refleja la presencia del encierro. Parecen suaves, pero su pintura es tan áspera como una hoja en blanco. En esa habitación solo encuentro un inodoro incapaz de ahogar este abatimiento. Tropiezo con cuerdas, cajas y enchufes averiados como un hábil invento del silencio. De este abandono rinde cuentas un calendario detenido en el día de los adioses. En el patio vive un espantapájaros con manos desechas por el óxido que logran explotar mis sienes, mis oídos, mi vida toda… Quisiera encender las cenizas en las que solíamos hervir el rencor y almorzar entre miserias (de esas que se perciben en la televisión ante la desbordada violencia patológica). Pero solo coincidimos en el moho de la alacena y dos platos vacíos. Las vigas que me sostienen están corroídas por la ineludible enfermedad del recuerdo.
Aquí estamos de nuevo, sentados frente a los músicos. Solo una mesa, dos vasos y tus cigarrillos. Aquí estamos de nuevo, la nota aguda del violín evoca mi tristeza. Aquí estamos de nuevo, pones tu mano junto a la mía, pero ya no te siento.
¿Cuánto dolor es capaz de aguantar una persona? El que soporte cada segundo en el tic tac. ¿Qué ignoramos del primer dolor? No concebidos aún. ¿Cuándo dejarás de doler, dolor? En el exhausto destino ¿Hasta la hora del crepúsculo? Hasta la última hoja del otoño. ¿De dónde sacas lo que vomitas? De la sed del mar ¿Por qué no te transformas en llanto? Porque la amargura ahoga. ¿Cómo es el rostro del dolor? Párpados inocentes, boca pusilánime. ¿A dónde se van tus inquilinos? A consolar la tristeza en el piano. ¿Cómo pruebas tu existencia? En la vida que no duele. ¿Qué no es el dolor? Una herida, una pérdida. Es la náusea que te habita. Sientes la vida cuando duelo.
Nataly Rodríguez Jaramillo. Colombia, 1988. Ha participado en talleres, concursos, recitales de poesía, tales como el Taller Alejandra Pizarnik- “Hasta nueva orden no cantaremos al amor”, Taller Raúl Gómez Jattin “En vez de hijos unos menestrosos poemas”; en el Taller Distrital de Poesía con el Instituto Distrital de Artes (Idartes) 2020, el Taller de Literatura del Ángel Editor; en el XI Concurso Nacional del Libro de Poesía – Universidad Industrial de Santander (UIS) de 2019, en el Concurso Nacional de Poesía “La palabra, espejo sonoro” 2019 de la Casa de Poesía Silva, y en recitales de poesía como Hoja Negra, El Lobo está en el Bosque y otros. Libro: Receta para misántropos (en proceso de publicación).
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Me Encanto, muchas felicidades .
Gracias por tu comentario y lectura. Se lo haremos llegar a la autora.