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Puebla, México, 13 de mayo de 2025 (Neotraba)

Daniel Avechuco Cabrera (Sonora, 1985). El 2024 fue el año en donde su nombre y su ingenio resonaron como noticia literaria pues obtuvo 3 premios: el Premio Nacional de Novela Breve ESAC, el Premio Internacional de Novela Negra “Una vuelta de tuerca” y el Concurso de Libro Sonorense en el género de novela. Óscar Alarcón platicó con él en la Facultad de Filosofía de la Universidad de Sonora el 12 de noviembre de 2024, durante la celebración del Día Nacional del Libro, que honra el nacimiento de Sor Juana Inés de la Cruz.

Esta charla, al igual que la de Jorge Carrión, se había extraviado, pero afortunadamente pudo recuperarse. Se llevó a cabo después de la presentación de Damas en el aquelarre. Antología ilustrada de cuento de Juana Manuela Gorriti, libro coordinado por Daniel Avechuco.

Óscar Alarcón. Has obtenido premios estatales y premios nacionales, haciendo una comparativa entre lo local y lo nacional, ¿cómo se encuentra en este momento la literatura en México?

Daniel Avechuco. Híjole, se me haría difícil hacer un diagnóstico. Paradójicamente, a pesar de ser profesor de Literatura, no ando tan inmerso en los grupos. Por ejemplo, ahora que fui a Querétaro a la premiación del “Una vuelta de tuerca”, conocí a parte de los que andan haciendo novela negra.

Al convivir con ellos se ve que están articulados, es decir, que se encuentran en eventos, que se leen, que se reseñan, que se comentan, que se comparten noticias. Esa es una experiencia nueva para mí. A mis cerca de 40 años y teniendo 15 años como profesor de Literatura, no he andado mucho en los círculos. Un poco por antisocial, un poco porque soy muy así, como de casa.

En 2011, gané el sonorense y con ese libro no me metí mucho al mundillo. Para ser honesto, tiene que ver con cierta actitud antisocial, pero también cierto rechazo de algunos círculos –hablo desde mi experiencia, no es prejuicio– pues no estaban chilas esas reuniones. Había cierta sensación de sectarismo, muy cerrado. Algo que no experimenté –y no es por quedar bien– con la gente de Querétaro.

Tiene que ver con el asunto de hacer grupo para legitimar y defender un género que ha sido menospreciado como si no fuera Alta Literatura –cualquier cosa que signifique el adjetivo “Alta”–; se nota un grupo mucho más sencillo, transparente, que se toma las cosas en proporción. Me han tocado otros grupos que no son tanto así. Aunado a mi carácter antisocial, ha hecho que no me mantenga muy enterado de lo que está ocurriendo, más allá de los libros. De Literatura actual, intento estar bien enterado, tanto la regional como a nivel nacional.

Es un interés muy marcado, que además sirve como contrapeso para mis clases, que son del siglo XIX y a veces necesito sacar la cabeza de la alberca para respirar y me voy a leer lo más actual. Eso me permite hacer una serie de apuntes muy tímidos acerca de cómo anda la Literatura.

Algo que me parece muy evidente –y no es porque a mí me guste el género– es que la novela negra ha encontrado una vía para expresarse de tal manera que suene a nivel nacional.

Piensa en un par de los mejores escritores del momento, por presencia, por ganar premios, porque su figura es reconocible, por lo que sea. Algunos de ellos te van a llevar necesariamente a la novela negra. Ahí está Hiram Ruvalcaba, que acaba de ganar el Premio Filiberto a Mejor Novela Publicada. Obviamente no lo podríamos reducir a escritor de novela negra, pero escribe novela negra y se ha hecho también reconocido. Ese es un buen indicio de por dónde anda la Literatura, al menos en uno de sus aspectos. En la región, también es claro que hay por ahí un par de escritores que están dando el brinco.

Quizá el más sonado –con mucha justicia– es Franco Félix. Brincó hace poco con la novela Lengua dormida. Un novelón. Cuando la leí, me salió todo el todo el prejuicio regional: “Esta no es una novela de acá”. Qué feo decir eso, entiendo que es más bien un prejuicio. Es una tendencia a encerrarse, como que a la gente le gusta quedarse ahí. Bueno, a lo mejor no es que nos guste, a lo mejor no hemos tenido el impulso para dar ese ese brinco que dio Franco Félix a fuerza de insistir y de talento. No ha sido otra cosa más que eso, porque desde que lo conozco –cuando éramos estudiantes de licenciatura– ya estaba escribiendo e insistiendo hasta que dio el pelotazo en una muy buena editorial. La edición está muy bonita, proporcional a la calidad de la obra.

