Por Andrea González.
El poder, la ideología y el conflicto siempre están estrechamente vinculados.
Anthony Giddens
En los últimos meses se ha vivido un ambiente de tensión política en el país como consecuencia del proceso electoral realizado en julio, el cual para muchos representó el fracaso de la democracia. Si partimos de la definición tradicional de democracia, la cual implica “gobierno del pueblo”, podríamos entender la problemática esencial que estamos viviendo en estos días.
Es importante realizarse la pregunta: ¿Qué implica el poder del pueblo? Principalmente dos aspectos. En primer lugar representa el consenso en todos los habitantes que son considerados como ciudadanos, y en segundo lugar una evidente preocupación por el poder. Ahora sería importante cuestionarse ¿cómo estos elementos han configurado el escenario actual mexicano?
Podemos deducir que el proceso electoral llevado a cabo el pasado 2 de julio representa un proceso dialéctico, cuya tesis es la democracia y la antítesis la falta de dicha, en otras palabras un consenso y un conflicto. Esto puede resultar bastante irónico. ¿Cómo puede existir un conflicto en el consenso? La respuesta se encuentra en el hecho de que en el imaginario colectivo se habla de un fraude electoral, es decir de una falta de democracia, y esto equivaldría a un falso consenso por irónico que pueda sonar.
Y así vemos a miles de jóvenes desilusionados que tratan defender la “democracia” que ha sido dictada por el artículo 40 constitucional. Sin embargo, muchos de estos jóvenes no se dan cuenta de las limitaciones, como el hecho de ser ciudadanos, o de la característica de ser una república representativa. Por otra parte observamos a grupos de poder, e instituciones que legitiman el proceso electoral, dando como resultado dos grupos en conflicto.
Pero, ¿por qué precisamente en el consenso democrático existe un conflicto? Evidentemente el motor de este proceso es el poder, el cual es disputado por dos fuerzas políticas, a pesar de que México sea un país “pluripartidista”. Todo apuntaba a que la coalición de tendencia “izquierdista” ganaría, era necesaria una alternancia política. Sin embargo, esto sólo hubiese representado una transición de poder, ya que, una transición no equivale a su eliminación.
Es importante recalcar que no existe un único tipo de poder, existen diferentes y esto implica cuestionarse si el presidente electo posee poder. Si partimos del hecho de que Foucault establece que en todas las relaciones sonrelaciones de poder, entonces podríamos inferir que tanto el presidente electo como el ex candidato por el movimiento progresista son “líderes” que poseen dicho poder. Pero vayamos a un análisis más específico.
El ex candidato del movimiento progresista, en un sentido weberiano podríamos aseverar que posee un alto grado de poder en relación a las masas. Por otra parte, si partimos de las diferentes formas de poder de acuerdo con Lukes, el presidente electo no posee ningún tipo de poder. El primer ámbito de poder es la capacidad de tomar decisiones propias en conflictos observables, y como la propia experiencia lo indica no ha sido capaz de controlar los movimientos que han surgido en contra del mismo, y esto refleja que estos grupos de protesta poseen un mayor poder que él. La segunda dimensión de poder se relaciona con la capacidad de controlar los asuntos sobre los que se decide, hecho que no es reflejado, en tanto sus acciones por sustentar su legitimidad no han logrado limitar las acciones de los grupos con los cuales está en conflicto. El último tipo de poder consiste en la manipulación de los pensamientos y deseos de las masas, es decir la imposición de una ideología. Esto evidentemente no ha sido logrado desde el momento en que se ha generado una oposición en contra del mismo. Así podemos observar a un ex candidato con un verdadero carisma, pero también, a un presidente electo dotado de un falso liderazgo, de un falso carisma.
En este proceso de deconstrucción del concepto de poder, podríamos decir que el ex candidato de la izquierda posee un poder más importante que el presidente electo, ¿entonces cuál es la diferencia entre ambos?, ¿por qué si el poder del ex candidato de la izquierda si es más importante para la formación de la democracia es ignorado? La diferencia central entra ambas figuras es que el presidente electo posee un poder legalizado, el cual le fue otorgado por una de las instituciones mexicanas, pero el cual no ha sido legitimado. Si bien es cierto que el carisma sería más importante para la construcción de una democracia, debido a que implicaría el consenso de la mayoría, es ignorado porque no pudo ser legalizado.
¿Y cómo se ha llegado a tal situación? ¿Cómo pudo legitimarse un poder que no está soportado por el consenso? La respuesta es que nuestro sistema político ha caído en el autoritarismo. Sin embargo, si el autoritarismo implica la falta de mecanismos legales para expulsar a una persona del poder, y si bien esto es expresado en el deber-ser, podríamos aseverar que esto en nuestro país no existe este elemento existencial. Esto ha sido una consecuencia de la reforma al código electoral, la cual expresa que para impugnar la elección se necesita comprobar que en el 60% de las casillas existió irregularidad. Ahora el pueblo se encuentra ante un hastío del autoritarismo.
Con esto podemos hacer tangible que el consenso democrático en realidad depende del poder que pueda institucionalizarse a partir de otros grupos y tipos de poder. Este supuesto consenso en realidad genera un conflicto, precisamente porque representa intereses ideológicos diferentes a los de los grupos de oposición. Todo esto ha sido resultado de estímulos antidemocráticos a los que las masas han sido expuestas. Sin embargo podríamos decir que existen destellos de una conciencia política. A pesar de que no se ha des aprehendido la noción de poder, se lucha por una transición, y esto implica un diferente tipo de conciencia. El problema radica en lograr la intensificación de la misma, y desgraciadamente nos encontramos ante una disminución debido a que seguimos siendo objetos y no sujetos constructores de nuestra realidad.
Así sería importante cuestionarse si, ¿vale más un poder legalizado que otros poderes?, ¿si a todos los lideres les importa más un poder legitimado que un poder legalizado?, ¿si el consenso democrático necesariamente conllevara al desarrollo de un conflicto? Lo único que es tangible es el contexto socio-histórico que estamos viviendo, es que nos encontramos ante un alto grado de proyección autoritaria y un juego de poder.