El celular y el gran Mario Benedetti
Una reflexión de Gabriel Duarte entre un poema de Benedetti y el intento de sacar su celular de la taza del baño. ¿Lo logrará?

Una reflexión de Gabriel Duarte entre un poema de Benedetti y el intento de sacar su celular de la taza del baño. ¿Lo logrará?
Por Gabriel Duarte
Ciudad de México, 16 de marzo de 2025 (Neotraba)
Insensatos lectores: antes de dar inicio a nuestro sermón dominical debo comentarles algo: la semana pasada me enfermé. Llegué a pensar que el diagnóstico era grave, de tal suerte que me dirigí al veterinario. Escuchó usted bien, damita, caballero: ve-te-ri-na-rio. Estaba completamente seguro que mínimo tenía moquillo o parvovirus. Como no encontré ninguna clínica veterinaria abierta, me lancé al mecánico. Tenía una tos terrorífica. Daba la impresión de que se me hubiera despedorrado el motor.
Al llegar a ver a mi amigo “El muelas” (ese es el seudónimo de mi mecánico de confianza) noté que estaba muy entretenido componiendo la caja de velocidades de un Chevy Monza y no me pudo atender. Así que, no tuve otro remedio que largarme a ver nuevamente al doctor Simi, con la promesa de que en esta ocasión no me tragaría media farmacia para ver si en quince minutos me sentía mejor.
La última vez que presenté la misma sintomatología me dio por acabarme las cajitas de medicamentos como si fueran caramelos y las consecuencias fueron bastante graves: A) Terminé mega pacheco. B) Me vi orillado a ir con un psiquiatra quien me recetó algunas medicinas para despachequearme. C) Por si no fuera suficiente, debido a mi pendejada, me tuve que fumar seis meses de terapia con mi psicoanalista. D) Todas las anteriores.
Afortunadamente el día de hoy me encuentro mucho mejor, motivo por el cual le suplico, temeraria damita, aguerrido caballero, que abroche su cinturón de seguridad, acomode la mesa de servicio que se encuentra frente a usted y coloque su respaldo en posición vertical que estamos a punto de realizar nuestro despegue.
Como recordarán, en el capítulo anterior, nuestro intrépido héroe se encontraba haciendo una lista de novelas. El objetivo era compartir por este medio algunos de mis libros favoritos. En honor a la verdad pensaba escribir con base en esta idea, pero, en días recientes recordé algo que le sucedió al primo de un amigo, así que, pensé que sería una buena idea contarles lo que le pasó:
Desde siempre me había hecho una pregunta: ¿cómo es que le hacen las personas para tirar su teléfono celular a la taza del baño? Tanta era mi curiosidad que ahora sé cómo hacerlo:
1. Localice el baño de su preferencia.
2. Diríjase al tocador aparentando tener todo bajo control (aunque en realidad vaya sudando como mixiote por la desesperación).
3. Camine con las rodillas juntas formando una “x” con las piernas debido a que el deseo por llegar es casi incontenible.
4. Coloque su teléfono celular en la bolsa de la camisa.
5. Si también desea mojar un libro o alguna otra cosa, busque un baño de esos donde sólo está el mueble y no hay ni dónde poner una colilla de cigarro (en un Vips estaría a toda madre).
6. Coloque el libro o el objeto que se quiera mojar en un pequeño espacio entre la taza y la pared.
7. Flexione la espalda, digamos que hasta llegar a un ángulo de cuarenta y cinco grados.
8. Suba la tapa.
9. Espere a que se caiga la tapa.
10. Vuelva a subir la tapa.
11. Vuelva a esperar a que se caiga la tapa.
12. Repita los pasos 8, 9, 10 y 11 cuantas veces sea necesario, hasta lograr que su estado anímico sea el mismo que el de una hembra de jabalí en plena menstruación.
13. Una vez que se encuentre con el mismo mal humor que seguramente debe tener Elba Esther Gordillo al despertar y ver su cara en el espejo, intente subir la tapa por última vez, jale con fuerza y con un giro sublime y delicado deje que el celular caiga poco a poco y como en cámara lenta frente a su incrédula mirada.
14. Ponga la mejor cara de imbécil que tenga a la mano y ¡listo! Su celular se encuentra al fondo de la taza de baño.
He de confesar que una vez que el teléfono estaba en el retrete pensé en marcar *123, desde mi Telcel sin costo para mí, con la finalidad de que me mandaran a un asesor técnico, pero con lo hábil y observador que soy me di cuenta de inmediato (aceptemos que cuarenta y cinco minutos se pasan volando) que eso era imposible.
Después pensé que podía sacar el celular con una bolsa, no había bolsas. Así que me dio por creer que entre mis curiosidades traería unos guantes quirúrgicos, pero, no traía curiosidades.
