¿Te gustó? ¡Comparte!

Argentina, 4 de diciembre de 2024 (Neotraba)

Borges y Maradona

Este relato se puede parecer a miles que se cuentan en nuestro país, Argentina, porque Diego Armando Maradona nos habita desde que se lo vio en una cancha de fútbol. En 1986, la selección argentina de fútbol volvió a ser campeona del mundo, allá en México, nación que cobijó a tantos exiliados políticos de la última dictadura militar-cívica-eclesiástica-financiera y genocida que golpeó a la tierra de Spinetta y Piazzolla.

México, país hermano, cálido y lleno de sabores picantes como la picardía que le permitió a Diego afirmar con sonrisa gardeliana: “Fue la mano de Dios”. Usted me dirá: pero, ¿antes de 1986 que pasó? Tiene razón, sucede que uno tiene que hacer un recorte, porque no tenemos la capacidad para escribir con la cualidad total como lo supo hacer Borges en “El Aleph”. Por cierto, Borges y Maradona, dos genios tan en las antípodas uno de otro; sin embargo, en lo suyo disponían de una cualidad superlativa, diferente, distinta, que los hace inigualables al resto de los mortales: una inusual capacidad del insieme, que es la capacidad de ver en conjunto. A Borges no sólo se lo reconoce por su obra magistral, por su construcción y búsqueda del infinito, sino también se lo recuerda por su ingenio para la provocación, por sus respuestas inesperadas. A Maradona no únicamente se le reconoce por su destreza futbolística, sino también por su ironía y por ser un lenguaraz.

Borges y Maradona, los dos genios, estuvieron en La Pampa. Borges lo hizo en tres ocasiones: la primera junto con su padre entre 1921 y 1926, en una segunda visita en 1971 y lo hizo por tercera vez en 1985. Diego Armando Maradona llegó a La Pampa en abril de 1994, vino a prepararse física y espiritualmente junto a Fernando Signorini y don Diego –padre del denominado pelusa–, para luego sumarse a la selección argentina con el objetivo competir en el mundial de Estado Unidos 1994. Sobre esto hablaremos más adelante. Ahora es necesario decir algunas cosas que nos pasan a los provincianos, tan provincianos como aquel Diego que sostenía tener sangre guaraní como su padre don Diego, oriundo de Corrientes.

Fotografía de Jack Hunter a través de Unsplash
Fotografía de Jack Hunter a través de Unsplash
Distancia y lejanías

Escribir para narrar las vivencias que hemos tenido con Maradona, a miles de kilómetros de distancia, es difícil y aún más espinoso es narrar lo que nos ha pasado en el cuerpo, en el corazón, en toda esta vasta geografía donde nos tocó vivir: La Pampa, un viejo mar donde navega el silencio, como lo sostuvo el poeta Ricardo Nervi. Aquí, en estas pampas, en esta Patagonia norte, todo es distancia y lejanías. Cuando chico me tocó vivir los viajes de mi padre al sur de la Patagonia, viajes a lo lejos. Pety Ojeda, mi viejo, manejaba un camión regador de asfalto con el que viajaba y volvía al mes o cada quince días. Cuando cumplí 7 años, él se volvió al pueblo. Ahí empecé a vivir los domingos de cancha. Aquellos días fueron mis primeros nervios y alegrías de gol, de sabor y olor a girasoles que comíamos agarrados al alambrado, pues alentábamos al Deportivo Winifreda, nuestro Club Social y Deportivo. Mi viejo jugaba con la camiseta número 10 o con la 5. De chico, yo soñaba jugar como él.

Crecimos, y a partir de 1986, Maradona fue un extraterrestre para todos nosotros. Maradona, como Borges, son de otra dimensión, algo inexplicable que los mortales necesitamos dar cuenta con miles de firuletes tangueros o misteriosos arreglos milongueros para poder asir, con palabras, ilusoriamente, algo de toda la belleza que ellos crearon. Palabras que no son más que eso, palabras puestas en juego.

