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Puebla, México, 6 de mayo de 2025 (Neotraba)

Con la publicación de Las huellas de Jorge Carrión se construye un sistema narrativo, que no surge de la noche a la mañana, sino que conlleva la escritura de muchos años. A título personal considero que la tetralogía, publicada por Galaxia Gutenberg en 2024, se construye como una novela total: vamos a encontrar poesía y otros nuevos formatos de la Literatura. Sin embargo, en esta charla, su autor pondrá otro concepto que aleja a Las huellas de la etiqueta que se promovió en el Boom. Jorge Carrión prefiere ver a su tetralogía como una novela caleidoscópica, más cercana a Bolaño que a los autores latinoamericanos del medio siglo anterior.

Desde hace casi cien años se ha discutido si la novela está en crisis o tiende a desaparecer, y con la publicación de este compendio uno se percata de que la novela se revitaliza constantemente.

Esta es una entrevista cuyo audio se había extraviado –a la par de otras entrevistas que pronto publicaré– y fue un gusto recuperarlo. La plática se llevó a cabo el 24 de agosto de 2024 en la librería Profética, en una tarde calurosa, que daría cuenta de la primera presentación –no solo en México sino en el mundo– de un libro poderoso, de cuatro novelas compiladas en un solo tomo, de un arriesgo editorial: Las huellas de Jorge Carrión. Esta charla no hubiera sido posible sin la valiosa intervención de Paola Tinoco.

Para empezar, buenas tardes. Muchas gracias por venir un sábado en su tiempo de ocio. Y, sobre todo, muchas gracias a José Luis por invitarme a esta presentación. Soy sincero, es un pretexto para que yo conozca Profética. Hace años que quería venir aquí, quería conocer este espacio y este proyecto librería-biblioteca que me parece una simbiosis fascinante.

De modo que dije: “Quiero conocer Profética, por qué no hacemos una presentación de mi libro para que ese encuentro sea posible”. Y aquí estamos. Y gracias, Óscar, por asumir una presentación de tamaño ladrillo en tan poco tiempo.

Óscar Alarcón. Creo que con la aparición de esta tetralogía se revitaliza el género de la novela porque Las huellas se acercan a nuevas estructuras narrativas. ¿Es adecuado este momento para publicar Las huellas? ¿Es importante que tengamos novelas totales en este momento?

Jorge Carrión. Vaya pregunta. Si te parece, puedo empezar contando un poco la historia y la estructura y después respondo tu pregunta.

En el año 2008, viajé por Israel y Jordania. Acababa de leer una novela fascinante, muy compleja, muy extraña, muy buena, que se llama Véase: amor, –amor, como en un diccionario– de un autor hebreo buenísimo. Para mí, junto con Coetzee, quizá el mejor novelista vivo, David Grossman.

Una novela en forma de diccionario sobre varios temas, entre ellos el exterminio nazi visto desde la perspectiva de los supervivientes de Auschwitz o Treblinka, que llegaron a Israel, quienes no se adaptaron y acabaron como homeless locos en las calles de Jerusalén. Esa novela me fascinó. Un día, caminando por un parque natural, se me ocurrió de pronto una idea y una estructura.

La estructura era: una novela en cuatro partes. La primera es ficción; la segunda es una crónica que te hace replantearte todo lo que has leído en la ficción; la tercera es otra de ficción y la cuarta es un ensayo que te replantea de nuevo todo lo que has leído. Una estructura y una idea.

La idea era: a dónde van los muertos de la ficción cuando mueren en nuestros cerebros al ver una película, ver una serie, leer un libro o jugar un videojuego. Si los humanos tenemos el infierno, el paraíso o la nada, los seres de ficción –desde el padre del Rey León hasta Lady Macbeth– ¿a dónde van cuando mueren?

Con esas ideas llegué al hotel, tomé nota y anoté el primer párrafo de Los muertos, que ya se llamaba así en aquel momento y que realmente es casi igual que el que 15 años después está aquí en Las huellas.