Solo puedo hacer apuntes sueltos porque no podría hacer un diagnóstico de cómo anda la Literatura Mexicana.

ÓA. Me parece que Sonora sí resuena a nivel nacional pienso en Carlos Sánchez, en Carlos René Padilla, en Selene Carolina Ramírez o en Silvia Arvizu. Me parece que sí hay una propuesta, quizás no de grupo, pero sí de manera personal, que les permite tener una presencia muy fuerte a nivel nacional. Pero también veo dos vertientes: la narrativa y otra la crónica. La crónica es muy importante en Sonora, la pongo sobre la mesa –sé que no eres cronista– porque considero que tiene mucha potencia. La poesía es punto y aparte, la impulsan autores como Manuel Parra. Hay una representación: gente de Sonora ganando premios nacionales.

DA. No me he movido tanto en el centro, no alcanzo a dimensionar qué tanto suena. Pero en esa pequeña reunión que tuve en Querétaro, me di cuenta de que claramente suena Sonora. Hacía el comentario, un poco en broma, pero también un poco en serio: “Ay, estos sonorenses, qué enfadosos”.

A nivel de gestión también suena Sonora, como el caso de Carlos René Padilla, que además de escritor, es parte del equipo que organiza la Semana Negra y está muy involucrado en actividades de ese tipo.

En el caso de Manuel Parra he escuchado de él desde hace montón de años y ya no solo a nivel regional. Sonora también es tierra de poetas, aunque creo que ha bajado últimamente, salvo los casos que están consagrados a nivel estatal. Manuel Parra no está ni cercanamente en duda como poeta de Sonora. Ya dio el brinco a nivel nacional y hasta tiene algún premio internacional.

Pero hubo una época entre 2005 y 2010, en la que yo veía poetas por todos lados. Y lo digo en el mejor de los de los sentidos. Había muy buena obra poética, como la de Iván Figueroa, que tuvo una racha de ganar un montón de premios. Muy buen poeta. Luego dio un bajón, comenzó a dedicarse a otra cosa; pero claramente es una tierra de poetas.

La crónica siempre ha andado por ahí, como el hermano que no hace tanto ruido, pero que siempre está ahí. Siempre hay un buen cronista. Nunca ha habido un espacio donde no hubiera un buen cronista.

Habrás leído Matar de Carlos Sánchez, que es un librazo, el cual tiene que ver con una realidad que vivimos por acá. Aunque entiendo que no es un tema exclusivo de Sonora, ni del norte, pero sí es algo muy de la región: se mete a hablar con los presos, pero en realidad está hablando también a partir de los presos de las colonias que están alrededor del centro, que en realidad ya no son centro en términos de cultura, aunque sí lo sigan siendo en términos de organización de la ciudad. Siempre ha habido un cronista que se está destacando por ahí. Supe que Carlos llevó el libro a la Ciudad de México y a otras ciudades del centro, pero después de eso no sé si siguió con la crónica.

Un morro egresado de Letras –o que está por egresar– ganó un premio de crónica de una revista, me lo encontré en el aeropuerto cuando hice el viaje a Querétaro. Resulta que fue a recibir un Premio Nacional. Regresa, se baja del avión y le dicen que acaba de ganar el sonorense en crónica. Entonces, ahí ya se está cocinando otro cronista. Yo lo tuve en el salón de clase y ya se le notaba que era bueno.

Daniel Avechuco. Foto de Óscar Alarcón
Daniel Avechuco. Foto de Óscar Alarcón

ÓA. Entrando en materia de tu literatura. Una parte va sobre los estudios de la Literatura del siglo XIX, pero, por otra parte, la creativa –y tiene que ver con uno de los premios que ganaste– y la novela negra. ¿En dónde te sientes más cómodo? ¿En el aula o escribiendo?

DA. Híjole, me gusta un montón dar clases. Ahora que estoy en sabático, lo extraño. No la levantada temprano, no revisar trabajos, sino la experiencia en el aula, la disfruto un montón.

Si me dieran a elegir, de verdad estaría difícil, porque también disfruto un montón la escritura. En todo caso, doy gracias por poder combinar ambas actividades que se llevan de la mano: escribir ficción –tener esa experiencia, al margen de si se publican los libros, si ganas o no el premio– la pura práctica de la escritura creativa, te da otra perspectiva cuando estás hablando de escritores y escritoras.

