Por Rosario Valcárcel.
Desde la Atalaya de mi mente/desde allí no se ven las ciudades/desde allí se ve con el corazón/donde reside el viento que me trae tu voz/ desde allí si hablas todo estará en equilibrio.
Orlando González
A pesar que desde muy joven Orlando González tenía una inclinación hacia el dibujo y sacaba unas notas excelentes en sus clases, sus primeros pasos artísticos comenzaron en 1982 en la Escuela Luján Pérez, con nuestro pintor Felo Monzón. Y al igual que otros pintores, él comienza experimentado en el dibujo y en las técnicas. Realiza composiciones, óleos sobre lienzos con los objetos y la realidad tal como la ve. Pero muy pronto la pintura adquiere un papel importante en su vida. Dan fe de ellos los muchos dibujos y lienzos que durante ocho años realizó.
Y llegaron los años noventa cuando nuestro pintor realizaba Bodegones y Paisajes a los que se les puede atribuir un carácter romántico. Vasijas que a pesar de ser uno de los primeros ejercicios reflejan la tibieza de las cosas recién creadas, como el de las lecheras que pertenece a su colección particular, y apunto como dato curioso, que fue pintado en la casa-taller de uno de sus primeros profesores Miró Mainou.
En esa década de los noventa crea una pintura definida, escenas de Paisajes insulares, de su infancia, de su adolescencia. Así se adentra en sus espacios preferidos: montañas, valles, barrancos, un bosque de pinos olvidados. Vistas en que casi siempre insinúa un cielo sedoso que respira, o unas nubes que se ensombrecen, como son los caseríos, creados de una forma que parece casual, con líneas simples y un punto espontáneo, pero que logra una buena conjugación de colores y tonalidades dulcificados. Así podemos ver el pueblo húmedo de S. Mateo o de Temisas realizados con colores verdes. O estirar el cuello para observar las cumbres de Tejeda que miran a Tamadaba. O el Barranco de la Mina con un sentido de soledad o de melancolía profunda y sensible. Obras de las que nuestro pintor se muestra orgulloso.
La mayor parte de los Paisajes de esta década son pinturas descriptivas inspiradas en hechos naturales, aunque previamente seleccionados o buscados en el recuerdo, en esa imagen que perdura en el tiempo, en su memoria. Otras veces recurre al mundo onírico, a lo bucólico, a ese mundo basado en los sueños, tan usado por los surrealistas.
Y se recrea en los detalles del Paisaje tradicional, pero lo manipula e idealiza tanto que a mi me ha hecho recordar a la Campiña neo impresionista “Cercanías de Bolonia” del pintor holandés Koppelaar.
Paisajes que salpica de árboles que parecen bolitas de lana entre pequeñas casas de colores o montañas coloreadas con una paleta azul. Una pintura alegre, casi naif. Y algunos lienzos de casitas humildes, sin tejas, ni chimeneas. Obras que poseen las líneas de otro de sus profesores, Juan Betancor.
También de esa década pertenecen las marinas, en donde recrea armonías de color: la arena casi dorada y los verdes casi turquesas, consiguiendo profundidad y luminosidad como en el mar de la isla de Lobos y las Dunas de Maspalomas o el del Paisaje con el Teide al fondo, en las que las tonalidades son magníficas.
Y ya en la década del 2000 podemos observar las marinas dedicadas a Pasito Blanco, a la isla de Lobos y a Fuerteventura. Escuchar el equilibrio del silencio y contemplar la vegetación que vaporosa florece sobre la arena, que se defiende de las ráfagas del viento. Descubrir como el mar se va azulando porque Orlando, al igual que el poeta Rubén Darío suelta al aire las alas azules de sus rimas, y capta con sus pinceles la tibieza del color frío.
Y siente nuestro pintor la necesidad de resucitar “El dedo de Dios”. Una marina en la que no plasma la realidad externa sino la naturaleza de sus emociones, como él lo recuerda. Así potencia nuestras sensaciones a través de un colorido brillante, incendiado, casi violento.
Porque nuestro artista necesita transformar su Paisaje, sus caseríos iniciales, las vivencias de una pintura emocional para llegar casi al abstracto. Y habita la invisibilidad de otro profesor Emilio Machado y plasma manchas amarillas, malvas, celestes. Una pintura sin límites definidos, porque la pintura está en el aire entre luces y sombras que huelen a sereno.
Y al igual que el pintor francés, Monet usa la libertad de la expresión pictórica y realiza el “Serialismo” con el Paisaje de la Tierra y del Mar, con esa lucha que han entablado Gea y Poseidón, dioses que personifican las fuerzas del Universo. Así contemplamos una Tierra que emerge de un mar de transparencias como si se tratase de dos islas misteriosas, tan cambiantes, que cada vez que las miramos son diferentes, un panorama de tonalidades y atmósferas que rozan con la abstracción.
Orlando González, nacido en Gran Canaria, es un pintor inteligente y ordenado en su trabajo, fiel a su infancia, a sus recuerdos a los amigos y asimismo. Al que le gusta viajar y en sus viajes visitar museos como el Museo de Arte Moderno y el Guggenheim de Nueva York. Y compartir la emoción de los artistas: músicos, cantantes, bailarines, acróbatas que están en las calles, en las esquinas, en los metros, en los muelles, en los parques. Y quizás de estas visitas nació el rascacielos de Manhattan.
Un rascacielos que es un poema, repleto de envolturas de cristal, con unos versos azules que se yerguen quizás para elevar plegarias al cielo, para combatir los fríos y las neblinas. Un poema que se encuentra entregado y atado al mundo exterior. Un rascacielos que se humaniza y adquiere plenitud.
Mis felicitaciones a Orlando González por esta Retrospectiva 20 años, por la visión pictórica de un universo imaginario, el suyo.