Por Stephanie Sánchez Tlacuahuac.
La maldita alarma vuelve a sonar justo a las 6:00 am. Me voy hundiendo en la monotonía de todos los días. Me levanto y tomo una ducha rápida, me pongo algo, que según yo, se ve bien. Salgo de la casa y camino hacia la parada de autobús. -¡En ese bote, cadena perpetua!- Escucho una voz áspera entrar por mis oídos, luego una mirada se desliza suavemente por mi cuerpo, pero se queda pegada como mierda en el zapato. -¡Estúpido!- Es lo primero que pienso. Por inercia sale de mi boca y sigo caminando.
Sin duda alguna, el piropo es característico de la cultura mexicana, es expresión de sentimientos y pensamientos, un verso creativo, un pensamiento que trasciende en el tiempo, es arte. Seguramente en este momento estás cuestionando la afirmación anterior. Pero, ¿qué no es esto el arte: una creación del ser humano en la que se expresan sentimientos y pensamientos, y que además, trasciende en el tiempo? En los párrafos siguientes pretendo retratar al piropo y tú lector, te formarás un propio criterio de éste.
Casi puedo afirmar que todas las mujeres “creciditas” de México han recibido lindos piropos en la calle, piropos que son regalados por montones. Existen hombres caritativos que los regalan fuera del metro, en la parada del camión, en el puente peatonal, sobre la banqueta, en carros en movimiento; labor que debo reconocer, es difícil; mira que aventar piropos desde un auto debe ser complicado (primero pensarlo y luego que lo atrape la persona que debería). A todo esto, ¿Por qué las mujeres somos el destinatario de esta clase de vulgaridades? ¿Cuál es la finalidad del piropo?
Hace un par de siglos, en México, una sombra machista cubría los ojos de la población, población que ignara, veía a la mujer como objeto. La mujer era el ama de llaves, la nana o la sexoservidora personal. Los piropos son una herencia histórica, un legado de nuestros ancestros, una práctica (arraigada en la sociedad) hacia las mujeres.
Está claro que no todos los piropos son ofensivos o groseros, para no mirarlos a todos con los mismos lentes, he decidido proponer una clasificación más práctica que científica, esto es: el qiutpiropo y el warropiropo. El primero, podemos identificarlo porque te lo dice alguien conocido, te halaga y hace sentir bien. El segundo, lo dice un completo desconocido, te ofende y tiene un doble sentido que implica morbo. El warropiropo es el degenere del qiutpiropo, es la balada romántica hecha reggaeton
El warropiropo sólo le sirve al emisor para demostrar su grado de conocimiento acerca de los versos populares y prácticas del vulgo. Al final, lo único que consigue es una recordadita a su progenitora o miradas de desprecio. Debo suponer que el prosista piensa que le responderán: ¿a qué hora sales por el pan? o le pedirán su número telefónico, de otro modo, la única razón es que lo hace por satisfacer sus necesidades sexuales mediante la imaginación.
Mientras tanto, te llenan sentimientos de impotencia, miedo, asco, repugnancia, coraje, de los cuales no te puedes librar por el simple hecho de ignorar al versista. Sabes que, responderle, no tiene caso; algunas veces te quedas con las altisonantes atrapadas en las cuerdas vocales, otras veces las escupes en su cara, unas más, lo ignoras como efecto de la costumbre. Sin embargo, siempre, siempre esperas que ello no vaya más allá de la rima, que no se atreva a tocar lo que antes había sido objeto de la composición.
La mirada que te sigue, el viento que respiras, la sensación de persecución que te invita a denunciar lo sucedido, pero ¿con qué pruebas? No tienes pruebas, más que la palabra impregnada con el recuerdo. Un delito que no podrá ser castigado nunca, nunca porque es efímero y fantasmal. En fin, mejor ignóralo, al ser humano le molesta no ser tomado en cuenta. Míralo con desprecio, una mirada puede transportarlo en el tiempo a sus más dulces deseos o amargas experiencias.