Volví del viaje y empecé a escribir Los muertos, tan convencido de que tenía algo –no quiero hacer un spoiler, pero tiene que ver con una sorpresa o con varias sorpresas–, que pedí un año de excedencia en el colegio donde trabajaba como profesor de Literatura, solo para escribirla.

Cuando la había acabado, empecé a pensar que era una trilogía. “Los muertos” dentro de Los muertos es el título de una obra que hacen dos personas, que se llaman George Carrington y Mario Álvarez. Son dos creadores norteamericanos muy amigos, aparecen como los autores de Los muertos. Cuando acabé la novela pensé: quiero contar la historia de estos dos personajes.

Esto es como arqueología porque tampoco me acuerdo muy bien de nada de hace 15 años. Creo que Los muertos se me ocurrió por el cortocircuito o la colisión entre la novela de David Grossman y una serie de televisión: Los Soprano.

La idea de contar la historia de Mario Álvarez y George Carrington –como personajes muy lejanos– supongo que se me ocurrió porque había leído Los detectives salvajes de Roberto Bolaño. Si os acordáis, Arturo Belano y Ulises Lima son los personajes protagonistas, pero aparecen siempre de un modo lejano y a través de sus testigos. Y también había leído 2666, donde hace lo mismo con Benno von Archimboldi, quien es el protagonista, pero en varias de las partes de la novela no aparece.

Los muertos ocurre entre los años 2010-2015, cuenta el cambio del siglo XX al siglo XXI puede ser el centro de una trilogía en la cual haya una secuela que pase 20 o 30 años después, cuando por culpa de lo que hemos leído en Los muertos ha explotado la Tercera Guerra Mundial, ha habido un apocalipsis nuclear y vamos a ir viendo qué pasó con uno de los personajes.

Y, por otro lado, se me ocurrió que la trilogía acabaría con una precuela de Los muertos, que ocurre en 1999, cuando un personaje tiene una historia muy fantástica –así que después hablamos de eso– y también aparece otro personaje que también es importante.

Entonces: Los muertos, central; secuela, Los huérfanos; precuela, Los turistas y estaba tan obsesionado con ese mundo, con esos personajes, que me acordé de que George Carrington, tenía una novia con la que había trabajado y que quizá era como el motivo por el cual se había peleado con Mario. Y ahí se me ocurrió acabar el proyecto con un epílogo que es la precuela de Los muertos –la obra que es Los huérfanos.

Los muertos ocurre en el cambio del siglo XX al siglo XXI y Los difuntos ocurre en el cambio del siglo XIX al XX.

Resumiendo, son cuatro obras: tres novelas y una novela corta, las cuales constituyen un intento de contar el cambio del siglo XX al siglo XXI, globalmente a través de esos dos personajes que son los protagonistas secretos, quienes aparecen muy poco pero que son como el hilo conductor que te permite considerar esto una novela.

Ocurrió que cuando empiezo con Los huérfanos ya sé que es una novela, que es una tetralogía o una trilogía y media, pero ahí hay un disruptor inesperado que es el mundo editorial: Los muertos la publica Random House –o Penguin Random House o Penguin, no sé cómo se llama ahora exactamente, tiene varios nombres– aquí en México se publicó en Debolsillo, aunque el pacto era por la trilogía, no quisieron seguir conmigo y me quedé huérfano.

Me acuerdo el día que la editora me dijo que no seguíamos porque las ventas no habían sido las esperadas y ese mismo día comencé a escribir Los huérfanos. Decidí que no publicaría nada hasta que no hubiera acabado todo el proyecto.

Cuatro o cinco años después encontré a mi editor en Galaxia Gutenberg –en aquel momento era Joan Tarrida– quien me dijo –y ahora lo entiendo–: “No me atrevo, no es una buena idea publicar 800 páginas, vamos a publicar la trilogía por separado. Publica Los difuntos en alguna pequeña editorial y dentro de unos años publicaremos el volumen”. La publiqué en una editorial de España y otra de Colombia.

Venía muy herido por mi relación con Penguin y pensé “Nunca va a ocurrir, nunca se va a publicar este libro”, con lo cual estoy muy emocionado porque es la primera presentación de Las huellas en el mundo. Es un libro que me emocionó mucho recibir porque yo lo pensé así hace 11 años y ha tardado una década en ser realidad.

