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Biblioteca de la prepa Alfonso Calderón de la BUAP foto de Mitzi Hernández
Biblioteca de la prepa Alfonso Calderón de la BUAP foto de Mitzi Hernández

 

Por Iván Gómez (@sanchessinz)

 

Estoy a una semana de acabar mi segundo año de prepa, lo cual representa un alivio para mis pobres nervios desgastados. Además necesito descansar, escapar de este año en el que la suerte me echó paro más de una vez en mis tareas, y abandonar la rutina que conlleva ir a la escuela, no es mala, pero al paso del tiempo se vuelve repetitiva y es necesario romper con lo monótono.

Por otro lado, me entristece pensar que mi grupo desaparecerá para conformar los nuevos salones en donde nos asignarán según al área académica que hayamos escogido. También me entristece la biblioteca: un resguardo de las agobiantes tareas o un sitio para hacerlas con mayor comodidad. Vaya, estoy hablándoles del corazón de mi prepa, uno pequeño (eso sí) pero muy significativo. Y digo pequeño porque en realidad el material de lectura no es tanto, aunque por fortuna crece de a poquitos.

 

Entre esta semana y la pasada llegó una versión de Pedro Páramo de la editorial Anagrama; una recopilación de la poesía más significativa de Efraín Huerta; un ejemplar del Quijote que comienza con un sesudo análisis hecho por sabrá Dios quién; varios libros científicos, y por ahí se me debe estar pasando algún otro título.

 

Y aquí me tienen, escribiéndole a un sitio que me ha acompañado durante dos años, y mientras me levanto a encender el ventilador noto que no les he detallado por qué me provoca tristeza. Pues no sólo es porque dejaré de visitarla durante dos meses, más bien es el hecho de que absolutamente nadie la frecuentará en ese tiempo, ¿se imaginan la cantidad de polvo, humedad, y sobre todo de tristeza que se impregnará en cada uno de los estantes al no sentir los dedos ávidos de letras que normalmente pasan por allí?

 

Trato de consolarme al pensar que tal vez esté equivocado y el lugar no quedará solo ni triste. Es más, tal vez todos los libros hasta se alegren de estar solos un tiempo y, entre todos los ejemplares de Pedro Páramo, la biblioteca se transformará en un pueblo de murmullos sin origen.

 

 

Entonces Carlota de Hasburgo saldrá de las Noticias del Imperio a gritar que se callen todos porque así no podrá escuchar cuando regrese Maximiliano. Del estante de arriba saldrá Consuelo Llorente para llevar a cabo sus rituales sin temor a que la vean, y a la luz de la luna. Quien sabe, igual y mientras eso pasa el poemario de Efraín Huerta tenga una disputa con alguno de Octavio Paz y, cuando ésta acabe, Rayuela saldrá a gritar la única frase que lo mantiene popular: Andábamos sin buscarnos, pero sabiendo que andábamos para encontrarnos.

 

 

Los poemas de Pacheco y Gelman buscarán desde qué anaquel se recita la canción desesperada, a su vez que Sor Juana y Darío se consolidarán como los autores que todo mundo conoce pero nadie puede mencionar uno de sus títulos. Quiroga dará el tono de horror, de locura y de muerte. Scheherezade contará historias trágicas, así como trágico es que hasta cobrando vida, Ulises sea incomprensible. Verne irá de la tierra a la luna un par de veces, viajará a una isla misteriosa para después comenzar la osadía de comenzar a excavar para llegar al centro mismo de la tierra.

 

 

Después habrá otra controversia, esta vez entre Un mundo Feliz y Moby Dick, ambos tratarán de posicionarse como el libro más leído de todo el lugar, a un lado de ellos se estará burlando Hush, Hush, aunque no sabe que todos se burlan de él…

Y a la distancia, el Quijote estará ansioso de salir a matar a un monstruo gigante, que esta vez no será un molino sino la dirección, espero.

 

 

Trato de consolarme imaginando ese festín de libros, pero ya que un libro vive solo en el momento en el que es leído no ocurrirá todo lo anterior. Serán dos meses de polvo, dos meses de una biblioteca que se quedará sin las almas de los lectores que en conjunto forman una, en otras palabras: quedará la pura carcasa.

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