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Puebla, México, 2 de agosto de 2024 (Neotraba)

El hombre es un ser animado racional, sea varón o sea mujer.

Ser humano es, en términos coloquiales, sinónimo de hombre.

Ser varón es ser hombre.

Mujer no es ser varón ni es humano porque no va en femenino.

Pero mujer es del hombre porque está en el nosotros.

Mujer pedacito. Cuerpo de hombre mutilado que habita lo prohibido.

Michelet lo dice con una elegancia un poco menos retorcida: “se les pagó con torturas, con hogueras. Se descubrieron suplicios especiales, se inventaron dolores para ellas. Se las juzgaba en masa, se las condenaba por una palabra”.

Y si se habla de cuerpos, ser mujer pedacito u hombre mutilado es el mismo suplicio cotidiano.

De sinónimo en sinónimo, los hombres hechos pedacitos estamos perpetuamente incompletos. Con un padre, como el de la mayoría de los niños flaquitos e incompletos, que deseaba un niño enano, gordo o soberbio, pero siempre entero.

El cuerpo tiene memoria. Es adicto al temple y la lujuria de la complacencia. Abraza el pensamiento como vorágine de sentires que reverberan incongruencia; que buscan satisfacerse con la más primitiva de las desesperaciones.

Ahora, agrega que eres cuerpo de hombre mutilado. Y no te falta el brazo o el meñique. Careces de lo único que te podría expurgar el diminutivo: ese pedazo de todo que no se divorcia de la deontología.

Y si el pensamiento se somete a las bacanales de la hormona, la plasticidad neuronal no es suficiente para reestructurar tu naturaleza bíblica de pedacito de hombre.

Qué sencillo es decir que la cultura es así de flexible cuando las niñas todavía quieren ser niños cuando sean grandes. Lo dijimos muchas y lo dicen ellas, siendo pequeños pedazos de carne. La infancia es lo primero que nos cercena: nos obliga a hacer magia, a performar nuestros cuerpos de hadas, brujas, ninfetas y lolitas. Todo menos niñas.

“De niña, todo lo ensuciaba. Grandecita, bonita, sorprendía por su suciedad. Por ella la brujería tendrá algo de cocina, algo de química. Casi enseguida manipula especialmente las cosas repugnantes; hoy, las drogas; mañana, las intrigas. Su elemento: los amores y las enfermedades”, repite con su habitual pericia este señor, Don Michelet.

Los hombrecitos merecemos castigos especiales. Cierra las piernas, no abras la boca, apriétate hasta labrar en tu herida una fortaleza impenetrable. Como hombre mutilado, se debe ser flaquito hasta caber en el diminutivo.

Honestamente, prefiero no entrar con esta holgura en ningún sitio que caber en el nosotros. Continuar poniéndole una “o” a mi apelativo significaría, en términos menos elegantes que los de La Bruja, esclavizar mi apetito, mi pelo, mi brazo, mi entrepierna, la palabra.

Mejor ser mala, maldita, hija del diablo. Llevar el arte al cuerpo. Manipular la vida. “La bruja es artista –ya una artista que vende– y aquí entramos en el oficio”.


Mirna Coreliel. Autorretrato

Mirna Coreliel. Periodista. Beneficiaria del Programa de Estímulo a la Creación y Desarrollo Artístico (PECDA). Escritora y divulgadora de arte, erotismo y cultura en el instrumento @damamuerta. Mi cuerpo es mi instrumento.


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