Ya no solo desde lo que dice el librito de teoría literaria –que es muy importante, pero no es suficiente, me parece– es claro que conectas de otra manera con los estudiantes cuando tienes esa experiencia.

Y claro, la parte más superficial también ayuda: cuando los morros saben que publicaste un libro, quieren hablar de eso. No solo hablar de libros, sino más bien: “Profe, ¿cómo es escribir?, ¿qué tanto escribe al día?” Tienen curiosidad de encajar en la vida real, practicar el acto de escribir; es una forma de decir: “Quiero saber cómo se le hace en algo que parece tan lejano, que parece un asunto de genios o de gente tocada por Dios”. Es una buena oportunidad para hablar de lo que requiere imaginación y mucha técnica. Se llama “técnica”, porque se puede aprender, se puede enseñar, se puede pulir.

No podría elegir, porque de verdad sería muy triste solo escribir y nunca dar clase. O al revés: es imposible leer tanto, en un salón de clases hablar tanto sobre personajes, atmósfera, espacio y que no se me antoje hacerlo a mí.

Desde estudiante, siempre me ocurre que estoy leyendo, por ejemplo, El Túnel, una novela que me marcó un montón y fui corriendo a mi casa a querer hacer algo igual. No quedó en nada, pero ese impulso ya me estaba diciendo algo. Leí Sobre héroes y tumbas, la novela de Sábato y dije: “Yo quiero hacer algo así”.

Cuando comencé a dar clase, leía para mis clases con el mismo entusiasmo. Eso me indica que no puedo desligar esas dos prácticas.

ÓA. Platícanos sobre la novela con la que ganaste “Una Vuelta de Tuerca”.

DA. Es una novela que se titula Las Furias. Es su segundo o tercer título. Hace referencia tanto a la emoción como a los personajes mitológicos: las Erinias. Y es sobre la desaparición de una mujer. Dos de mis novelas son sobre desaparición, es un tema que me perturba y me fascina a la vez. Es de esas cosas raras, me atrae lo oscuro. La novela es sobre la desaparición y la consiguiente búsqueda de una mujer por otra mujer.

Quien busca es una mujer que trabajó en investigación criminal en un área de la fiscalía, trabajaba en dactiloscopía. Hacía chamba secretarial, pero como estaba en ese mundillo, fue echando el ojo. Para completar una cuadrilla, se requieren varios elementos, entonces, dijeron: “Necesitamos completar una cuadrilla para ir a ver un lugar de un crimen. Tráete a la morra nomás para hacer bulto”. En ese caso la llevaron para completar un número y les echa la mano. Ella observó la escena del crimen y dice: “Probablemente pasó esto”. A partir de ese momento, la agarran: “Trae a tal la morra, aquella que le sabe, alcanza a ver aspectos que nosotros no”. Así se fue labrando una pequeña fama interna acerca de sus capacidades para para encontrar gente.

La novela trata sobre la desaparición de la vecina de esta señora. Es una señora que tiene entre 40 y 45 años. La búsqueda implica cuestiones personales porque la mujer que desaparece es hija de una persona muy cercana a ella. Con toda la mala intención no permito que se aclare muy bien eso. Lo importante es la relación que tenía con la mamá porque hace que la búsqueda de la hija sea todavía más intensa, más angustiante.

Hasta cierto punto se ajusta a las convenciones de novela negra: hay un crimen –o potencialmente hay un crimen–, hay una búsqueda, hay un detective –que en realidad no es detective de formación, su especialidad es otra, pero tiene mucha intuición, tiene mucha voluntad, sabe moverse por la ciudad y además tiene una relación, tiene un vínculo muy emocional con la mamá de la muchacha que desaparece, que tendrá 20-21 años. La novela trata de la búsqueda de esta mujer.

Sin adelantarles mucho: intenté desestructurar al final, no en términos formales, porque la novela no es experimental, ni muy arriesgada formalmente, pero sí en cuanto al nudo y a la resolución: quise jugar un poquito con las expectativas del lector, con las convenciones mismas de la novela negra –estoy hablando de la más convencional, tradicional.

Tiene un final un poco abstracto, es un poco arriesgado, loco. De hecho, tenía mis reservas, dije “¿Cómo va a tomar esto el jurado?” Porque el 60 o 70 por ciento es bastante convencional y ¡pum!… Yo consideraba que estaba demasiado loco.

