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Ciudad de México, 27 de abril de 2025 (Neotraba)

Insensatos lectores: hace algún tiempo escribí algo acerca del gran Fabio Morábito. ¿Y qué se creen? Me lo encontré. Es decir, me lo encontré en el periódico. Olvidé por completo que hace algunos años había leído otra novela, suya de él, titulada Lector a domicilio.

Me tomaré el atrevimiento de citar textualmente la síntesis que la editorial Sexto Piso hace con relación al libro:

“Eduardo, el protagonista de esta novela, ha cometido un delito menor por el que ha sido condenado a un año de trabajo comunitario, que consiste en leer novelas a domicilio a personas enfermas o jubiladas.

A pesar de su seductora voz varonil es incapaz de involucrarse en los libros que lee y apenas capta el sentido de las palabras que desfilan ante sus ojos. Sus oyentes se lo reprochan y las amables visitas domiciliarias se convierten en ciertas situaciones conflictivas que obligarán a Eduardo a cuestionarse como individuo.

Atrapado entre el tedio provinciano de una ciudad donde siempre es primavera y el peligro de la criminalidad imperante, se dejará arrastrar a una serie de acontecimientos siniestros que de manera totalmente imprevista lo situarán en el meollo de esa población de ancianos a los que de repente se ha visto forzado a dedicar gran parte de su vida.

Con el estilo descarnado de sus cuentos, Fabio Morábito nos ofrece una novela original y vertiginosaen donde un padre enfermo, una poeta misteriosa, una familia de sordos y un lector a domicilio entrecruzan sus destinos en una ciudad que ostenta el dudoso récord de ser la ciudad con más albercas del mundo”.

Debo decir que el libro no está mal (de hecho, ganó el premio Xavier Villaurrutia). Lo que sí está pa’ la mierda es mi memoria: aparte de que había olvidado que leí la novela, también había olvidado que fui a la FIL de Guadalajara y estuvimos correteando a Fabio Morábito para asistir a la presentación de su libro. La cual no fue nada vertiginosa.

Aquello más bien fue muy raro: la sala que habían asignado para el evento estaba ocupada y todos los que queríamos asistir a la exposición, incluido el autor, la presentadora, los organizadores, la prensa, gente de seguridad y alguno que otro metiche, nos veíamos forzados a caminar en bola por toda la FIL buscando algún salón para poder sentarnos y llevar a cabo la dichosa presentación.

Me sentía como si estuviera en el zócalo exigiendo mis derechos: “somos obreros, no limosneros”, “somos lectores, no revendedores”.

Finalmente, y luego de esperar por espacio de unos cuarenta minutos, nos asignaron un sitio adecuado donde pudimos presenciar el evento más aburrido de la historia. Me dio por creer que la presentadora era la peor enemiga del escritor. Estoy seguro de que lo odiaba profundamente. Qué manera de quitarnos las ganas de vivir y de leer el libro de Morábito. Llevó todo su discurso escrito, pero leía con una lentitud y una torpeza inigualables. Yo me quería dar a la fuga y salir a buscar el edificio más alto de Guadalajara para arrojarme por un balcón.

Casi podría asegurar que el gran Fabio estaba igual. Muchos hacíamos bizcos para que no se nos cerraran los ojos. Yo me pregunto: ¿quién habrá elegido a esa ñora para la presentación? Lamentablemente no repartió tarjetas con su teléfono porque les juro que era más efectiva para combatir el insomnio que un garrafón de Rivotril.

Para chingarla de acabar, el calor era insoportable. Ya ven que la Perla Tapatía tiene un clima muy estable: siempre está de la chingada. Si a eso le agregamos que éramos una pequeña multitud apilada en un cuarto con sillas y que sólo había un ventilador como de juguete, ya se imaginarán la temperatura.

Yo estaba sudando como mixiote junto con otros doscientos pelados. Primero queríamos entrar, ahora lo único que queríamos era salir e ir a bañarnos a la Minerva o de menos revolcarnos en el primer charco que encontráramos disponible.

Les juro que cuando abrieron las puertas y terminó el evento, me sentí como si fuera el Chapo Guzmán después de haber atravesado el túnel que le abría el camino de la libertad.

Como si con esto no hubiéramos tenido suficiente, recuerdo que estuvimos buscando al mencionado escritor para que nos firmara un libro y nos tardamos un chingo buscándolo y justo allí nació el seudónimo de mi queridísima amiga Carla con “C”. Ella le dijo que su nombre era Carla con “C” no con “K”, y justo así le firmó su libro: “Para Carla con “C” con afecto”. Y el señor nos mandó por unas tortas ahogadas y a ver si ya puso la marrana porque A) Quizás tenía prisa. B) Le caímos mal. C) También estaba buscando el edificio más alto de Guadalajara o probablemente un charco.

Y se preguntará usted, legendaria damita, aguerrido caballero: ¿pa’ qué chingados me cuentan esto? Pues resulta que la historia del libro tomó vida propia.

Me explico: como bien sabrán, no hay manera de que esta humilde napkin regrese de entre los muertos por las mañanas a menos de que se rife un café. Una vez que mi espíritu se va desapendejando poco a poco, me veo orillado a leer el periódico para cerciorarme de que aún estamos con vida en el planeta tierra que, desde mi punto de vista, se está desmoronando. Y, dicho sea de paso, creo que ya no tarda en despedorrarse por completo.