Dicho esto, ¿novela total? No lo sé. No sé si me gusta esa palabra. Es un concepto que se aplicó mucho al Boom. José Donoso quiso hacer sus novelas subtotales, García Márquez, Vargas Llosa, Carlos Fuentes. No sé si es el tipo de concepto que podemos aplicar a Roberto Bolaño, que también crea un mundo en 2666, pero lo fragmenta y en vez de que sea total quiere que sea caleidoscópico.

Lo que quise hacer con Las huellas fue una radiografía del cambio del siglo XX al siglo XXI, que al contrario de las novelas del Boom –o de la novela española que predomina– no es una novela no total sino global. Creo que me siento casi más cómodo con esta etiqueta.

Los muertos ocurre en Nueva York. Los huérfanos ocurre en Pekín, en un búnker donde yo estuve. Mao llenó todo el país de bunkers por si había una guerra nuclear. Pero Marcelo, el narrador que es argentino, pero se ha educado en España, fue cronista de la ONU y hay crónicas suyas en Moscú y en Nápoles; todo el mundo está en sus crónicas. Los turistas es un viaje por todo el mundo y aparecen todos los continentes. Y Los difuntos es otra vez Nueva York, pero del siglo XIX. A diferencia de lo que he leído, que acostumbra a ser local, quise que fuera una novela global.

Profética. Foto de Jorge Carrión. Tomada de su cuenta de X
Profética. Foto de Jorge Carrión. Tomada de su cuenta de X

ÓA. Ahora que mencionas las problemáticas editoriales que tuviste, también aparece una crisis al interior de las novelas. Hay una crisis que nos hace buscar quiénes somos –de manera individual–, pero también quiénes somos de manera social –de manera colectiva. El cambio de siglo nos permite entender que, socialmente, estábamos entrando en una crisis que nos hace buscar asideros, uno de ellos va por la fe o por la religiosidad. El capítulo “Teoría general de la huella” de la novela Los turistas, es una teogonía porque abre diciéndonos cómo se ha construido el mundo, avanza hasta que nos presenta el nacimiento de la tragedia, pero me parece que el capítulo está muy cercano a la religiosidad. En un mundo que tiene una crisis, después de una pandemia, ¿qué tan importante es la religiosidad en las colectividades?

JC. Yo diría que Los muertos habla de una nueva fe, la fe en las series de televisión. La serie de televisión como el objeto cultural central de la primera década, al menos del siglo XXI.

Me he dado cuenta releyendo Las huellas, que cuando escribí Membrana –que es mi última novela larga– cambié de tema, de objeto cultural central. Las huellas habla de la serie de televisión primero y, después, de las redes sociales como objetos culturales centrales de la primera y la segunda década del siglo XXI.

Membrana habla de la inteligencia artificial como objeto cultural central en la tercera década del siglo XXI. De modo que hay una especie de coherencia, de obsesión por entender nuestra época.

En Los muertos, la fe sería en la televisión y en el arte; en Los huérfanos, Los turistas y Los difuntos hay pactos colectivos, búsquedas espirituales, pero efectivamente la fe –como tal– quizá se desvía hacia la política y hacia lo que causa. La primera parte de Los muertos provoca un fenómeno social muy fuerte: “Los muertos” es una serie de televisión –eso es un spoiler– pero después hay 700 páginas.

Profética. Foto de Jorge Carrión. Tomada de su cuenta de X
Profética. Foto de Jorge Carrión. Tomada de su cuenta de X

ÓA. Hay que leer la novela para entender el spoiler.

JC. “Los muertos” causa que millones de personas empiecen a replantearse cómo expresar el duelo que han experimentado, por ejemplo, por sus mascotas. Es decir, cuando muere tu gato, muere tu perro, lloras y sufres, pero no había una forma social –prácticamente hasta que nació Facebook– de decir públicamente estoy destrozado porque ha muerto mi gato.

