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Eduardo Galeano. Imagen cortesía de Andrea González.
Eduardo Galeano. Imagen cortesía de Andrea González.

Por Andrea González.

Aunque mi amor esté loco, mi razón calma los más fuertes  dolores de mi

corazón diciéndole que espere y sea paciente por siempre.

Erotómana de 50 años.

 

Por siglos se ha mantenido una interminable relación dialéctica entre sentir y pensar, filósofos como Heráclito o Parménides ya hablaban de ella. Con el arribo de la ilustración, y su elocuente discurso a favor de la razón se fue consolidando esta contradicción, pero sobre todo la superioridad a favor de la primera. Incluso podríamos decir que ésta encuentra su sustento en las ciencias duras, es decir en la biología, cuando Carlos Lianneus en 1758 acuña el término homo sapiens, “hombre” que piensa, el hombre que por dicha característica se diferencia del reino animal y que sin embargo, no acepta que también es capaz de sentir.  Pero ¿por qué si nos creemos superiores por nuestra capacidad de pensar no nos creemos superiores por nuestra capacidad de sentir?

La contradicción entre sentir y pensar se ha acentuado con el desarrollo de la modernización, la cual está caracterizada por aquella racionalidad descrita por Weber. Hoy en la era de la posmodernidad, tal como lo asevera Ritzer podemos encontrar un incremento de dicha. La racionalidad formal es una característica que predomina en occidente, y que conlleva “reglas, leyes y regulaciones universalmente aplicadas”.  Así pensar es homogeneidad, sentir es heterogeneidad. Sin embargo, esta advertencia no nos ha salvado del culto excesivo a la razón, hemos interiorizado una excesiva necesidad a pensar y un excesivo miedo a sentir.

Esta contradicción se torna un tanto irónica. Podemos observar miles de páginas, libros y cursos que llevan el título “Aprender a pensar”, y yo me pregunto ¿Se puede aprender a pensar? Más bien aprender a pensar se ha convertido en una necesidad, una exigencia del sistema. Pero el hecho de aprender en tanto implica la transmisión y por tanto la reproducción de “conocimiento” se convierte en un dogmatismo que los seres humanos aprehendemos. El pensar se ha convertido en un instructivo. Por ello el pensar se aprende, el sentir se vive.

Sentir, una palabra que debería servir para repensar al ser humano e incluso para cambiarlo, se ha convertido en una coyuntura los poderes fácticos para el no reconocimiento de la otredad. Y así solemos decir el pintor siente diferente, el músico siente diferente, la mujer siente diferente,  en oriente sienten diferente, y me pregunto si realmente sentimos diferente. No me atrevería a aseverar que todos los seres humanos sentimos de la misma manera, ni siquiera podría decir que sentimos parecido, nuestra constitución biológica, psicológica, social y cultural es siempre diferente. Y así un científico piensa más y siente menos, un hombre piensa más y siente menos, en occidente se piensa más y se siente menos. ¿Acaso podemos ser categorizados por nuestra manera de sentir? Creo que aún no hemos comprendido que el grado de diferenciación en la sociedad es mayor del que se puede experimentar en otros ámbitos. Realmente es abominable que un verbo tan característico del ser humano se utilice como una forma de remarcar las relaciones de superioridad e inferioridad al sobreponer el pensar ante el sentir.

Afortunadamente nos encontramos en la época de las síntesis teóricas, y hoy podemos consentir la unión entre el sentir y pensar. Esta preocupación nace fundamentalmente para satisfacer las necesidades epistemológicas, ya que siempre el científico se encuentra ante la disyuntiva de sentir o pensar. Y es que realmente no puedes desaprehender esta característica, no puedes decir en este momento solamente voy a pensar y a ser racional, y dos horas después decir en este momento solamente voy a sentir, porque ambos están presentes siempre en nuestro interior, tal vez un ejemplo de esto sea aquella frase escrita por Nietzsche la cual afirma que “Siempre hay un poco de locura en el amor, pero siempre hay un poco de razón en la locura”.  La reconciliación entre el sentir y el pensar, es algo que va más allá de la ciencia y el conocimiento, es algo que está ligado a nuestra naturaleza humana.

Es importante puntualizar que la síntesis pensar-sentir, es una situación que no es exclusiva de la comunidad científica. Es hasta curioso, pero precisamente son personas ajenas a este ámbito quienes han aportado las nociones más importantes para la resolución de esta dialéctica.

Quisiera mencionar principalmente a dos personajes de la literatura, la primera Leonora Carrington. Carrington es una pintora y escritora mexicana, quien es considerada surrealista. No podríamos decir que ha elaborado toda una teoría epistemológica acerca de este conflicto, sin embargo en una sola de sus frases ha aportado mucho más que cualquier científico. La frase a la cual me refiero es la siguiente:  “la razón debe conocer la razón del corazón y todas las demás razones”. Con esta metáfora se reconoce que en el sentir existe el pensar, y no sólo eso, sino que también es expresada como una necesidad, y una obligación.

El segundo personaje que me gustaría citar es Eduardo Galeano quien puede mencionarse como uno de los  principales generadores de la reconciliación de dichos términos. Galeano retoma una palabra creada por los pescadores de la costa colombiana, “sentipensante”. Sin duda, este puede considerarse como uno de los términos que ha revolucionado todo el pensamiento de nuestra época, y tal vez como el mismo Galeano afirma representa “el lenguaje de la verdad”.  Galeano expone ¿para qué escribe uno, si no es para juntar sus pedazos? Desde que entramos en la escuela o la iglesia, la educación nos descuartiza: nos enseña a divorciar el alma del cuerpo y la razón del corazón. Este término expresa la necesidad de forjar un nuevo tipo de seres humanos, seres sentipensantes.

Ha llegado el momento de deshacernos de los atavismos sociales y biológicos, de asumirnos como actores y no como sujetos que conservan los valores racionales que la sociedad moderna nos ha inculcado desde la ilustración. El pensar nos liberó de una época, y nos esclavizó en otra. Hoy se expresa la más profunda necesidad de liberarnos de esta prisión intelectual que impide que el ser reconozca el sentir. Probablemente pensar sea más irracional que sentir, o tal vez sentipensar sea más racional que solamente pensar. Debemos intentar romper con el paradigma de la razón, y abrir nuestras posibilidades, ya que ésta es la única manera de evolucionar. En consecuencia,  poder repensar nuestro pensar es una fundamental.

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