El asunto es que tomé mi entrañable Reforma y descubrí la siguiente nota fechada el 21 de abril del año en curso: “Infractores pueden saldar sus fotocívicas acudiendo a tomar un taller de lectura”.

“¿Cometió una infracción vial? Deténgase al amparo de un libro, léalo en voz alta y saldrá de su multa”, como lo hace Eduardo, el protagonista de Lector a domicilio del escritor Fabio Morábito que ha inspirado un programa de la Ciudad de México para pagar sanciones de tránsito de esta forma.

El taller de lectura se lleva a cabo en la Biblioteca Central de Ciudad Universitaria, pero se prevé que también se encuentre disponible en la Facultad de Aragón y se plantea la posibilidad de que las personas tengan más adelante la opción de leerles a adultos mayores.

La idea de trasladar la ficción de Morábito a la realidad fue de Elsa Margarita Ramírez Leyva (me paro de pie), Directora General de Bibliotecas y Servicios Digitales en la UNAM.

La promotora que imparte el taller se llama Lizbeth Nájera, quien explica que leer en voz alta involucra aspectos como la postura, la relajación y la respiración para la adecuada interpretación del texto. La dicción, la velocidad y el volumen son también elementos básicos, junto con el contacto visual y la narración vívida, añade.

Pero la actividad no culmina con la lectura en voz alta, no señor, sino que propicia una conversación a partir del texto elegido. Las personas comienzan a compartir sus emociones y sentimientos con un grupo de personas desconocidas. Los participantes, si así lo deciden, empiezan a hablar de alguna enfermedad, un divorcio o cualquier situación por la que estén pasando y son escuchados de manera empática y con respeto (como cuando nos subimos a un taxi, creo que los taxistas son los mejores psicólogos que existen en esta ciudad). Lo anterior se genera a partir de una buena lectura en voz alta y una buena selección del texto.

Una vez, recuerda Ramírez Leyva, llegó a la biblioteca un abogado que preguntó, con tono docto: “¿A quién le voy a leer?”. La respuesta le sorprendió: “Viene usted a tomar un taller de lectura”. Él protestó: “Ustedes no me van a enseñar a leer”. Al final reconoció con humildad: “Debo confesar que sí me enseñaron a leer en voz alta”.

Heidi Salinas, odontóloga retirada, también creía que su sanción consistiría en leer para alguien más o en desempolvar libros.

“He tenido la grata sorpresa de que ha sido un programa encaminado a motivar a las personas a hacer lectura en voz alta. Ha sido maravilloso descubrir cómo a través de la lectura podemos vincularnos a autores con audiencias que tal vez no tienen acceso a los libros, como las personas en hospitales”, dice, sobre las posibilidades que se abren con este programa.

María Teresa Santos, química e investigadora, reconoce también la camaradería que se establece en el recinto universitario: “todos participamos, contamos vivencias, anécdotas… La actividad se presta para una convivencia muy empática entre la gente que viene, a pesar de que no se conocen, y eso favorece propuestas que salen posteriormente, como ir a leer en voz alta en hospitales, bibliotecas o simplemente en el entorno de cada persona”.

Con todo lo anterior me están dando ganas de agarrar mi coche y pasarme cien semáforos en rojo o conducir a 200 kilómetros por hora sobre avenida de los Insurgentes. O como mínimo invadir el carril del Metrobús.

El plan de lectura suena bastante bien. De hecho, tenía una maestra que nos decía que los poemas siempre había que leerlos en voz alta, desde entonces se me quedó la costumbre de leer algunos poemas así, y es muy curioso lo que sucede. El poeta logra la eternidad, rebasa el tiempo y es algo extraño, pero habla a través del lector. Si no me creen inténtenlo un día y se darán cuenta.

Sólo espero que no suceda lo mismo con todos los libros. Hace mucho leí El extranjero de Albert Camus, si no lo han leído, por piedad no lo hagan. Es tan deprimente como ver la película de Gloria Trevi. Hagan de cuenta que es peor que beber un lunes hasta perder el juicio en el bar de un Sanborns escuchando canciones de José José.

El caso es que un tal Meursault se encuentra en la playa con otro sujeto, cabe resaltar que hacía un calor de su puta madre. Al final el sujeto A mata al sujeto B, no precisamente por el clima, pero no resultaría nada extraño que haya sido un factor determinante para cometer el crimen.

Ya estoy viendo a los peseros madreándose con los taxistas y a los de las bicis mentándoles la madre a los motociclistas. En la CDMX hace un calor infame. Así que espero que en este caso la ficción se quede guardada en los libros.

Para finalizar debo decirles que no encontré el final. Les prometo que para la siguiente entrega les tendré algunos tópicos interesantes que disculpen esta falta de fin y les haré saber qué ha sucedido con mi curso de novela corta. Por ahora les puedo decir que llevo dos capítulos del libro que estoy escribiendo y creo que no pinta tan mal.

Cualquier duda o sugerencia con esta columna que lee en voz alta y que está sudando como mixiote, favor de mandarnos sus cometarios, wonderful leidi, aguerrido gentelman.


Gabriel Duarte. Ciudad de México 1972. Es Licenciado en Mercadotecnia por la Universidad Tecnológica de México. Estudió literatura en SOGEM. Está por publicar su primera novela.


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