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Por Óscar Alarcón (@metaoscar)

Puebla, México, 21 de junio de 2022 [00:01 GMT-5] (Neotraba)

Camino entre los pasillos de una de las sucursales de la librería Gandhi en Puebla, veo a las personas y a los libros. La gente que viene aquí es distinta a la gente que va a las librerías de viejo. O a El Sótano. Hay compradores de todo tipo, pero abundan los que adoptan poses como si comprar aquí sus libros los llevara a un nivel socioeconómico distinto. Como si la intelectualidad por leer un libro los volviera superiores a los gamers o tiktokeros.

Me imagino que los que van al Péndulo de Polanco también se sienten en otro país, con sus ediciones de Acantilado bajo el brazo –a un precio con el que podría comer una familia de cuatro personas durante una semana– para sentarse a demostrar que tomar un Coco Latte y leer a Isaac Bashevis Singer se llevan muy bien. Para ser un país de no lectores los precios aportan demasiado a que esa situación no mejore.

Veo con asombro una sección que dice “Gandhi Selecto”. Me recuerda al Chedraui, que cambió sus colores azul y naranja por el negro y dorado y se convirtió en una tienda donde no cualquiera entra. Aquí no sé si venden libros o venden experiencias. Me han contado que hasta el olor de la librería lo venden embotellado. Qué locura. Esencia de libros en un frasco.

La mesa de novedades –ya lo sabemos– cambia cada semana. Sin embargo, no hay un solo slogan dentro de la tienda en donde se hable del fomento a la lectura. Todo es venta. Los libros también son una mercancía y nadie puede ver con malos ojos a aquellos que están “comprando cultura”.

Se dice que Mauricio Achar, fundador de la librería Gandhi, de origen libanés y muy cercano a los montajes de teatro, vendía de todo en la calle de Miguel Ángel de Quevedo 128. Que vendía tapetes y un día se le ocurrió poner un cajón lleno de libros. La gente pasaba por ahí y comenzó a fijarse en lo que contenía ese cajón.

Porcentaje de analfabetas por sexo 1900-1997. Fuente INEGI. 1997
Porcentaje de analfabetas por sexo 1900-1997. Fuente INEGI. 1997

Quizá haya sido un golpe de suerte, pues para 1971, año en el que fundó su primera librería, en el país había poco más de 30 millones de habitantes, de los cuales más de 20% eran analfabetas. Un porcentaje aparentemente bajo, sin embargo, los hábitos lectores no eran los deseados como para hacer crecer una librería. No obstante, todo puede ocurrir en la Ciudad de México. Y ocurrió.

Conforme pasó el tiempo, Mauricio Achar convirtió a esa librería Gandhi en un foro para presentar libros. Gente como Rulfo, Monterroso y García Márquez eran sus amigos y el espacio se convirtió en un centro de cultura, además de la cercanía geográfica de la Universidad Nacional Autónoma de México.

“Literatura universal” es una etiqueta en donde cabe todo. No hace falta ser Mario Vargas Llosa para lanzar verdades sobre qué es una buena novela policiaca o cuál novela pertenece a la “alta” literatura.

En los pasillo de la Gandhi. Foto de Óscar Alarcón
En los pasillo de la Gandhi. Foto de Óscar Alarcón

En Gandhi no se forman lectores. Se venden libros. Pero no lo digo como algo que sea negativo. En este país, donde hacen falta lectores, es mejor tener estos espacios sin prejuicios en donde lo mismo conviven Paulo Coelho con Rosario Castellanos. Aunque sería mejor que ese viejo cajón de Mauricio Achar estuviera ordenado y que un buen librero te recomendara a qué libro sí y a qué libro no acercarte.

Las clasificaciones sobre la literatura –con todas sus variantes y etiquetas: infantil, juvenil, de terror, rosa, policiaca, negra, ciencia ficción– son para los eruditos que buscan foros para presumir sus conocimientos con palabras vacías y sin entender qué es el fomento a la lectura.

Es importante tener libros, pero es más importante tener a un público lector bien informado, contento y que se sienta a gusto con lo que está leyendo, sea María Dueñas, Banana Yoshimoto o Goran Petrovic.


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