Entrevista a Santo Miguelito.
El artista plástico Miguel Pérez, conocido por su propuesta para mirar al cuerpo de manera distinta y por retomar la técnica del bordado, platicó con nosotros.
El artista plástico Miguel Pérez, conocido por su propuesta para mirar al cuerpo de manera distinta y por retomar la técnica del bordado, platicó con nosotros.
Por Óscar Alarcón
30 de abril de 2016
Óscar Alarcón. Después de ver tu blog y comenzar a entender tu trabajo, uno de los temas que más me llaman la atención es la enfermedad y la forma en cómo la abordas en las fotografías de tu performance A que no puedes comer sólo una, ¿cómo es la relación que tienes con la enfermedad?
Santo Miguelito. Fue bien chistoso porque en teoría mi enfermedad era el sobrepeso y no tenía conocimiento que lo que me provocaba el sobrepeso era una inestabilidad en la tiroides, siempre fue estar gordo y tener esa carga emocional y sociocultural.
Mi papá no lo reconoce pero sí le molestaba un poco que yo estuviera en esa condición, porque tiene una carga machista, no es hablar mal de él pero tenía una idea en la que si el doctor dice que estás sano entonces te chingas.
Me pasó que cuando tenía 6 años empecé a subir de peso, me llevaron al ISSSTEP y el médico me dijo “tú estás bien, estás gordo porque eres huevón” delante de mi papá, me dijo “sólo deja de comer y ponte a hacer ejercicio” y ahí fue como mi papá dijo “de aquí soy”. Me metió a Tae Kwon Do, al gimnasio y yo siempre había sido bien flojo. Me chocaba el ejercicio pero de estar oyendo a mi papá a ir a correr pues mejor me iba a correr. Era más esa presión porque yo no tenía ningún problema, más bien era la carga moral que me daban los demás. Era pesado.
Cuando llego a la carrera —que también fue bien chistoso porque fue para darle en la torre a mi papá: “¿vas a ser artista?”, yo sabía que no le gustaba— fue como “de aquí soy”. Desde que estaba en la escuela la clase de Educación Artística me fascinaba, me ponía a investigar sobre historia del arte, de todas las técnicas que tuvieran que ver con historia del arte. Si nos dejaban hacer una maqueta el primer lugar siempre era para Miguelito porque se fascinaba haciendo sus maquetas. Le invertía tiempo, cuando para los demás era “una pinche maqueta”. Siempre me llamó mucho la atención de lo manual, que te metieras al trabajo, que tú lo hicieras. Y en la familia de mi mamá, mi tía fue la que nos enseñó a todos a bordar, y era más “te enseño por si te casas y tu mujer no lo sabe hacer, tú le enseñes”, y yo decía “pero por qué, si a mí me gusta, está bien padre esto”. Y mi tía “no, no, no, esto es de mujeres, te estoy enseñando nada más para que tú le enseñes a tu esposa”.
Cuando llego a la carrera y me doy cuenta de que todo eso lo puedo aplicar, fue un poco picarle la cresta a mi papá. Y disfrutarlo porque me estaba gustando mucho.
Me puse a investigar y con Laurance Le Bouhellec, que fue mi guía, mi santa —porque ella me iluminó—, empezamos a hablar sobre la idea del cuerpo diferente, las concepciones del feminismo básico, que no era generar una contraparte del machismo sino darle respeto. Yo dije que me estaba latiendo la onda del cuerpo diferente porque hay gente que también ha sentido lo mismo que yo: no sentirse incómodo con su cuerpo pero pesa más que el otro dice.
Era más generar un juego de seducción, por ejemplo lo que hice con el chocolate, en donde usé un objeto ya consagrado con el carácter de lo rico, lo delicioso con el otro que es mi cuerpo, un cuerpo gordo, desbordado, que genera un shock a la gente. ¿Por qué ese cuerpo que no tiene lavadero, que no es bonito, bien formado está como modelo? Es un cuerpo más común y a la gente le puede incomodar un cuerpo más parecido al suyo que un cuerpo utópico. Finalmente sólo nos lo ponen en la televisión con ciertos lineamientos.
