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Ciudad de México, 18 de abril de 2025 (Neotraba)

Recientemente me hicieron notar una extraña relación entre los gatos y los libreros de viejo, les contaré mi experiencia con los felinos, casi como una tragedia griega.

Hace algunos años mi esposa adoptó un par de gatitos, hembra y macho, ella era blanca y tan bella como arisca, él era muy travieso; la gata la llamamos Bola de nieve y al gato por su pelaje atigrado lo nombramos de forma sumamente original como Tigre.

Fotografía por cortesía de Sergio Núñez
Fotografía por cortesía de Sergio Núñez

Mientras fueron cachorritos todo eran mimos y felicidad, ya en su etapa de adolescencia gatuna comenzaron con actitudes extrañas, un día que regresaba del trabajo (en esa época laboraba en una de las librerías de viejo del sur de la ciudad), observé a ambas mascotas arañando mis obras escogidas de Hemingway en Planeta y las obras completas de Herman Hesse en Aguilar, soy muy tranquilo pero en ese momento sentí mucha furia, me dieron ganas de estrangular a los dos pinches gatos, casi lo hago, sólo los cargue, cada uno con una mano y los maldije, les desee que tuvieran una muerte dolorosa, los odié en ese instante, inmediatamente los bajé y huyeron por caminos distintos.

Pasaron varias semanas y logramos una buena relación los gatos y yo, jamás volvieron a acercarse a mis libros y aunque de mi parte se terminaron los mimos nunca dejé de vacunarlos y alimentarlos adecuadamente. Una tarde de sábado atravesaba una avenida de seis carriles a la brava, es decir, no por las líneas de peatones, debía hacerlo con rapidez pues por esa zona pasan continuamente camiones de carga a buena velocidad, mientras lo hacía vi el cuerpo inerte de Tigre en medio del asfalto, no pude detenerme, inmediatamente paso un tráiler y no volví a saber de mi pobre mascota.

Fotografía por cortesía de Sergio Núñez
Fotografía por cortesía de Sergio Núñez

Pasó el tiempo y Bola de nieve cambió sus actitudes desde la muerte de su hermano, era más distante y en ocasiones se perdía por horas entre las azoteas vecinas hasta que notamos que estaba preñada y tuvimos más precauciones con ella, vimos por su salud y atentos al día en que diera a luz. Tuvo cuatro lindos gatitos y por consejos de experiencia popular no nos acercamos a los recién nacidos para que no fueran rechazados por la madre. Después de unos días notamos que ya no eran cuatro, sólo eran tres, no entendíamos el motivo, a la gata la teníamos aislada en un pequeño cuarto de la azotea bien protegida, pero luego había sólo dos y después uno, intensificamos los cuidados.

Cuando sólo quedaba un único gato, presenciamos una escena digna de un grabado de Goya, la gata traía en su hocico lo único que quedaba de su hijo, una patita sangrante ¡se había tragado a todos sus cachorritos!

Viñeta de un libro de Juan Rulfo. Fotografía por cortesía de Sergio Núñez
Viñeta de un libro de Juan Rulfo. Fotografía por cortesía de Sergio Núñez

Luego de ese momento traumático, operamos a Bola de nieve para que ya no pudiera tener descendencia. Un jueves por la noche, días después de la recuperación observé una escena grotesca, justo antes de entrar a mi casa dos perros partían a la mitad a la gata, literalmente la destrozaron con sus hocicos, eran un pitbull y un rottweiler, cada uno se llevó un pedazo, ¡fue horroroso!

No dejo de sentir culpa por maldecir a los pobres gatos. Mi madre me dijo de niño que el cielo de animales no existe, pero donde quiera que estén ojalá descansen en paz, mientras tanto, sentiré una presión en el pecho cada que vea mis ejemplares arañados.


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