Historia de un deicidio del gran Mario Vargas Llosa
Gabriel Duarte narra como un escritor le quitó de las manos un libro de Vargas Llosa a un amigo y se fue rebosante sin enterarse de nada

Gabriel Duarte narra como un escritor le quitó de las manos un libro de Vargas Llosa a un amigo y se fue rebosante sin enterarse de nada
Por Gabriel Duarte
Ciudad de México, 20 de abril de 2025 (Neotraba)
Insensatos lectores: el día de hoy tenía en mente tratar algunos temas de lo más variado que se pudieran imaginar. Pensaba escribir sobre el frijol del bienestar, sobre el desmadre que se armó en la feria de Texcoco porque un individuo no podía rifarse algunos narco-corridos y la banda enloqueció. También tenía ganas de escribir sobre el primer viaje suborbital con una tripulación exclusivamente femenina. Y para finalizar quería hablar del asunto este del robo de unos tenis que valen más de un millón de pesos (todos los días me pregunto si no viviremos dentro de un sueño de Luis Buñuel).
El asunto es que por motivos de fuerza mayor debo entregar mi columna a más tardar el jueves a las 9 de la noche y resulta que justamente hoy es jueves y son las 7 post meridiem. En mi defensa puedo argumentar que me enteré hace unas horas de este contratiempo. Así que, me pareció que era un buen momento para transcribir un artículo que ya había escrito hace mucho tiempo y justo hablaba sobre Vargas Llosa.
Como todos sabrán, la semana pasada recibimos la noticia del fallecimiento del escritor peruano. Platicando con mi editor le comentaba que yo aún no lo he leído, pero, estuve meditándolo un poco y había olvidado que hace algunos años me rifé dos libros de él. Uno se llama Cartas a un joven novelista y el otro Historia de un deicidio.
Debo recalcar que el texto que leerán a continuación lo escribí en aquel fatídico 2020. Un amigo me invitó a escribir en su blog. Por otra parte, quizás ya se los dije, pero me veo en la obligación de recordarles que vivía con una amiga en su casa suya de ella y que el texto obedece justo a aquella temporada en la que no debíamos salir de casa bajo ninguna circunstancia. Y, dicho sea de paso: no sé si a ustedes les suceda, pero cada vez que recuerdo esos tiempos me parecen un recuerdo muy lejano o una broma de mal gusto.
En fin, que sin más dilaciones, les envío el muy mentado texto en honor al gran Varguitas:
“Antes de entrar en materia les diré que, como mucha gente, llevo más de un mes encerrado. Por fortuna vivo con una amiga, creo que si estuviera viviendo solo estaría a diez minutos de arrojarme por el balcón.
No sé ustedes, pero, yo tengo un pequeño gran desmadre con los horarios y las horas de sueño. La roomie se despierta más temprano que yo (me parece que sería más correcto decir antes que yo, y no más temprano, eso de levantarse a la 1:30 pm, no me suena a que sea muy temprano), prepara el desayuno y me avisa cuando está listo.
Con la noche aún agazapada en las entrañas, intento ponerme de pie y comienzo a caminar como si lo hiciera a través de un campo minado. Hago malabares para llegar a la cocina y cuando por fin me acerco al comedor, Claudia tiene unos deseos inconmensurables de hablar. Yo, en ese momento, no sé si estoy vivo, muerto o en una pesadilla, sólo percibo una tormenta de ideas a la vez y me siento como si estuviera escuchando “Juana la cubana” a todo volumen.
Después de lavar los trastes mi cerebro poco a poco comienza a desapendejarse, pero es inminente que me dirija a la regadera para despertar por completo y poder comprender el mundo en su totalidad (o lo que comprendo en un día normal, que es nada o casi nada).
Una vez que salgo del baño me encuentro listo para leer o escribir algo, según sea el caso. Esta semana me acompaña la gran Rosario Tijeras, del colombiano Jorge Franco. La novela está a toda madre, pero como de lo que se trata aquí es hablar sobre libros, hallazgos y librerías de viejo, les contaré algo que me sucedió varios años atrás.
Verán: hace algún tiempo conocí a García Márquez, bueno, no lo conocí a él, quiero decir que leí uno de sus libros. Por todos lados escuchaba que Cien años de soledad era la obra cumbre, como una especie de Quijote contemporáneo. Que se trataba de un libro fundamental para comprender el realismo mágico, el boom latinoamericano y montones de cosas más.
El asunto es que terminé la novela y me pareció deslumbrante la manera en la que está narrada y el modo en que el autor logró tejer una historia tan compleja, sin dejar de lado que la prosa y el lenguaje utilizados son magistrales. Me sorprende la facilidad que García Márquez demostró para crear personajes tan verosímiles, pero tan ajenos a nuestra realidad.
En fin, que podría hablar hasta el cansancio de Cien años de soledad, pero me parece que gente mucho más capaz ya lo hizo hasta el aburrimiento. Así que, para finalizar con este punto, sólo he de decir (y que Dios y los amantes del Gabo me perdonen) que leí dos veces el libro y ninguna de las dos ocasiones me enganchó por completo, pero sí pensé: ¿de dónde demonios se le habrán ocurrido tantas cosas? ¿Y qué asuntos tendría que vivir un escritor para escribir algo así?
