El fardero de los libros
El fardero es un profesional, lleva más de veinte años en el oficio, se lo ha inculcado a su hijo, un negocio familiar por así decirlo. Sergio Núñez nos habla de quienes hurtan libros.

El fardero es un profesional, lleva más de veinte años en el oficio, se lo ha inculcado a su hijo, un negocio familiar por así decirlo. Sergio Núñez nos habla de quienes hurtan libros.
Por Sergio Núñez
Ciudad de México, 4 de abril de 2025 (Neotraba)
El importe está entre la tercera parte y el cuarenta por ciento del precio de lista, es decir, si Vuelta de tuerca en Valdemar Gótica tiene marcado ochocientos sesenta y cinco pesos, él cobra trescientos pesos, es su tarifa por el riesgo de entrar a una librería y hurtar entre sus ropas el ejemplar. Pero cada que entra al establecimiento de libros nuevos debe ser por una decena de ejemplares al menos para que valga la pena el peligro que corre.
El fardero es un profesional, lleva más de veinte años en el oficio, se lo ha inculcado a su hijo, un negocio familiar por así decirlo. No elige cualquier título, debe ser el más pedido, el que esté en boga o de los más caros, de las editoriales de prestigio, así maximiza sus ganancias. El tamaño no es problema, pueden ser los de formato grande, los libros de arte pueden ocultarse en su guayabera almidonada sin ser detectados. Sus librerías favoritas no son las cadenas grandes y famosas, visita los locales dentro de los museos, su experiencia lo llevó a descubrir que son los espacios más vulnerables, normalmente sólo hay una o dos personas y se distraen con facilidad, él actúa con soltura y así ha logrado mantener a su familia por más de dos décadas.
El riesgo de ser capturado siempre está presente, pero va preparado para ello, si lo ve el empleado de librería le pide paro; si lo llevan con el vigilante en turno, suelta uno o dos mil pesos y escapa; si lo lleva la patrulla, cinco mil pesos para los guardianes del orden; pero si llega al MP, ahí mínimo son diez mil pesos, esa cantidad siempre la lleva cuando va a trabajar, es su seguro, ¿para qué arriesgarse? Nunca ha pisado la cárcel, pero su imagen aparece en varias librerías con la leyenda: ¡cuidado, ratero de libros! Sus colegas en broma le dicen: ya te vi, saliste muy sonriente en la foto, ja, ja. Cuando ya está quemado en una zona, digamos en Coyoacán, se va a la Roma-Condesa o a la Polanco-Chapultepec, incluso al Centro Histórico.
A veces la ciudad le queda chica y en noviembre, cuando es la FIL de Guadalajara se asocia con un par de amigos, se van en auto y no regresan hasta que la cajuela está repleta con casi cuatrocientos libros, suficiente para un par de meses, una buena cena de navidad y unos merecidos días de descanso. Ocasionalmente también le pega a las librerías de viejo, ahí es distinto el modus operandi, debe ser más astuto para acercarse a las vitrinas o los estantes cercanos a las cajas, donde tienen los tomos más cotizados, platicar un poco con los empleados, distraerlos con una petición y actuar.
Para ponerle emoción a su labor debe sentir latente el peligro, un vigilante cerca, las cámaras enfocando, detectores, de otra forma ¿qué chiste tiene?, no disfrutaría el trabajo. A veces se considera un simple ladrón, en otras un Robin Hood y un mercenario de la lectura porque ocasionalmente opera bajo pedido.
Sus clientes son anónimos, jamás los delataría, muchos son revendedores en varios puntos de la urbe, otros los distribuyen en redes sociales, pero también conoce coleccionistas obsesivos por completar todo el catálogo de Atalanta, Anagrama, Impedimenta, Siruela o Acantilado, incluso le vende a un par de poetas que sienten que están inmersos en el mercado negro del tráfico de libros.
El fardero también lee, su favorita es Agatha Christie, pero en su código de lectura está estipulado siempre pagar por esos libros. El fardero de libros es un profesional.