ÓA. ¿Consideras que el canon visual del cuerpo del mexicano es aspiracional?
SM. Sí. Pero creo que no sólo con el cuerpo. Y más en Puebla. Es un fenómeno bien chistoso porque siempre te estás fijando lo que hace el otro. Y le das más importancia a lo que el otro está haciendo, lo que el otro dice, que lo propio. Siempre es “ya viste lo que está haciendo… ya viste que se compró un carro…”, siempre estamos de chismosos y metiches, fijándonos en el otro.
Nos lo ponen en la tele, vemos a la gente que promociona los productos, todos aquellos que salen en la tele tienen que cumplir ciertos lineamientos y entonces los demás se idiotizan, se enajenan con ese modelo. Esperan siempre encontrarse a alguien con esos estereotipos.
Yo me di cuenta en el ambiente gay, es muy aspiracional, es muy fantasioso, muy de princesas.
ÓA. Como el Drag Queen…
SM. Pero ese tiene otra connotación más interesante. Yo hablo más de un homosexual común, sea de clóset o no. Siempre tiene esta aspiración de: “mi novio tiene que ser súper bonito, güero, de ojos claros, los caireles dorados”, muy en la idea de Barbie. Y no se da cuenta que en su entorno de 10 va a encontrarse la mitad de uno —y eso porque es un niño— y ahí se genera una frustración porque no puede conseguir la pareja que le han hecho creer que es la perfecta. Creo que estamos sumergidos en eso.
ÓA. ¿Cómo debe incidir el arte? O por lo menos, ¿cómo incide tu trabajo ante esta desacralización del cuerpo?
SM. Lo que yo intento es confrontar al público. Siempre que vean una pieza les generen una sensación estética, una sensación de horror. Siempre quiero que les provoquen algo.
Lo que hago es ir a mis exposiciones disfrazado o camuflado —aunque esto es imposible porque mucha gente ya me conoce— y me gusta preguntarles qué es lo que ven en las piezas, qué sintieron o qué les dijo.
Uno hace la pieza a partir de uno, y no me puedo dar cuenta que estoy ofendiendo susceptibilidades o a alguien, y eso es lo que me interesa de mi trabajo: preguntarle a la gente qué es lo que ve, qué es lo que siente o qué les dijo. Yo puedo decir muchas cosas de mi pieza y la puedo insertar a partir de cualquier discurso, porque yo la hice, yo la puedo encaminar pero la gente que es el público es quien me interesa saber qué es lo que piensa.
ÓA. Dentro de tu obra también hay disfraces y siento que los gorditos nos identificamos con ellos: cerdo, oso, elefante, ¿cómo es que ese disfraz lo ocupas para hacer patente algo tan cruel?
SM. A lo mejor a simple vista la gente puede llegar a pensar eso: que como me dijeron cerdo por eso me puse la máscara de cerdo, que sí tiene que ver con eso pero a mí me interesó meterme a otro tipo de culturas, por ejemplo la prehispánica que hacían —o lo que se cree que hacían— los sacerdotes: desollar los cuerpos de los guerreros y esa piel se la colocaban en la idea de tomar la energía, el conocimiento, la esencia del guerrero para poder tener un contacto directo con los dioses.
O en el mito de Siegfried y el Dragón, que él mata al Dragón se baña en su sangre y toma su fuerza. En los griegos también está la idea de que les ponían las orejas de burro —que no es porque fueran burros como nosotros lo creemos sino porque era una persona sabia, que guiaba—, entonces tomo las ideas de otras culturas de cómo manejan al animal pero más para empoderarse, tomar su energía, su poder y decir: “ahora soy un cerdo porque tengo los poderes del cerdo”.
ÓA. Y con ello se revierte el mensaje que en primera instancia es doloroso.
SM. Exacto. La mayoría de las veces los apodos siempre fueron con la idea de lastimar, pero también hubo otros que no fueron para joder. Por ejemplo, mi bisabuelo a todo mundo le ponía apodos. Y es un apodo que hasta la fecha algunos todavía lo mantienen. Mi tía Alejandra, que es hermana de mi mamá, a ella le puso “Cucu”, porque decía que era una bolita y parecía un pájaro cucú. Y ves a la tía y ves al pájaro y sí se parecen. A una prima le pusieron la Tucita, porque era morena, tenía los pelos parados y una vez la vi y dije eres igualita. ¡Cómo tenía razón mi abuelito!
