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Hermosillo, Sonora, 17 de mayo de 2024 (Neotraba)

Todas las fotos son de Carlos Sánchez

La chica se abalanzó contra mí. Me dio las gracias, “maestro, hacía cinco años que no escuchaba el mar”.

Hacíamos la rueda sobre el concreto de la cancha de básquet, leíamos y analizábamos, luego las morras arrastraban la pluma y conversábamos sobre las historias que cada una construía.

El penal de San Germán está asentado en una mesa, a la vera de un cerro, a un costado del panteón, en el H. puerto de Guaymas. Desde allí los sábados instaurábamos ideas, pinponeábamos y al final las muchachas me invitaban tacos de frijoles: también escuchábamos música.

Nació la frase que me perforó el vientre: “hacía cinco años que no escuchaba el mar”. La chica sentenciada a no recuerdo cuántos años de prisión, tuvo en sus oídos el oleaje magistral de esa rola ídem que canta el flaco Joaquín Sabina.

A la orilla de la chimenea cierra sus notas con la imagen que es sonido: olas que incitan al placer de lo que la naturaleza da. La reiteración de la trascendencia del arte ante unos ojos llenos de júbilo en el reencuentro con ese sitio que la vio nacer, ese espacio cotidiano que la prisión le arrancó de la mirada.

He vuelto a Guaymas, ese puerto que alberga el barrio Puntarena, donde las góndolas del ferrocarril desparraman cemento y los moradores, algunos, recogen lo que cae para luego convertirlo en objetos o bebidas del ensueño.

Ese Guaymas que tiene en su haber la historia de la infancia de Edmundo Valadés, el Navajo Borboa, la lucha disímil, pero lucha al fin, uno desde las palabras, el otro desde los golpes, la férrea búsqueda de abrirse paso por la vida.

Ese puerto cuyo protagonismo en la nota roja es permanente, las historias más devastadoras, la violencia desde todos los días. Igual la fiesta, el carnaval, la marea un guiño para el oficio de pescadores, el barco que atraca, el naufragio que habita en la prensa, en la radio, en los impresos, los medios electrónicos, la televisión.

Hay una panga con destino incierto. Una tostada de callo y camarón, ceviche de pescado, pata de mula, almeja china o chocolate. Hay la ilusión de la puesta de sol y caminar en el concreto del malecón, mirando hacia el infinito. Una radio de onda corta que acarrea desde las hertzianas el discurso de un locutor cachanilla. La cumbia o balada, el saludo para los empleados de la maquila don Agustín.

He vuelto al puerto. De visita con Manuel y Laura, calabacitas con queso, café colado en cafetera italiana, las palabras que reconfortan, los proyectos hacia el arte, los hijos que son hijas, una máquina de coser, la alegría de su manufactura: mil novecientos sesentainueve y todavía como navajita, las mejores prendas que visten de creatividad a la familia.

Después en la sobremesa los proyectos de amasar la harina, el pan blanco casero, un montaje escénico, la búsqueda del oficio y permanecer.

La niña del baño

Al rato los ladrillos que edifican la Universidad Pedagógica Nacional (UPN Guaymas), y continuar al cuento: los talleres de lectura y escritura que se orquestan desde el Centro Regional de Formación Profesional Docente de Sonora (CRESON).

La moneda al aire y los estudiantes atentos, la directora del plantel, Guadalupe Araujo es la disposición total, pluma en mano, la hoja inmediata donde habrán de construirse las historias como ejercicios para soltar lo que en la memoria se contiene.

La lectura del poema La mano derecha de mi padre, incluido en el poemario Un solar es la noche del poeta oaxaqueño Ibán de León, se oferta como pauta para escudriñar la historia personal de cada uno de los asistentes.

Se avizora la añoranza por lo que no fue, se dice, y una lágrima de pronto y las palabras que se resisten a fluir. El silencio que es abrazo, la comprensión de uno para con el otro, la empatía, el helado aquel que siendo niño uno se comió ante la ausencia de ese ser que debió existir en compañía, las monedas muchas y el vacío enorme.

Todos tenemos un Pedro Páramo en las mejillas, a todos se nos ruboriza el apellido, en ocasiones la pregunta inminente: ¿cómo hubiera sido?

Luego el ejercicio sobre La niña del baño, ese tema a manera de leyenda donde una niña se aparece en el baño de la escuela, la han visto, juran, la han escuchado, dicen, y viste y calza ropa de otro tiempo; en diálogos su existencia es fehaciente, indudable.

Se atisba entonces desde la experiencia propia de las y los estudiantes, lo que a esa niña le perturba, lo que a la niña le molesta. Se construyen entonces los testimonios por demás creativos teniendo como punto de partida lo cotidiano: a la niña le incomoda el acoso, la niña sabe de las muertes por misoginia y machismo, es ella quizá una más en la estadística, a la niña le aflora una esperanza cuando la voz que narra le informa sobre el proceso de reconstrucción del lugar que visita, ese baño que muta hacia la integración de cada una de las niñas que lo usan, la metáfora que refiere al llamado social, que las calles, el aula, la universidad sea para todas un lugar seguro.

Un buen proyecto que nace, la posibilidad de una publicación que contenga la creatividad que se instaura como punto de partida en el taller. A veces los silencios pronuncian la catarsis, como si la literatura nos resolviera todas las dudas, como si la palabra se introdujera al interior y nos consolara de tanto ingenio y ritmo y locaciones e imágenes. Fluir, reincidir en la lectura y escritura es la mejor apuesta para estos años de formación.

La lectura de un cuento que es relato, de Un menú para el futuro, del escritor Heriberto Duarte, Adiós amor, se desprende el recuento de la querencia por los animales, la mascota que es compañía, el maravilloso ingenio de un niño que es adolescente que es adulto, para describir las faenas, los lugares, el color del pelaje, la puesta de sol y esa reacción física del o la perra que se ama, el desenlace en voz del veterinario, la ausencia que jamás será del todo porque la memoria trae a cuento la existencia de esa mascota que habitará por siempre desde el recuerdo.

El mutis de nuevo, porque la palabra certera nos conmueve. Cada uno de los participantes auscultándose el interior, diciendo desde la mirada la conmoción y la importancia del paso por la vida de esas cuatro patas y la cola en movimiento que es una fiesta, “yo una vez tuve un perro que me lamía los cachetes”.

Luego vendrían los acuerdos, las peticiones, “mañana de nuevo un taller”, el deseo de permanecer en la lectura y escritura, la conversación que dispara temas al azar, como la historia aquella de un niño que en el cerro…


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