En Los muertos se crea una red social que se llama mypain.commidolor.com– y la gente empieza a compartir sus duelos por personajes de ficción o de no ficción, por familiares humanos y no humanos. Nace una nueva fe, que tiene que ver con la realización histórica.

El libro trata de fondo –no me había dado cuenta hasta ahora– el auge de la ultraderecha por oposición a los discursos de la memoria de la izquierda. O sea, que Pinochet ahora tenga seguidores, o que Le Pen pueda ganar en Francia, o que Milei haya ganado en Argentina, tiene que ver con cierto fracaso de los museos de la memoria, de los libros de la memoria, de las canciones sobre la memoria de nuestra voluntad de recordar.

El libro habla de eso como una nueva fe o un nuevo dogma. Pero en efecto, es solo en Los turistas donde aparece una suerte de monja. Y esto tiene que ver con otra cuestión de Las huellas: que ahí sí que habría una voluntad totalizadora, más formal.

En Las huellas hay ficción clásica en estilo directo, libre, hay écfrasis –descripción de la pantalla–; hay crónica; hay ensayo-ficción; hay remake y hay poesía. No soy poeta –la poesía me da mucho respeto. En cada capítulo de Los turistas todo cambia.

Los muertos recuerda a Terminator o a Blade Runner. La segunda parte, Los huérfanos, se desarrolla en Pekín y es claustrofobia pura: una comunidad de personas de todo el mundo se ha quedado encerrada en un búnker y llevan trece años viviendo ahí.

La tercera parte, quizás, es la más loca o la más rara, porque es una novela más o menos realista de un señor llamado Vincent, que viaja por todo el mundo y hace turismo, conoce a gente joven y tiene relaciones afectivas con ellos. Pero el disparador es fantástico, es literatura fantástica: es un remake de “El hombre de la multitud” de Edgar Allan Poe; si recuerdan, en ese cuento hay un personaje que ha sufrido una enfermedad y va todos los días a un café, mira por el escaparate a ver la gente pasar y cree que puede interpretarla, que puede saber quién es quién por cómo viste, por las manchas, por los rasgos, por cómo gesticula.

Todos los días está mirando la multitud y clasificándola. Hasta que un día pasa el hombre de la multitud, se levanta del café y lo empieza a perseguir por Londres durante horas y horas; y se da cuenta de que lo que hace ese señor es buscar dónde hay gente, dónde hay masa porque no sabe vivir solo. Ese cuento me fascina, lo he leído miles de veces.

Se me ocurrió que si Poe, hace 150 años escribió el cuento en la Metrópolis –Londres–, entonces yo podría escribir la novela de Cosmópolis –del mundo. Qué pasaría si esa persecución, en vez de ser por Londres, fuera por todo el mundo.

Vincent está en el aeropuerto de Londres, tuvo un accidente traumático y todos los días de su vida va a un café dentro del aeropuerto de Heathrow –escribí parte de la novela en ese café y vi a la multitud, vi a la gente pasar–; para estar ahí dentro tiene que comprarse un billete de avión porque si no, no puede pasar los controles. Como es millonario, su secretaria se lo compra. Un día pasa una mujer y Vincent no sabe cómo interpretarla, no sabe, es muy rara, es como una monja. Parece que tuviera 100 años, pero quizá tiene 50 o 200. Es muy extraña. Se levanta y casualmente ese día ha comprado un billete de avión a Ámsterdam. Ella se ha subido a un avión y él empieza a perseguirla por todo el mundo. Se da cuenta de que es el espíritu del turismo global –o no– porque eso no se explica en ningún momento.

Estas novelas fueron un aprendizaje. Los muertos la escribí muy rápidamente porque tenía muy clara esa estructura que he comentado. Los huérfanos es el gran fracaso de mi vida. Escribí la novela y se le di a leer a mi esposa Marilena y a Robert, mi mejor amigo escritor que lee lo que escribo. Los dos me dijeron “¿Qué dices?” No estaba acabada. Me faltaba muchísimo trabajo. Es la única vez que he creído acabar un libro cuando le quedaba la mitad. Y lo seguí trabajando, trabajando, trabajando y ahí lo leyeron también otros amigos y creo ahí la acabé.