Por ejemplo yo siempre fui el Gordito, y cuando me puso el apodo yo no estaba gordito. Yo era un palito. Yo crecí con eso y no por eso sufrí de bullying sino todo lo contrario. En la escuela teníamos dinámicas diferentes.
Eso me dio carácter, porque me enseñó a defenderme, a decir “yo también estoy aquí y me respetas”. Las dinámicas son diferentes. Lo del bullying es reciente.
Tuve un problema en la exposición de las máscaras porque Michael López, estaba chinga y jode con que la obra tenía que ver con el bullying y esas palabras me las dijo mi papá: hijo de la chingada, mierda, culero, pendejo. Son palabras que a mí mi papá me decía. Y muchas eran para lastimar pero otras eran para decirme: “Ya hijo, no seas puto, échale ganas”, y nunca me lo dijo en el sentido de que fuera homosexual, sino de “tú puedes, échale ganas”. Palabras motivacionales [risas].
ÓA. Que responden a la cultura mexicana…
SM. Exacto. ¿Cuántas veces los papás les han dicho “pendejos” a los hijos? Y no por eso se dice “te voy a demandar, ya me traumaste para el resto de mi vida”. Pues no, es parte de nuestra cultura.
ÓA. Hablando del cuerpo, ¿ha sido difícil abrirse paso en el terreno del arte? Quizá haciendo una comparativa con Alejandro Teutli, el tipo es un Tarzán. ¿Has tenido alguna problemática? No con Alejandro, pero en general.
SM. Ha sido más con la obra. Por ejemplo, la pieza de los peinados, pedí espacios para exponerla, y a pesar de que ya había ganado un premio —a lo mejor no tan importante pero sí a nivel nacional y que te nombren “Poblano que gana premio a nivel nacional” ya es ganancia, y no soy yo quien está diciendo que es buena es otro el que lo dice— me dijeron que no. Me censuraron mucho.
No sé si sea cultural pero por ejemplo, ahora que vivo en Tepontla y platico con la gente no es como se les tiene catalogados: cerrados, ignorantes o que se espantan. En algunas cosas sí, por ejemplo en cuestiones del cuerpo se alejan un poco pero sí les interesa. De repente le platico a mi carpintero, a una señora que me está bordando y me dicen “está interesante mi trabajo”, y empiezo a platicarles y cuando veo ya llegaron a mi exposición. Llevan al hijo, invitaron a la mamá, a los primos. Eso es lo bonito de acá: invitas a uno y van con toda la familia y son 20 personas.
Y la gente que debería estar promocionando esto está metiendo cosas como algas marinas e instalaciones hechas de papel maché, que quizá la gente diga “ah está bonito” pero ya. ¿Qué les deja?, ¿qué les dice?, ¿que la vida es más bonita bajo el mar?
ÓA. Hablando de los bordados, ¿cómo haces para que la técnica logre ganar respeto? Quizá se pueda pensar que si no haces óleo o acrílico no estás a la altura.
SM. Está interesante la pregunta. A mí muchos me han dicho “¿por qué no haces otra cosa que sea más fácil?”, y yo respondo “precisamente por eso porque no es fácil”. La pintura para mí ya está choteada, se repite, los temas se repiten, las técnicas son las mismas.
El bordado, como finalmente se mandó al baúl de los recuerdos y era una actividad de mujeres, pasa a segundo término. Ahora lo que me interesa sustituir la pintura por hilo. Me tardo más.
Siento que es más evidente que la gente vea el trabajo y creo que es lo que puede generar una tendencia. Estamos regresando a lo analógico, ¿y qué más analógico que el bordado? Todo está hecho a mano, a veces se hace a máquina pero también implica un control de la máquina, un conocimiento súper complejo de la técnica, no sólo es llegar y bordar a máquina. A mano es más fácil de controlarlo pero te tardas más.