Como de costumbre, descubrí que alguien ya había pensado lo mismo, con la ligera diferencia de que el sujeto en cuestión era Mario Vargas Llosa (mejor conocido como “Varguitas”), quien escribió un libro denominado Historia de un deicidio y resulta que dicho trabajo fue su tesis doctoral.
Ahora bien, el título original era García Márquez: lengua y estructura de su obra narrativa, pero cuando se publicó la editorial le cambió el nombre haciendo referencia a algo que me pareció bastante interesante: “deicidio” viene del latín y significa algo así como matar a Dios.
En su tesis, Vargas Llosa compara diversos acontecimientos ocurridos en la vida de García Márquez en relación con su literatura y desarrolla una teoría en la que se supone que el escritor se revela contra la realidad e intenta sustituirla por la ficción que él mismo inventa y de este modo suplanta el poder de Dios.
Tomando en cuenta todo lo citado con antelación el libro ya parece deseable, si a esto le agregamos que Vargas Llosa y El Gabo se pelearon por una damita y que a raíz de este acontecimiento el colombiano no permitió que se volviera a publicar, el libro resulta aún más tentador (les diré que hasta la fecha en la que se escribió este artículo sólo se habían hecho dos ediciones de Historia de un deicidio y era muy difícil de hallar. Cuando se tenía suerte podía aparecer la primera edición, pero su costo ascendía como mínimo a los $1500 pechereques).
El asunto es que un día llegué con cierto amigo, que me invitó a escribir en cierto blog, ciertas cosas que pasan con ciertos hallazgos y en ciertas librerías de viejo. Le pregunté que si no había manera de conseguir el mencionado texto de Vargas Llosa, a lo que me respondió: “un día estuve muy cerca de tenerlo, sólo una mesa y una sabandija me impidieron obtenerlo (en realidad mi amigo no dijo sabandija porque él es muy propio, pero como se habrán dado cuenta yo no).
Me explico: era un día como cualquier otro día y me quedé de ver con el gran Sergiño para tomar café. El lugar de la cita estaba ubicado a unos cuantos locales de una librería de viejo. Nos reunimos y mientras tomábamos un capuchino, le hice una pregunta sobre el libro y me dijo que, en días pasados, había llegado a la librería a la que teníamos pensado ir. Como era su costumbre comenzó a analizar los libreros y desde muy lejos reconoció el lomo de Historia de un deicidio, estaba por tomarlo cuando se entretuvo en una mesa de baratijas. Justo en ese momento un escritor entró a la librería, observó el ejemplar, lo tomó as soon as en chinga, se dirigió a la caja, lo pagó y se lo llevó.
Mi amigo se quedó viendo al fulano aquel como cuando Juan Diego vio a la Virgen. Y antes sus incrédulos ojos observó cómo se le escapaba el libro de Vargas Llosa.
Cuando le pregunté quién era el sujeto que prácticamente le había quitado el texto de las manos, me respondió que no lo conocía mucho. Sólo sabía que era un escritor nacido en León Guanajuato en 1965, que había sido becario de Sistema Nacional de Creadores y de la Fundación John Simon Guggenheim. Que era autor de las novelas Nostalgia de las sombras, El rostro de piedra y de nueve libros de cuentos, varios de ellos traducidos al inglés, al francés y al portugués. Que había ganado varios premios de cuento, entre ellos el Certamen Nacional de Cuento, Poesía y Ensayo de la Universidad Veracruzana (1994), y el premio de cuento Juan Rulfo (2000) otorgado por Radio Francia Internacional y que su recopilación de relatos Sombras detrás de la ventana (2010) obtuvo el premio de literatura Antonin Artaud, otorgado por la Embajada de Francia en México, pero no recordaba su nombre.
Con tales referencias yo no sabía si reír, rezar o llorar. Sólo me quedó el consuelo que nos queda a los bibliófilos cuando perdemos un libro: “al menos quedó en buenas manos.” (suena como si uno ve a su exnovia con su nuevo galán y dice eso: “al menos quedó en buenas manos.” ¡Favor de no mamar!).
Para finalizar les diré que leyendo Rosario Tijeras, de casualidad me encontré un párrafo en el capítulo doce (que es justo en el que voy) que quizás podría resumir el sentimiento de mi amigo:
“…volví a mi casa. No tuve que decir nada, en mi cara se leía todo y la lectura debió haber sido patética, porque en lugar de reproches recibí sonrisas entumecidas y palmadas en la espalda, aunque nada de eso alivió la congoja que sentía. La sensación era la de haber chocado a gran velocidad contra un muro, dejándome tan aturdido que no podía definir sentimientos, tampoco podía entender la situación que me había llevado a sufrir ese tremendo choque, trataba de poner las ideas en orden para hacer un diagnóstico de mi mal, pero no fui yo sino alguien de mi familia quien acertó cuando se decidieron a poner el tema sobre la mesa…”
En fin, no sé si él se sentirá de ese modo, pero cuando me enteré de su historia yo sí me sentía un tanto así. Por ahora la noche se devoró los colores, no me resta más que pedirles lo que les pido todos los días después de escribir: se me portan bien, no quiero quejas.
P.D. Espero que a Eduardo Antonio Parra jamás le dé diarrea y tos al mismo tiempo.
Cualquier duda o sugerencia con esta columna escrita al puro chingadazo, favor de dejarnos sus comentarios, encantadora damita, sensacional caballero.
Avisos