Los turistas también la escribí muy rápido, pero creo que le faltaba algo: le faltaba un poema que empieza en el año 1000, escrito en latín y que acaba en el año 2000 escrito en verso libre en español, con palabras en inglés. Y entre el año 1000 y el año 2000, a medida que pasa el tiempo, cambia la forma y se expresa en la forma poética de la época. De modo que en el siglo XVI es un soneto, en el siglo XIX –que es la época de Whitman o de Baudelaire– es alejandrino, después verso libre y acaba siendo poema en prosa. Hasta acabar en el año 2000.

Estuve escribiendo Los turistas, la parte en prosa, seis meses. Y estuve un año escribiendo este maldito poema que me costó horrores. Al final, me ayudó y me corrigió mi maestro y amigo José María Micó, traductor de Dante al español.

Y ahí sí hay esa idea de que, al margen del budismo, el cristianismo, el islam, todas las religiones comparten la fe en la peregrinación. Caminar, según todas las religiones, te acerca a Dios. Y esta mujer, que es una monja y que después no sabemos qué pasa, quizá hace 1000 años que camina y pasó peregrinando a Roma o a Santiago de Compostela y ha acabado yendo a La Habana, a Ámsterdam o a un resort de Cancún.

Profética. Foto de Jorge Carrión. Tomada de su cuenta de X
Profética. Foto de Jorge Carrión. Tomada de su cuenta de X

ÓA. Creo que podríamos decir que Las huellas es un libro sobre las pérdidas, tanto personales como colectivas. Me gustaría preguntarte ¿cómo hacemos para continuar con nuestra vida cuando sabemos que tenemos estas pérdidas? En México vivimos en constante falta: los estudiantes asesinados el 2 de octubre de 1968; también sabemos que nos faltan 43 estudiantes de Ayotzinapa; faltan cientos de mujeres que fueron asesinadas en Ciudad Juárez, también faltan cientos de personas que fueron desplazadas de Petaquillas, de Tlatlaya. ¿Cómo se vive con las huellas y los muertos de la violencia contemporánea?

JC. Esa es la gran pregunta de toda la tetralogía. No es casual que se me ocurriera en Israel.

En 2008-2009, en España había un debate muy fuerte sobre la memoria histórica porque el presidente José Luis Rodríguez Zapatero había empezado a impulsar una ley.

En España –aunque parezca mentira– todavía hay fosas del Franquismo que no se han abierto y el Partido Popular y Vox se niegan a permitir –en ciertos pueblos, ciertas comunidades autónomas– que se desentierren los muertos de la Guerra Civil. De hecho, la guerra cultural actual tiene mucho que ver con la guerra por la memoria y es algo que atraviesa a todos los países. Por ejemplo, Milei ha negado a los desaparecidos.

Entonces, que tú lleves en tu pregunta al territorio mexicano esa cuestión es importante, porque Las huellas es una novela de la literatura española –porque soy español, si queréis, incluso la literatura catalana en español, porque soy catalán, que escribo en español–, pero su ambición –porque no me siento ni muy español ni muy catalán, me siento barcelonés, europeo, iberoamericano, intento ser cosmopolita– aunque la novela sea global y aunque se hable de Mao Tse-tung en China y se hable de todo tipo de exterminios en la novela– finalmente es mi novela sobre la Guerra Civil Española.

Lo que me provocó –creo que inconscientemente, a escribir esta novela– fue Los muertos como una intervención crítica en cómo se gestiona la memoria histórica en España. Pero en vez de hablar de personajes españoles o de casos históricos concretos –que ya habían hecho muy bien Isaac Rosa o Javier Cercas– lo que hice fue elevar, con una metáfora, para hablar de los muertos de la ficción, para que cada lector encuentre un espejo para intentar reflejar, analizar, comprender, digerir los muertos de su propia cultura.