Decidí observar mi teléfono por espacio de otros veinte minutos para ver si pasaba algo: no pasó nada.
Resignado, comprendí que no tenía otro remedio, así que me arremangué el puño de la camisa de la mano derecha, cerré los ojos y con la izquierda me tapé la nariz. Me incliné un poco, apunté mi rostro hacia el firmamento y con la mano que tenía libre me rasqué la axila porque no tenía el valor suficiente para tomar el teléfono (¡pinche teléfono!).
Por fortuna había uno de esos objetos que tienen una especie de gorro de hule en la punta y un mango de madera, debo decirles que fue amor a primera vista. Creo que les llaman destapatapas, destapacorchos, destapasuegras, destapatodo, destapabaños, no lo sé, el caso es que caí rendido a sus pies.
Después de este incidente decidí llevármelo a mi casa porque de hoy en adelante le he encontrado un nuevo uso: también es útil para sacar teléfonos celulares del retrete y no diré más.
Por otra parte, debo confesarles que desde hace mucho tenía el deseo de compartir un poema en esta columna. Antes de reescribirlo debo decirles cómo es que lo encontré.
En aquel entonces, contaba con unos treinta y cinco años y había naufragado. No tenía la menor idea de lo que se supone que tendría que hacer con mi existencia. Por lo tanto, decidí empezar de nuevo. Había estudiado algo que no me hacía feliz y me dedicaba a un oficio que tampoco me agradaba del todo. Así que, supuse que lo mejor sería buscar con calma algo que pudiera hacer que mi vida tuviera algún sentido.
Luego de tomar varios cursos vocacionales y de hacer algunos exámenes, llegué a la conclusión de que tendría que dedicarme a algo que tuviera que ver con las letras. Ese asunto de las palabras me resultaba estimulante y me llenaba de curiosidad.
El caso es que me inscribí a una escuela para escritores. Tomé chingos de clases y chingos de cursos. Recuerdo que cierto día nos dejaron escribir un poema. Yo no tenía ni la menor idea de lo que tendría que hacer para lograrlo. No tuve otro remedio que salir corriendo hecho mi pinche madre a comprar un libro de poesía. Así fue como di con Benedetti.
Pasado el tiempo me enteré que no es considerado un poeta mayor, es decir, no es Pablo Neruda, Octavio Paz o T. S. Eliot, pero francamente me da igual. Hurgando entre tanto palabrerío me encontré este poema y creo que el día de hoy, damita, caballero, nos viene de poca madre:
No te salves
No te quedes inmóvil
al borde del camino
no congeles el júbilo
no quieras con desgana
no te salves ahora
ni nunca
no te salves
no te llenes de calma
no reserves del mundo
sólo un rincón tranquilo
no dejes caer los párpados
pesados como juicios
no te quedes sin labios
no te duermas sin sueño
no te pienses sin sangre
no te juzgues sin tiempo
pero si
pese a todo
no puedes evitarlo
y congelas el júbilo
y quieres con desgana
y te salvas ahora
y te llenas de calma
y reservas del mundo
sólo un rincón tranquilo
y dejas caer los párpados
pesados como juicios
y te quedas sin labios
y te duermes sin sueño
y te piensas sin sangre
y te juzgas sin tiempo
y te quedas inmóvil
al borde del camino
y te salvas
entonces
no te quedes conmigo
Cada vez que tengo la ocasión de leer estas líneas, me da por pensar si estaré haciendo que vivir merezca la pena. Si estaré honrando cada día como es debido. Francamente no lo sé, pero creo que el nuevo camino que elegí me viene mejor.
En mi vida de antes nunca tenía problemas de dinero y vivía medianamente bien, pero siempre había un dejo de nostalgia cada vez que me iba a dormir.
Les confieso que hoy no estoy cómodo en lo absoluto y le batallo montones. Incluso escribir estas líneas me llevó toda la semana, pero, me siento en paz, con el deseo de aprender algo nuevo todos los días y con el ánimo de permitir que me sucedan cosas inesperadas. Por piedad: no te quedes inmóvil y al borde del camino. No te salves ahora ni nunca.
En fin, que antes de ponerme cursi y medio mamón mejor me despido. La verdad es que hace mucho calor y ya me dio sed. De esa sed perversa que da comezón en las amígdalas y que destruye matrimonios. Me pienso rifar una torta de cochinita pibil con una cerveza que esté fría como abrazo de suegra. Se me portan bien, no quiero quejas.
Cualquier duda o sugerencia con esta columna que no piensa en salvarse y que le da por tirar el teléfono a la taza del baño, favor de dejarnos sus comentarios, coqueta damita, inigualable caballero.
Gabriel Duarte. Ciudad de México 1972. Es Licenciado en Mercadotecnia por la Universidad Tecnológica de México. Estudió literatura en SOGEM. Está por publicar su primera novela.
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