Por Edgar Hoover
Lo tuve en casete, fue mi primer álbum comprado en un botadero de Aurrerá, cuando hacerse de un Compact Disc original era más caro de lo que pago por el cigarro que ahora me consume. Sin embargo, los treinta pesos gastados bien valían la pena si tenemos en cuenta que hace más de diez años, como ahora, Simon & Garfunkel, no son de primera línea y lo que se vende de ellos, por fortuna, aún sigue en ese mismo botadero.
No fue lo único que escuché de ellos, pero sí lo que me persuadió: Sus letras, su espiral melancólica, indecisa; las rimas, en absoluto forzadas, y el estilo que se veía detrás de Paul Simon: Cercano a Dylan pero con la paciencia de Baez. “Sounds of silence”, fue una buena excusa para darme cuenta que la niñez se pierde en once trakcs, a la velocidad que a un par de carretes le da la gana.
Tal vez lo más conocido de “Sounds of silence” es la canción que abre el álbum –“The sounds of silence”-, misma que en 1964 apareció en “Wednesday morning, 3 AM”, disco debut de este dueto neoyorquino. La diferencia entre ambas versiones resulta en la instrumentación, pues la de 1964 le dio más importancia a las voces y a la guitarra acústica de Simon, tal como lo repetirían en los conciertos de los ochenta y los noventa.
En cambio, casi dos años después, para 1966 y en “The sounds of silence”, se incluyeron metales y percusiones que le dieron un soporte más strong, sin dejar de lado el estilo folk que los había dado a conocer, y manteniendo el drama de la letra: El asesinato de JFK, en noviembre de 1963.
Ahora bien, “The sounds of silence”, es un álbum dinámico y no cumple en nada con esa visión tediosa que pudo ser identificada con The Everly Brothers, por ejemplo. Esto lleva a un detalle interesante sobre la organización de los tracks en este disco, ya que lo mismo hay cercanías con el pop, estimaciones de soft rock y baladas que le dan velocidad, al punto de no llegar a la media hora en el tiempo total.
Una de ellas, “A most peculiar man”, habla sobre un tipo que termina suicidándose al abrir las llaves del gas, tirado en su cama y con las ventanas cerradas. Historia de una persona que bien puede ser cualquiera, exiliado del contacto con otros y quien vive solo con la depresión que ahora puede ser tema de ciertas notas rojas perdidas.
También, “Richard Cory”, ejemplifica al “playboy” que tiene una vida acomodada y que puede ser la envidia del hijo de vecina que se ponga en frente. “Richard Cory”, es la corrupción moral y política estadounidense adaptada por Simon & Garfunkel sobre un poema del mismo nombre de Edwin Arlington Robinson que, tal pareciera, para mediados de los sesenta era la misma corrupción que se vivía en los últimos años del siglo antepasado.
“The sounds of silence”, cierra perfecto con “I am a rock”, misma que Simon había trabajado desde 1963, aunque no fue agrupada en un disco en forma hasta éste; sin embargo, el propio Simon la dio a conocer en 1965 como solista en “The Paul Simon songbook”, mismo que fue publicado sólo en Inglaterra.
“I am a rock”, es un poema a la soledad que se deja ver en todo el álbum sin llegar a ser depresiva; se convierte en una alegoría que se relaciona con “A most peculiar man”, pero con un final menos dramático.
Bien puede ser una “love song” de tres cuartos sobre una generación que afianzaba su desarraigo cultural, las influencias británicas, la frustración y el creciente repudio por la Guerra de Vietnam, no por nada, la última línea de “The sounds of silence” lo explica: “And a rock feels no pain; and an island never cries”.