De modo que, efectivamente, Las huellas son las huellas de las desapariciones, de las ausencias. Y también de eso me he dado cuenta al leerlo ahora, al usar esa metáfora de nuestra relación con los muertos de la ficción: en el fondo también estoy hablando –aunque no esté claramente en la novela– del cambio climático, por un lado –porque finalmente es una extinción masiva– y, por otro lado, de nuestra relación con los no humanos. Y eso sí lo menciono en Los muertos.

En Los muertos hablo de que, si se han dado derechos a no humanos como los primates, ¿por qué no tendrían derecho los personajes de ficción en el futuro? Es decir, ¿es ético matar a un bebé en una película? ¿Es ético exterminar a todo un pueblo en un videojuego? ¿Se puede aplicar ese tipo de ética y de reflexión al arte o no? Es un debate absurdo, por eso no he escrito ningún ensayo sobre el tema y lo trabajo desde la novela ficción, pero también era un debate absurdo preguntarse si era lícito tener esclavos hasta hace pocas décadas. O si es correcto fumar aquí. O si las mujeres pueden votar. Ha habido debates que en contextos históricos determinados han parecido absurdos y que después se han vuelto legítimos.

Entonces, en la novela trato de pensar ese tipo de debates para que el lector, efectivamente después, lo sepa llevar a su propio territorio moral.

Profética. Foto de Jorge Carrión. Tomada de su cuenta de X
Profética. Foto de Jorge Carrión. Tomada de su cuenta de X

ÓA. En Las huellas vemos a la Historia a través del filtro de la Literatura. ¿Consideras que la Historia también está muriendo?, ¿cuáles son las nuevas formas de contar la Historia? La Historia como disciplina, me refiero. ¿Será posible empezar a contar la Historia a través de la novela? Es un debate que se ha realizado desde hace mucho tiempo. Sin embargo, creo que la Historia, como disciplina, también tiene que abrirse a la crónica periodística, a la crónica literaria, a la novela. ¿Qué piensas sobre los acercamientos a partir de novelas como las que están encerradas en Las huellas?

JC. Pues justo ahora que he viajado con mi familia por el sur de Estados Unidos he releído Ahora me rindo y eso es todo de Álvaro Enrigue. Me meto a una gran novela para pensar la Historia, comunicarla a través de la narrativa, de conflicto, de tensión, de personajes. Por si no la han leído, la recomiendo mucho.

Habla de algo muy obvio, pero muy a la vez desconocido: existió un país llamado Comanchería, un país más mexicano que norteamericano, donde vivían grandes comunidades de lo que ahora llamamos indios americanos, pero quizá eran indios mexicanos. Habla de esa historia y de cómo esa cultura fue exterminada.

Creo la Literatura tiene mucho que decir para comunicar la Historia, pero evidentemente la ficción siempre es un problema, entonces es un problema irresoluble.

Hay otra cuestión en Las huellas, vinculada con esta pregunta que me haces: Las huellas habla de series de televisión, habla de redes sociales, habla de remakes, de secuelas, de precuelas, mucho de internet. Y, no obstante, la fe que decías es en la Literatura para integrar todos los lenguajes y todos los mecanismos contemporáneos de transmisión de conocimiento.

Después de Las huellas he escrito sobre inteligencia artificial, he hecho podcasts, he hecho cómic y pienso desde la Literatura y creo realmente que tiene una capacidad brutal para contar el mundo, para contar un cambio de siglo.

Otra novela que he leído este año y que me ha fascinado es Las benévolas de Jonathan Littell, mil páginas sobre la Segunda Guerra Mundial, extraordinaria.

Entonces, creo que la Literatura tiene mucha fuerza, tiene mucho qué decir, pero no debe de tener miedo a contar desde otros lenguajes. Creo que la Literatura tiene un gran problema: en general es demasiado literaria. Mi novela intenta ser global o total o expansiva, incorporando la pantalla, incorporando internet, incorporando lo pop.

Hay una parte muy humanista en Los huérfanos: Marcelo se aprende de memoria el diccionario porque quiere seguir creyendo en el lenguaje, pero creo que está lo moderno y lo posmoderno; lo humanista y lo posthumanista; lo humano y lo posthumano y que la novela, desde Cervantes, tiene voluntad de integrarlo todo.


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