A raíz de que la novela ganó, dije “Ah, pues sí entendieron”. Era más bien un prejuicio mío, porque decía: “Es un concurso de novela negra”. He leído un par de novelas ganadoras y me parecieron buenas, pero a secas; me parecieron muy convencionales. Y dije: “Híjole, a lo mejor ese es el Chucky en este premio: ajustarte a la convención”, pero más bien era un prejuicio mío.

Esa conclusión la saqué a partir de la lectura de dos novelas, que, insisto, no eran malas simplemente se resolvían como más o menos me lo imaginaba, no porque fueran predecibles, sino porque si te ajustas demasiado a la convención, termina siendo –me parece– predecible. Y yo intenté sacar un poco de onda. Eso me vino un poco del cuento: espero siempre esos finales sorprendentes, puede ser también muy efectista, puede ser muy forzado. Entonces, traté de no hacerlo con esta novela y al final consideré que me alocaba demasiado, pero veo que funcionó.

Para dar un datito de la novela, ya que me lo han preguntado directamente otras veces: no sale nada del narco. Era una pregunta que asumía que si era novela negra de alguien que escribe en Sonora es sobre el narco.

Te voy a parafrasear la pregunta: “¿Cuánto narcos salen en tu novela?” Esa pregunta lleva implícito un “sí”. Me preguntaron por algo que se piensa que ya está. Le respondí a esa persona: “No sale nada de eso”. Y no por censura o autocensura, sino porque tiene que ver con las expectativas.

¿Qué pasa con la novela negra del norte? ¿Es posible que aborde otros aspectos que no sean el narco? Hay un asunto también de posicionamiento con respecto al tema de la desaparición. Sé que el dato de que las desapariciones no solo están vinculadas al narco es conocido, pero a nivel del imaginario social, lo vinculamos inmediatamente. Me parece peligroso porque dejamos de ver otros aspectos de la realidad mexicana –latinoamericana podría decirse– claro que el narco tiene una posición central, no podemos negar la gravedad del tema.

Pero, justamente, el sol no debe de cegarnos ante otras pequeñas realidades que nos llevan a situaciones atroces, como que una mujer desaparece. Entonces, también es un posicionamiento del tema.

Además, el tema del narco en sí mismo, no me llama la atención estéticamente, como escritor. Como lector, sí.

Alguna vez escribí un personaje narco y no me salió, lo siento forzado, quizás sea un asunto de experiencia, quizás si sigo escribiendo en algún momento pueda hacer algo medianamente convincente, pero honestamente no me interesa, no me llama; como no me llaman otras cosas, por ejemplo, no escribo nada histórico. No me gusta, aunque lo puedo consumir, pero no se me antoja escribirlo.

En el caso de la novela negra, no incluyo al narco porque hay una expresión del crimen en el norte que no tiene que ver con el narco. Lo mismo en el centro o en Colombia para hablar de otros años. En esta novela la violencia, el crimen, la desaparición de personas, los vinculé a un asunto más doméstico, que es una realidad también: la casa es un microcosmos donde se pueden sembrar muchos de los aspectos que luego alimentan este gran cosmos, que es el narco o cualquier otra forma grande de expresión del crimen.

Me gusta mucho lo doméstico como amenaza de algo que se puede hacer muy grande, me toca algo muy personal. Sin entrar mucho en mucho detalle: viví violencia en casa, es algo que me resulta muy familiar y que me sirve de material literario. Entonces, ¿por qué no aprovecho eso? No es que utilice la novela para denunciar cosas de mi casa, sino simplemente utilizo esa experiencia, ese dolor, ese recuerdo y lo llevo a la novela, que me gusta mucho.

Y si ese tránsito de lo personal, de la memoria, a la convención de la novela negra me permite sortear el tema del narco, lo voy a hacer. Lo tengo muy consciente, forma parte de mi programa de escritura.

Lo mismo pasó con el texto con el que gané el sonorense. También es sobre la desaparición de una mujer y también hay una investigación. Es mucho menos convencional, se titula La caza. Ahí sí me desmelené completamente. Dije: “Voy a escribir todo lo que traigo en la cabeza. No voy a pensar en el lector, no voy a pensar en el jurado, no voy a pensar en nada de eso”. Y me salió algo deliberadamente loco, hasta se insinúan elementos sobrenaturales –con desaparición de una mujer en la realidad mexicana–, con elementos de terror. Metí todo a la licuadora y traté de articular un relato que tuviera consistencia. Independientemente de que estuviera alimentado por referencias muy dispares, pero ninguna de ellas –otra vez– es el narco.

