Escribir la anormalidad: Cubrebocas y Membranas
Un cuento más del taller Escribir la Anormalidad, dirigido por Macaria España.
Un cuento más del taller Escribir la Anormalidad, dirigido por Macaria España.
Por MÁC Carmona
León, Guanajuato, 12 de octubre de 2021 [02:11 GMT-5] (Neotraba)
El último de los trabajos que desarrollaron los participantes en el taller de escritura pandémica refleja, hasta cierto punto, el horror de la incertidumbre de los tiempos actuales. La insensibilidad que podemos encontrar en contextos tan diversos siempre terminará rompiéndose con la fragilidad del cuerpo humano.
Ángel Carmona, de León, Guanajuato, dirige desde mayo del 2019 un taller de escritura creativa en la biblioteca Wigberto Jiménez Moreno y aquí nos deja un breve relato
Lo conocí antes de su desgracia. Roberto era un empresario que no dudaba al tomar la decisión que dejaba a cientos sin trabajo, la pandemia había mermado su producción. Obligó a sus empleados a trabajar dos turnos para no detener la fábrica, el sudor y las heces impregnaban el lugar, pues los obligó a usar pañal. La enfermedad era muy contagiosa con decenas de enfermos cada semana, la planta se desangraba a ritmo constante. El dueño se negaba a usar cubrebocas, se lavaba las manos solo antes de comer y vigilaba a sus empleados de forma obsesiva.
Una mañana, desde su escritorio lleno de polvo, de forma tajante y sin ambages, me dijo: “Reduce el personal a un cuarenta por ciento. Solo así podré mantener la empresa a salvo”. El tono impasible de su voz y la profundidad en sus ojos me daban escalofríos. Volteó al escritorio donde tenía su vaso de coñac y me dijo “Pásame el vaso para firmar finiquitos”. Lo miré a los ojos y le pasé el bolígrafo, me dijo “Ándale, sí, eso”. Su mano no le respondió, un entumecimiento le dificultó escribir. Al día siguiente, liquidé al personal que tenía el rendimiento más bajo. Aceptaron resignados la miseria: habían firmado una carta de renuncia antes de laborar.
Él pareció ignorar que esa insensibilidad le traería fatales consecuencias, una de ellas fue el suicidio del hijo menor de su tercer matrimonio. Ni siquiera asistió al sepelio del niño de nueve años. Mostró la misma insensibilidad cuando el médico le informó que sólo le quedaba una de las tres meninges que protegen al sistema nervioso y al corazón. Con el mismo tono impasible de siempre expresó “Consígame dos, no repare en costos”. Los ojos del doctor hablaron y Roberto les dio la espalda, no aceptó la realidad.
Nunca podré olvidar su rostro. Cuando llegamos a su mansión, abrí la puerta del auto y nunca respondió, tenía los ojos abiertos y la piel helada.