ÓA. Como ya nos lo has contado, esta actividad era desarrollada más por las mujeres, ¿te ha costado socialmente ser aceptado?
SM. Sí y me dio mucho gusto. Llegaron unas señoras a una exposición que tuve en La Casa del Caballero Águila y ¡cómo me acabaron con el bordado!: “está mal hecho, tienes muchos errores, tu bordado está mal”, cuestiones técnicas. Y yo “órale”, eso me dio mucho gusto porque pude meterme con un sector de la población y ellas se interesaron en la pieza por lo que haya sido, les generó algo. Fue una crítica y estuvo padre. Eso es lo que podemos generar.
¿Cuántos críticos de arte hay en Puebla? Desafortunadamente todos se van siempre a la técnica.
ÓA. ¿Qué ocurre con la idea de la santidad en Santo Miguelito?
SM. El santo… así se llamó mi primera exposición individual. Y más bien hablaba del tema de las reliquias en la iglesia católica, porque mi familia además de machista ha sido mocha. Soy muy religioso, soy súper creyente pero no comparto muchas ideas del judeocristianismo. Y eso siempre ha sido un problema al platicar no sólo con mi familia sino con otras personas. No es gratis eso de que no hables de política y religión porque se terminan matando.
Siempre ha sido un shock, y la exposición criticaba eso: cómo la iglesia te puede poner un hueso de animal y la gente le rinde culto, lo venera. Dije “qué poca madre de la iglesia que juegue con la fe de la gente” porque finalmente es un sistema económico que necesita explotar a alguien para poder mantenerse. Cuando yo les esto a mis tías o a la gente más cercana me decían “cállate, Miguel”.
Era generar una crítica hacia este sistema de dominación y enajenación. Cree un santo ficticio, lo que hice fue sacar el molde de mi brazo, tenía un reloj de esos regalos incómodos que nunca sabes quién te dio. Lo guardé y lo volví a sacar, lo convertí en reliquia. Todo el brazo lo llené de chaquiras, porque me gusta lo que se hace en Cuetzalan. Los trabajos para los altares son un trabajal impresionante, ese tipo de cosas siempre me han llamado la atención. O unos manteles que hacía una de mis tías para el altar de la iglesia con unos bordados que se llevaba un año en hacerlos. Es un trabajo impresionante que nada más era para el altar. Por eso dije que mi brazo tenía que llevar mucho trabajo para que la gente logre esa conexión. La pieza en sí era el reloj.
Hice otra pieza en donde saqué el molde de mi cabeza pero lo hice con papel, fue directo, me esperé como 4 horas hasta que se endureciera. Eso fue lo interesante del proyecto, del proceso del que fui obteniendo las piezas.
En otra lo que hice fue raparme en cero y todo el cabello lo puse en una caja, en otra, me saqué una muela, me saqué la placa de los dientes y deposité la muela. Todo lo pinté dorado.
La exposición se llamó “Santo Miguelito de mi corazón: que tu brazo ilumine mi camino”, con esta idea de antorcha.
ÓA. ¿Se llega al fetiche? En el caso de la iglesia y también en el tuyo muy pensado.
SM. Sí. ¡Lo tienen que pensar!
ÓA. Quiero cerrar con una pregunta que no tiene tanto que ver con tu obra como con tu persona, ¿qué es el amor?
SM. El amor es autocontrol y si lo desgloso: si aprendemos a autocontrolarnos y automanejarnos creo que no hay mayor demostración que eso. Porque cuando te controlas logras entender al otro. Y realmente lo que nos han enseñado como amor está como necesitado del otro y creo que no debería de ser así porque para llegar a ese grado primero tienes que controlarte.
Yo estoy en ese proceso complicado. Hay que saber manejarte: cuando estás ebrio, cuando estás pacheco, cuando estás con otra persona, cuando estás solo, cuando estás pensando, cuando estás leyendo es un control y muchas veces no lo hacemos. Para mí eso es amor.
Y Lacan lo ha dicho, amor es dar algo que tú no tienes a alguien que no lo quiere, así de fácil.