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Hermosillo, Sonora, 20 de junio de 2024 (Neotraba)

El elementista

Entre el tumulto de aliados ordenados por el día, en la tierra de los ángeles abandonados por el sol, veía con ojos de tigre el cielo escarchado con una peculiar mezcla de lava y hielo, en esta vida llena de muertos, llena de muertos en vida, en esta muerte de la vida, es la vida de la muerte, es una vida muerta. En las mamparas donde se esconde la realidad solitaria de los cerebros encadenados que son esclavos del silencio, entre claveles desiertos, entre toxinas libres que recorren la injusticia de cada poro gris del riel…

Ahí me hallaba y mis padres conviven con la amarga conciencia de dicha concepción. Decidido a develar lo gris tras las mantas de esta vida, crítico del vago pensamiento que tiñe con sangre esta eternidad, este elementista que lleva toda una vida describiendo la misma, habla en calma con el caos, discute en caos con la calma. Pues entre delirios de barcos, en los faros de los árboles, las reminiscencias del exterior, las sales de las cuevas, la mudez del mundo, las plantas huecas y los mares vulnerables de las nubes en tsunamis ácidos.

No seré yo el juez que suscite un vano favor, ni tampoco el amoral que lo elimine,

No seré yo el percutor de una bala directa, ni el ejecutor de un cañón infestado,

Ni quien avale maldición tras un «Amén», ni quien cubra la maleza con un papel, porque soy caos o soy calma o soy árbol o soy vida, ¿qué soy? soy elementos, soy aire, soy agua, soy fuego, soy tierra… ¿qué soy? ¿qué soy? ¿Me reinvento o me deshago?

Vagando por el ruido espaciado e incursionando por el silencio sepulcral de las plantas, escapando de los escalofríos risueños y del hastío de las mantas secas y húmedas, desdeñando la anestesia que soslaya lo intempestivo. Con la eterna energía de las tenebrosas bridas de la madrugada descubierta por las tétricas tandas tras las alas del saber, me hicieron ver los errores vitales que solo han traído caos y me han hecho llegar al mío. Estando en el último tramo de mi estadía en estas vías, ¿será la única? ¿será la última? O será que viví engañado creyendo que lo soy todo y si lo soy todo… no soy nada.

El cuerpo de la vida

La vida prepara los rieles del amanecer, la noche dibuja mil astros que se encuentran en una cita con la luna, la voz afónica del animal, sus huellas en la arena, el vuelo de las aves, el camino de los insectos, la crisálida de la naturaleza desde el principio de los tiempos, las mellas de las sonrisas que dibuja una vida sorprendida, los huesos magullados por el silencio, la piel carcomida por la indiferencia, la frialdad del metal, el artificio procesado, las palabras calladas por un soplo de vacío, ¡no hay nada fuera de él!

Pero más alto y más lejos… en las sendas de la profundidad del éter que se esparce sin cansancio y escarcha de un color intenso la manta que protege al mundo, ahí nacen mil soles que enfatizan lo dulce de la nada, lo vil del cosmos que nos encierra en mil auras de misterio y sólo nos ofrece un pedacito de aire y un segundo de respiración para seguir habitando el cuerpo de la vida.

Mira arriba… las estrellas no son lo único fugaz; los sueños, los anhelos, el vasto nudo que nos sobrepasa, es fugaz, es pequeño, es efímero; así es el cuerpo de la vida, así es el veneno de las pequeñas gotas de placer contenidas en un inocente halago asesino que pronto muere. Así es el ego, así lo es todo y así nuestros ojos admiran la promesa del vacío y la de un inefable oscuro sempiterno y abrazamos el dolor, el calor, el color, el desgano, la lentitud y la rapidez y el todo y la nada, pues nunca terminaremos de conocer su pulcra infinitud. El cuerpo de la vida es tan intenso como un suspiro del mar, como los deseos de una montaña, como las últimas palabras de una estrella, como el descanso del alba o como el nacimiento de un cachorro o como el rojo silencio del viento o como el viaje de los horizontes hacia su muerte. Y el caos, áspero y severo, descansa en la lengua de su corazón, en el arca de sus bellezas y en sus pulmones. Y nos uniremos a él, cuando las nubes nublen nuestro sendero, otorgando su final.

El santuario del silencio

En el santuario del silencio una mirada exhausta se calla –porque el reloj de la existencia no perdona–, los murmullos y los gritos se escapan a destajo y un ánimo cansino palpa el abismo. Sus manos cansadas apuntan al silencio que los mata poco a poco y los meses pesan en las mesas que los mecen, pues en el débil fulgor de un orgullo moribundo y en el frío calor de una risa obsoleta el silencio reina.

El silencio gobierna a los pequeños emperadores de la nada que lloran gotas de fuego, esas que se pierden en el laberinto del espejo donde se miran cada vez más solos y más viejos. Pero al último segundo del amargo reloj sus últimos suspiros se derretirán en una blancura apagada y romperán las cadenas del tiempo, tiempo doliente, tiempo gradiente, tiempo desbordante… y se terminarán de marchitarse tras la última campanada del despiadado santuario del silencio.

El eco del silencio

Ante un lirio cayó el valiente álamo y ante el anzuelo de la noche cayó el pez, así cayó una sonrisa fingida ante el mundo de metal que la asfixiaba. Una mano que buscaba calor y ahora gazas, unos labios quemándose en las brasas de una pasión apagada, tardía y solitaria… así cayó una risa entrecortada de la cual hoy se desborda el sonido de su dolor… en el eco del silencio.

Alcanzar una nube de vida

Un solo latido basta para borrar una huella, un solo grito basta para perderse en el laberinto de un ojo congelado, de un labio derretido en un intenso rojo muerto por el grito de un secreto sin palabra, un solo soplo de fuego basta para congelar una chispa de indiferencia y una sola lágrima basta para perlar un suspiro de muerte y alcanzar una nube de vida.


José Ángel Rendón (Hermosillo, Sonora, México). Marxista; amante del arte y la filosofía. Actualmente cursa la Licenciatura en Literaturas Hispánicas en la Universidad de Sonora. Ha participado como coautor en los libros de poesía Gritos poéticos y Memorias del olvido, además en los libros de cuentos Despedida sobre papel y Laberintos de la locura I.


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