Durante la presentación de Damas en Aquelarre. Foto de Óscar Alarcón
Durante la presentación de Damas en Aquelarre. Foto de Óscar Alarcón

ÓA. Otra de las características de la literatura negra es lo urbano, incluso se llega a dar la ciudad como personaje, cuando se traslada al norte del país desaparece lo urbano, no porque no existan ciudades complejas en el norte, pero el desierto se vuelve un elemento importante. Desde hace mucho tiempo se ha trabajado al desierto y la sordidez de la inmensidad y esa es otra desestructuración. ¿Cómo haces para quitar la parte urbana en la búsqueda de las mujeres?

DA. Cuando me puse a escribir estas novelas nunca fue un tema consciente el tratamiento al espacio, concretamente a la ciudad. Inconscientemente, intuitivamente, me fui al monte. No fue algo pensado: “Como soy del norte, del desierto, necesito ubicar ahí mis historias” sino que fue de forma natural.

La segunda novela –La Caza– tiene que ver con el argumento propio de la novela. No solo es el escenario donde ocurren las cosas, sino algunos elementos que contribuyen al desarrollo del argumento, incluso del conflicto, son elementos que solo salen del monte.

En Sonora, la palabra “monte” tiene un montón de connotaciones: no hay nada. No es el desierto, sino monte. Una especie como de preámbulo del desierto. “Esos son árboles del monte”, decimos como si fueran poca cosa o fueran feos, silvestres… bueno… lo son.

La segunda novela no está situada completamente en el monte, pero tiene mucha importancia, y también está la ciudad. La ciudad nunca se me presentó como algo complejo o como un personaje más como en La región más transparente por hablar de una novela que complejice a la ciudad y hay mucha novela negra que lo hace. Yo no.

Nunca fue un reto, nunca me planteé cómo voy a edificar verbalmente la ciudad. Tampoco me la imagino como “Es el centro y los márgenes”. Tenemos una ciudad tan pequeña –aunque últimamente ha crecido– que es fácil imaginártela homogénea. Aunque sabemos que no lo es. Ninguna ciudad, por más pequeña que sea, es homogénea. En mi experiencia, como habitante de esta ciudad, no me cuesta imaginármela homogénea y quizá por eso no me resulte tan atractiva como escenario. A diferencia del monte.

Lo que sí pensé muy conscientemente fue en el estereotipo del monte, aunque no estoy tan seguro de que al final pude evitarlo. Más bien lo utilicé –sobre todo en La caza– y quizá lo llevé muy lejos. Quise ser radical, exagerado. Por eso te digo que ahí sí me desmelené deliberadamente.

El tema de la ciudad nunca fue consciente. No formó parte de mis apuntes. La novela negra de aquí me llevó al monte, a los márgenes. No abordo el desierto, por necesidades de la trama, no porque hubiera querido evitarlo.

Ahora que me haces la pregunta, pienso que sería un reto meterme al desierto sin caer en estereotipos. Tenemos estereotipos sobre nuestro desierto como los del centro tienen los suyos: un lugar en donde no hay límites, que se pierde la mirada y bla bla bla. Generalmente son percepciones centralistas que habitan otra clase de ecosistema. Esto también ocurre mucho en Argentina.

Ahora que me lo preguntas pienso en “¿Cómo hubiera sido llevarme las cosas no a la antesala del monte si no al desierto?”, se me hace difícil sacarle completamente la vuelta al tema si quieres hablar de tu región. No tuve que ir tan lejos, me quedé nada más en el monte.

ÓA. ¿Cuál es la “poética personal” para escribir una novela negra? ¿Cuáles son las características que te interesan más al momento de escribir una novela negra?

DA. Mi principio más férreo –y que no aplica solo a la novela negra sino a cualquier relato que escribo, sea corto o sea a nivel novela– es tener el final.

Se me hace difícil proceder de otra manera. No puedo con este discurso –aunque lo creo, me parece legítimo– de la gente que me dice que va descubriendo las cosas conforme avanza.

Sobre todo, porque muchas de las historias que cuento tienen que ver con un crimen, aunque no sea novela negra, y con otros tratamientos del crimen. En mi primer libro de cuentos, que tiene 10 cuentos, en 9 hay un crimen o un asesinato. No tiene las convenciones tanto de la novela negra o del cuento negro.

