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Ciudad de México, 12 de agosto de 2024 (Neotraba)

Para el poeta y amigo Demetrio Vásquez

Apolinar

1.     JARDÍN DE LA UNIÓN, AQUÍ ES BABEL

Aquí es Babel. Lengua que da la vuelta, carrusel de fantasmas, sobrepoblado andén, en torno de esta aldea en donde caben sin visos de derrumbe las muchas expresiones de la modernidad. Todo convive y ríe. El amante frustrado lustra su corazón en cualquier retahíla de muchachas o compra algo de olvido en el Bar Luna con sólo saludar a algún viandante. La chica japonesa ha conocido al fin su sol quintado: un holandés oriundo de estas tierras: cabello zanahoria, risa franca, y ella cómo se entera que él se expresa en spanish gregario de Tepito. El estudiante suizo ha encontrado en un león del Teatro Juárez su beca más amable y en su cámara guarda ansiosamente las muestras evidentes de su genio. El dueño del expendio de pollos “la muralla” en la calle central de Chignahuapan, se pasea orgulloso de sus ciento diez kilos y ribete con maneras de gringo reventado: bermuda color fucsia con parches satinados en las nalgas y vuelo que le roza los talones, playera cuatro equis del América, sandalias de gallón para que luzca con toda propiedad su pie de atleta. Mariachis que nunca saben tu canción favorita. Vendedores de hamacas, sombreros de palma sosegada y cachuchas taiwanesas; chicas solas que sorpresivamente no admiten compañía.

Desde un balcón contiguo al ‘Valadez’ nos divisa el fantasma repleto de poesía del gran conversador y hombre de mundo Paco Azuela. A estas horas la panorámica de ‘el Pípila’, parece destellar su Tren de fuego.

[De refile, le lanzo un albur sideral a ‘la giganta’, celadora expectante de un Cuévano de sombras, ademanes, insomnios y sinuosas callejas].

Y gringos, ¡qué carajo!, muchos gringos: sin ellos no sería el ‘Jardín de la Unión’.

2.     BESO A LA MOMIA

De la larguísima fila de cadáveres expuestos en aquella infamante catacumba (galería, grieta a la eternidad a noventa pesos el boleto) destaca, sobre todos, el nonato prendido con alambres al vientre de su madre en trabajo de parto hacia la muerte.

Es la imagen más tierna y también la más perversa.

¿Quién podría decirnos que no es ésta la estampa que da voz a esos seres contrahechos, que parecen gritar hacia el infierno la desventura de no poder concluir su tránsito de polvo?

De sus bocas abiertas, crispadas, quizá en un gesto de horror a su no vida, a su muerte imperfecta, brota la enunciación por muda concluyente (a través del diminuto actor de este sahumerio) de que el más cruel y pútrido vacío es el silencio.

Curiosamente, el que nunca nació, el que asfixió a su madre con su amor abortivo, es quien ahora charla en el mejor lenguaje de la muerte, por todos.

Antes de proseguir nuestra morbosa tropelía, escuchemos a este conato de niño, sin lumbre, disertar sobre el limbo y su seno nauseabundo.

Pongámonos en actitud de beso a la placenta más sombría, agrandemos las cuencas de los ojos, que nuestra cara sea toda pómulos y dientes, extinta nariz, sienes hundidas: ajustemos nuestro espejo a ese atisbo de vida en su indumento de rey venial de la carroña. Que duela el beso, que sangre icor de dioses frente a la faramalla del dinero.

3.     TÚ LAS TRAES, TOÑO BANDERAS

Sí. En aquella plazoleta antes había un Mezquite loco (también denominado Ciclamor, Cercis o Algarrobo), justo como el árbol del que, veinte siglos antes, se colgó supuestamente, arrepentido, el apóstol traidor. El árbol se secó, pero no la truculenta historia aledaña a él, de que ciertas noches de luna aún se ve en el alto muro oeste –bajo el brazo siniestro de la cruz del conventillo– la sombra de Judas columpiándose.

Ahora nada más queda la antigua jardinera reducida ya a unos cuantos ladrillos chimuelos (nostálgicos de rondas infantiles de tiempos ya muy idos) dispuestos aún en forma circular. Alrededor del fantasma arbóreo y su leyenda, tres / cuatro niños apuran sus haberes de infancia. Uno de ellos jala del hombro a su hermano mayor y echa a correr hacia un rincón sombrío del callejón apestoso a orines de turista y a vaho del obrador de vísceras bovinas que se anuncia a unos treinta metros cerro arriba: ‘¡Tú las traes, tú las traes!’, grita el niño.

Atrás –sobre Cantarranas– vemos el teatro Principal quejumbroso de leyendas, y casi enfrente, el rótulo ruinoso de aquel bar tan conocido que desde mi cursi testimonio ya ni existe “FBI: Famoso Bar Incendio”, fundado en otra ubicación en 1917 y recién aterrizado, después de Cantarranas, en la presúbita Juan Valle.

Famoso y antiguo sí, pero también sórdido, inmundo, desaseado a cual más. La última vez que estuve allí, atestigüé un insólito desfile de cucarachas a ritmo de danzón que salían ordenaditas, pachangueras, y se perdían en el extremo más sucio de la barra que alojaba un altero de cajas vacías de cerveza, cáscaras y bagazo de limones, un tambache amarillento de periódicos y aquel ventilador que soplaba cochambre, telarañas y eructos rancios de paisano alcoholizado.

Como reloj de tic tac aguardentoso, cada cierto tiempo el barman de apodo ‘Engendro’ daba cuenta al animado corro de borrachos que ‘el Toño Balderas’ (así literalmente lo nombró) había estado acodado en esa misma barra, filmando escenas de la trilogía “El Mariachi”. Y señalaba con el índice hacia un alto taburete pintado de oro viejo: ‘¡Allí mismo estaba sentado el galán cuando agarró la guitarra y se aventó la rola esa, tan perrona!’

Aún no me queda claro si realmente Antonio Banderas filmó en tal bar guanajuatense. Es cierto, sí, que el español estuvo en la ciudad, actuando escenas de esa famosa trilogía, que quizá ya predecía lo que hoy ocurre prácticamente en toda América: balazos por doquier (el infumable Donald Trump acaba de ser actor protagónico de un churro nebuloso justo en las barbas del otro, el real FBI). La única locación documentada hasta la fecha, es el espacio conocido como ‘Museo de los Poderes’. Pero eso sí: el histriónico barman cumplía de sobra con la pinta de truhan que hubiera justificado su presencia en aquel avieso rollo.

[Lo más probable es que aquella historia repetida hasta la saciedad por ‘el Engendro’ fuesen sólo patrañas del cantinero cuevanense montadas sobre algún débil viso de verdad].

Cuando abandoné el Famoso Bar Incendio (FBI, para los aficionados al cine negro descafeinado) la rockola tocaba justamente “El Mariachi”, se escuchaba a lo lejos el campanear solemne de la Basílica de Nuestra Señora de Guanajuato llamando a misa de siete, y el barman a cuadro vocalizaba a grito partido siguiendo el palpitar de la rockola:

                              “Me gusta tomar mis copas,
aguardiente es lo mejor,
también el tequila blanco
con su sal le da sabor.

Ay, ay, ay, ay,
ay, ay mi amor.
Ay, mi morena
de mi corazón”.

¡Tú las traes, tú las traes, Toño Balderas!


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