Por Antonio Arroyo Silva.
He de llegar al valle a sentarme en mi silla diminuta con fondaje de palma. En ella pensaré lo pequeño que somos ante la más nimia brizna de hierba. Lo efímero de nuestro silencio frente a la inmensidad de cada instante marchitará como una vieja balada y no renacerá del polvo. El olvido que es un ave dormida entre las nubes y a veces viene un gesto que nos trae su cántico azulado. Pero el valle me dirá eres valle sentado allá en el fondo al amparo de la lomada oteando las llanuras del mar que le abre los ojos a las cordilleras del ocaso.
He de llegar al valle. Y entre los geranios bermejos licuarme en el sexo de las libélulas para ser el estanque de una luz absoluta y tejer la humedad que diluye la sombra llovida de los riscos cuando cae la tarde. Ser la pleura del sentido, el corazón del bosque que aleja los cronómetros, el momento exacto que el yo sepulta el níspero de la luna en su estómago triste.
He de llegar al valle, guijarro y estallido de mis frías noches, hilazón y caricia del verano, lechuza avizora con pose de pensar buscando la carnada desde un sol nictálope. Ser el tronco y la copa del árbol su carnaza ante el fuego de los exterminadores, esa piel que al helecho enamora por encima de todas las cosas. He de ser el amor y el deseo con todos los andamios, argamasas, carozos, sequeros y cosechas. Y también las raíces que en las rocas se entierran como las manos de la amante precoz que se abraza a la muerte para darle su sangre al mineral de la voz de aquél que se quedó para siempre en su hálito. La saciedad y el hambre son una roca celosa, una sed penetrando en el cuerpo de la sal.
He de llegar al valle. Aprender a nacer y a morir. A irme con el sol y volver con su primera mirada ingenua. Y en la noche ser presencia como un fuego fatuo que fulge de la nada. He de irme y volver como las estaciones y los mares que suben hasta el cielo a llenar el vacío y luego se derraman por los bordes con hervor de catarata sobre la vigilia que despeina los barrancos. Y preguntaré a las crestas del abismo por la otra luz que no vemos los sordos.
Preguntaré por ti.
He de llegar al valle a sentarme en mi silla diminuta con fondaje de palma. En ella pensaré lo pequeño que somos ante la más nimia brizna de hierba. Lo efímero de nuestro silencio frente a la inmensidad de cada instante marchitará como una vieja balada y no renacerá del polvo. El olvido que es un ave dormida entre las nubes y a veces viene un gesto que nos trae su cántico azulado. Pero el valle me dirá eres valle sentado allá en el fondo al amparo de la lomada oteando las llanuras del mar que le abre los ojos a las cordilleras del ocaso.
Interesante el texto de Antonio Arroyo Silva, ilustrado con una de mis obras y recogidas en mi blog que les doy a conocer: arseniomorales.wordpress.com