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Hermosillo, Sonora, 12 de marzo de 2025 (Neotraba)

Si la poesía –como escribió el poeta argentino Aldo Pellegrini– “pretende cumplir la tarea de que este mundo no sea sólo habitable para los imbéciles”, en ocasiones el poeta debe batirse en terrenos donde el sin sentido busca anular lo humano y arar ahí para que brote la incandescencia. En Cosas que ya parecen de polvo –décimo séptimo poemario publicado de Ricardo Solís (Navojoa, 1970) y que apareció en diciembre de 2024 bajo los sellos de Neotraba/Mamborock– el autor se planta ante la memoria de un tiempo y una geografía donde la violencia prosperó y mira en los pliegues de esa realidad para ensayar una especie de genealogía: “larga es la lista de nombres/ que dirigen sus talones/ a donde no sabemos del todo/ cómo fue que los huertos/ dieron frutos extraños”. Y en el camino, la nostalgia (ese viejo dolor) abre la puerta a las reverberaciones de la melancolía.

Quien conozca la biografía del autor sabrá que la obra se sitúa en un territorio concreto y se refiere a hechos puntuales, incluso el propio Solís señala que algunos de estos poemas, aunque se publican hasta ahora, son de larga data. Sin embargo, la barbarie se ha propagado por estas tierras, la violencia, la pérdida y la desolación no son historia de un sólo lugar y se han convertido en condición compartida que permite imaginar el contexto de la obra en cualquier rincón de este país.

Agrupados en cuatro capítulos –ánimo presente, ventajas de la distorsión, es paz módica y cosas que ya parecen de polvo– los poemas de este libro van disponiendo al lector, ajustando su percepción con descarada sutileza, preparando el escenario para lo que está por venir y logran instalar en quien acepta el recorrido la sensación de que cada pieza es indispensable para el andamiaje de la obra… lo mejor será transitar por ella en un solo aliento, de principio a fin.

La tragedia campea en los hechos que ocurren en las páginas de este libro y emana de ellos la exigencia del relato; predomina entonces en los poemas un tono narrativo y descarnado que, sin embargo, no impide la revelación del misterio (sin solemnidades) a través de la sugerencia.

Solís es consciente de lo que implica esta forma de la escritura sin paliativos y lo hace saber en el texto: “Ceremoniosos/ y formales/ ignoran muchos que existe una zona de castigo/ en el infierno/ para quienes tasan su escritura/ de acuerdo con la báscula/ de la tradición./ Olvidan también/ que el tiempo sanciona/ lo mismo/ la pirotecnia convincente/ que una frase con olor a gasolina/ o el algodón azucarado/ de ciertas palabras con apariencia/ de fósforo o cuchillo./ Cualquier edén/ –si a caso–/ será subvertido o no será”.

En Cosas que ya parecen de polvo, Ricardo Solís practica el “anti-oficio” del poeta en los términos que lo definió Roberto Juarroz: “hablar ante el abismo en el que estamos con el abismo que somos”. Mirar, entonces, el abismo, no es un acto de desesperación, sino un gesto de resistencia. La poesía (como debiera ser) abre ese espacio donde lo humano se reafirma frente al sinsentido.


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