En La caza y en Las Furias todo lo construí alrededor de ese final. Es como dar los pasos hacia atrás y eso me divierte un montón. El detective hace lo contrario: todavía no sabe cuál es el final, no sabe quién es el asesino, dónde está la mujer que desapareció. Tiene que empezar desde acá, va reconstruyendo hasta llegar al final. Yo empiezo desde el final. Pienso en cuál es la pista que va a dar el asesino y coloco otras dos.

Generalmente lo que hago con las novelas es la reconstrucción a la inversa y es muy divertido, porque me imagino todo el tiempo al lector. Pienso que no hay novela negra que no se escriba pensando en el lector.

Por las propias convenciones de la novela negra tienes que pensar en quién se va a acercar al libro y que esa persona va a caer en tu trampa, que se va a distraer cuando tú le dijiste que tiene que distraerse, que sospechará del personaje del cual tú no hiciste que sospechara. Siempre estás pensando en ese lector… bueno, yo siempre lo hago. Ese es uno de mis principios: tener siempre el final.

Las Furias y La caza tienen un final estridente. No es sutil, no es un final abierto, es totalmente cerrado. Requería de un montón de fundamentos anteriores, detalles, de elementos que contribuyen a la verosimilitud. No había manera de hacerlo al revés porque si no iba a tener que hacer un montón de ajustes para llegar a ese final. También con los cuentos así procedo generalmente: primero tengo el final, lo cual no impide que, a veces, cambie el final. La escritura se va moviendo, si no eres excesivamente rígido, se te va a mover algo. Y eso está bien.

Me parece mucho mejor partir de un plan para sentir algo de certeza, para saber hacia dónde vas y que esas horas de escritura se sientan como un verdadero avance y no que ando buscando la inspiración o improvisando a ver qué sale. No puedo escribir de esa manera.

Y en cosas más concretas de la novela negra, lo que busco es la figura del detective –que no es detective, pero digamos cumple con esa función. Me gusta sacarlo del ámbito de la ley.

En Las Furias, es una mujer jubilada no por edad sino por un problema médico. Digamos que le adelantan la jubilación. Tiene 40 y tantos, no es una mujer mayor, pero tiene un problema en el corazón y eso, primero, la incapacita y luego ya le dan chance. La saqué del mundo de la ley.

En el caso de La caza hay un detective, que en realidad es un civil: es el hermano del papá al que se le pierde la hija. El hermano no tiene nada que ver con la ley.

No es algo que he pensado mucho, pero nunca he tenido un detective o un personaje que investigue, que tenga que ver con la ley. Ese también podría decirse que es un principio, es algo más civil, más ligado a las personas que buscan.

Es el caso de las dos novelas: el tío y la vecina que quiere un montón a la mamá y la niña, la relación emocional también es parte de lo que busco.

Algo que también me parece muy importante cuando pienso en la novela negra es en un escenario que contribuye a la atmósfera, a la tensión, a la intriga, al misterio, pienso sobre todo en el monte. Varias de mis historias las sitúo ahí, le he agarrado gusto, está ligado a las experiencias de los últimos años: mi pareja se va al monte, es profesora de Diseño Gráfico, agarra su carro y se va al monte. Es fotógrafa de naturaleza. Por acompañarla, me he metido más en el monte, no solo ir sino conocer, porque ella sabe mucho de flora y fauna. Me he metido desde otro punto de vista.

Eso ha contribuido a romper un poquito con los estereotipos: la idea que tenemos del monte como algo estéril, feo, etcétera. He conocido el monte de otro modo y ha alimentado mis ganas de escribir sobre él, pero en clave ficción y si se puede, en novela negra.

En La caza me solté hablando de flora no nada más por mera descripción, sino traté de agarrar la flora y hacerla parte de la trama: que la flora dé las pistas. Entonces, he tratado de ajustar las convenciones de la novela negra a lo que me da el entorno.

No me veo escribiendo solo en la ciudad. Aunque Hermosillo pueda dar para una novela negra exclusivamente citadina, siento que me quedaría a medias.

En pocas palabras: necesito un final, una figura de detective que se ajuste a lo civil, lo cotidiano, lo doméstico. Y necesito el espacio marginal, muy prejuiciado en su percepción, con un montón de lugares comunes, de simplificaciones. Nosotros, los propios hermosillenses, lo vemos así. Habrá mucha gente que no, pero en general, así es. Trato con esos tres elementos y, obviamente, el elemento clave es el crimen.


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