Resorte. En Monterrey se baila cumbia…
Escucho cada una de esas rolas adherida a mi memoria. Los integrantes del grupo tienen un protagonismo por igual. Bestialidad en cada movimiento. Una crónica de Clars.
Escucho cada una de esas rolas adherida a mi memoria. Los integrantes del grupo tienen un protagonismo por igual. Bestialidad en cada movimiento. Una crónica de Clars.
Por Clars
Monterrey, Nuevo León, 8 de mayo de 2024 (Neotraba)
Mientras aquí se la pellizcan por destapar unas caguamas, pegarle trago de buche y gozarla con Jorge Celedón. Ya en el downtown de Monterrey la bandera está al tiro pal regreso de Resorte en el Reyno.
Puedes no tener varo pa’ heredar casas, coches, departamentos en la playa o grandes empresas. Nunca debiste conformarte con detalles genuinos que involucran cartas de amor, promesas, cuentos o desayunos en la cama. Debiste sacar provecho material. Perfumes, relojes, bolsos, Iphones, viajes. Pero vas de tonta a ser feliz con discos, libros, pelis y un montón de rosas de crucero que has acumulado en cada rincón de casa a lo largo de los años.
Nomás de juntada. Ambas partes sin bienes que ofrecer. Una vida se resume en un montón de cajas infestadas de cucarachas y polvo que resguardan lo único valioso que posees. Música, lectura, cine y fotografía. Entre casas de renta. El ir y venir. Entre que se aman y toda la vida juntos. A la par de un chinga tu madre. Eres lo peor que me ha pasado.
Los niños no tienen la culpa. Las colecciones personales se han fundido en la misma estantería. Y es ahí donde caes en cuenta que ya bailó Bertha.
Escuchó tu música, escuchaste su música. Al menos algo hicieron bien y lo disfrutaron.
Te preguntas si sigue en la ciudad o se lo ha tragado de nuevo la tierra. La desaparición no es forzada. Es voluntaria. Si estuviera aquí seguro lo encontrarías de groupie. En la punta del tren. Desde temprano la fila. Esperando volver a ver a Resorte. A estar de mamador entre los asistentes. Ponerse pendejo y mala copa con la combinación de alcohol y mugrero. En el mosh. Haciendo bronca. Puteando a la banda a la mala. Haciéndose de enemigos de a grapa. Y tú con la cara de vergüenza y a la vez el deseo culposo de su efervescencia caníbal. Le pedirías un beso después de cada mandada a la verga al rogar por que pare y que por una vez en la vida te deje disfrutar un puto concierto.
No has dormido. Te estás mal pasando. Cerveza y ginebra es lo que traes en el estómago. Que no se den color al llegar a la cobertura que traes aliento alcohólico. Lo peor que te podría suceder es encontrarlo hoy. Aborreces su paso por tu vida y las pocas cosas que agradeces es que entre sus tiliches tiene todos los discos de Resorte. Esas sí son joyitas.
Diecinueve recién cumplidos y ya andabas de chacha. Lavando calzones. Levantando los envases de caguama tirados después de la guarapeta, las colillas de cigarro y trapeando sus orines por la casa. Con la única libertad de las ocho infames horas diarias de jornada laboral de tu bato que para ti eran el momento más satisfactorio del día. Casa limpia. De esquina a esquina. Te aventaste de a dos o tres álbumes diarios de banditas que no conocías. Y te topaste con uno bien singular. ¿Qué chingados es Resorte?
“República de Ciegos” fue una ráfaga en menos de 15 segundos de reproducción. A quemarropa. “América” te hacía sentir que todos te la pelaban. Incluido tu bato. Y por meses fue el disco más reproducido en tu bocinón de barrio donde nomás conocen cumbias colombianas.
Si hubiera existido algún tipo de Spotify de barrio en ese entonces. Resorte hubiera quedado en el Top Global de General Escobedo. Ya te la hacían de pedo los vecinos o tu jefecita santa. Que la más satánica. Que la más trastornada. Nadie sabía y a nadie le importaba cuanto necesitabas el derroche de adrenalina que borboteaba cuando escuchabas tremendo bajeo. Reventando la bocina. Y de cigarro en cigarro. De chela en chela. Iba cayendo la tarde. En jaula de oro. Un buen baño. Una última reproducción del disco. De vuelta al personaje. Sumisa. A sentirte más sola en su regreso a casa que cuando no está.
Tomaste las riendas. Todo se quedó en tu casa. Él aprendió a soltar. A viajar ligero. Decía en su reivindicación por el buen camino. Pensamientos after anexo. Que maña la mía esa de rescatar a las personas. “La anexo” me conocen en el barrio.
Desde entonces esos discos no han visto la luz. Una habitación entera se ha convertido en cementerio. Te hubieras echado un clavado. Por los discos. Pa’ la firma. De recuerdo. Honor a la nostalgia.
Apenas salió Jorge Celedón al escenario, hiciste fotos y te pelaste. Ya empezó Resorte, te escribe un compa. Imposible pensar en armar fotos. Tal cual lo imaginaste. El foro a reventar. Sold Out. Y ni el paso de los años consigue amainar la rabia en sus movimientos, el power, y la ejecución de cada rola. El vaivén entre el público me hace salivar. Que ganas de entrarle al epicentro del mosh. Al destripadero. La brutalidad se percibe desde que pones un pie en el foro. Te acercas lo más que puedes al escenario. Disparas. Analizas el perímetro. No está. De estarlo ya estuvieran brincando sobre su cuerpo inerte tirado en el piso. Briago.
Modo zombie. Te dejas llevar por cada rola. A la chingada las fotos. Necesitas sentir esto. Buscas diferentes perspectivas. El sonido es auténtico. Escuchar en vivo a Resorte. Un viaje por los grandes éxitos combinado con lo más nuevo. Resulta exquisito. La música sólo existe en vivo. Acto de complicidad. Intérprete y público. Público e intérprete. Combinación de ambos. Detonante perfecto.
Un concierto es un constante renacer. Para el artista o la banda. Así como para los asistentes. Escucho cada una de esas rolas adherida a mi memoria. Los integrantes de Resorte tienen un protagonismo por igual. Bestialidad en cada movimiento. No es para menos que el público siga extasiado.
Tardas en digerir todo. Sientes que todo transcurre en cámara lenta. Por instantes un zumbido ensordecedor y luego el brío de la gente. Te invitan una chela. Brindas. Salud. Tienes un chingo de hambre pero todo ha pasado tan rápido. El concierto ha terminado. Quieres más.
La banda se despide. Bajan del escenario. Firman discos, playeras, jerseys. Te han regalado un jersey. Carlitos era amigo del difunto. Y de mucho tiempo atrás ha sido un gran amigo y compañero de aventuras. Le firman sus discos. Nos despedimos.
Desde que tu vida circunda en lo disruptivo y en una especie de vórtice a través de la música en vivo. Al final de cada concierto has aprendido a resignificar la soledad. Te sabes sola en medio de miles de personas. De cientos de personas. Al llegar a casa sigues estando sola.
La diferencia es que ya no te sientes sola. La música siempre será la compañía sin reproches.