Aquí en estas tierras donde el cielo es inmenso, como suele decir Juan Bautista Duizeide, las estrellas son como luciérnagas o bien las luciérnagas son como estrellas. Duizeide es un paisano de aguas marítimas y de ríos, eso nos hermana porque las noches de estrellas en los ríos o en los mares se parecen a nuestro cielo de tierra dentro. Aquí en las pampas del sur, en las noches de luna llena, toda esta inmensidad se parece al fondo del mar. De chicos solíamos jugar a la pelota en los baldíos del pueblo hasta entrada la noche, cuando el grito de nuestras madres nos mandaba a bañarnos porque al otro día había que ir a la escuela. Por estas latitudes todos queríamos ser Maradona, aunque sabíamos que era imposible.

Fotografía de Carmen Laezza a través de Unsplash
Fotografía de Carmen Laezza a través de Unsplash
22 de junio de 1986

Cuando uno es niño siempre sueña con lo imposible y sólo por eso, a veces, lo imposible puede volverse realidad. Así sucedía cada vez que la pelota atravesaba la línea del arco y se estrellaba en el fondo de una red imaginaria, la cual solía estar a 20 metros del arco, esa red eran los pastos punas del baldío donde jugábamos. Todo esto gracias a aquellos goles de Diego Armando Maradona en el mundial de México 1986. ¿Qué goles? Los dos tantos inolvidables a Inglaterra, el 22 de junio de 1986 en el Estadio Azteca. En aquel partido, dentro del túnel de acceso a la cancha, Diego –que ante la prensa había declarado que él de política no hablaba– arengó a todos sus compañeros recordándoles que el país que iban a enfrentar había asesinado a los pibes en la guerra de las Malvinas.

Ese 22 de junio de 1986 cuando el reloj marcaba los 6 minutos del segundo tiempo, Diego convirtió aquel gol mentado para siempre como “La Mano de Dios”. Argentina se imponía 1 a 0 sobre Inglaterra. Maradona siempre fue de tener un salto destacado, sólo que ese día parece que saltó más alto y encima Dios le dio una mano. El segundo gol llegó a los 10 minutos del segundo lapso, ahora Argentina sellaba el 2 a 0. En esta oportunidad no fue Dios el que le dio una mano, por el contrario: a partir de este gol, Diego empezaba a ser visto por el mundo como un genio, un héroe o acaso un Dios. Diego Armando Maradona convertía el mejor gol del siglo xx. Aquel 22 de junio, el partido culminaría 2 a 1. El gol de los ingleses lo hizo Gary Lineker quien dijo tener ganas de aplaudir al ver el segundo gol de Diego. El tiempo volvería amigos a Diego y a Gary.

Fotografía de Milan Hamel a través de Unsplash
Fotografía de Milan Hamel a través de Unsplash
Volver a Fiorito

Todo esto era vivido a miles de kilómetros, en estas inmensas pampas del sur, con estos cielos. El azar quiso que Diego, junto a los suyos, en el otoño de 1994 apreciara la inmensidad de los cielos de este pedacito de mundo, desde este fondo del mar llamado pampa. El azar, ese destino que no manejamos, quiso también que junto a mi maestra Gabriela Simón, charláramos con Fernando Signorini acerca de los días de Diego en La Pampa.La charla con “El Profe” sucedió con toda la distancia que manda la geografía.Quien esto escribe lo hizo desde La Pampa, Gabriela Simón desde su querido San Juan, y Fernando Signorini desde Buenos Aires.

Lejanías que uno intenta acortar con palabras que se encuentran en largas ondulaciones de las llanuras, en los valles de San Juan. En estas tierras, las pausas se sienten de otro modo. Aquí uno puede estar en quietud para pensar, escuchar o sólo estar con el silencio. Quizá, en la charla con Signorini buscamos explicarnos todo lo inexplicable que fue Maradona: “Todo surgió después de los partidos de Argentina contra Australia. A los pocos días, Diego me llamó para que lo acompañe en la preparación física y así llegar bien al Mundial de 1994, pues se había decidido a jugar”, nos compartió Signorini. Y agregó:

–En el primer momento le dije: “¿Otra vez a recorrer el mismo camino? Diego, dejaste el fútbol, pesás como 15 kilos más, tenés tus problemas de adicciones. Diego, volver te traerá más problemas que soluciones”. Entonces, me respondió: “Te llamo en unos días”. Y me llamó. Hablábamos y se cortó la comunicación. Pasaron 2 o 3 días más. Y volvió a plantear lo mismo de un modo más perentorio porque Dalma y Gianinna –sus hijas– lo querían ver en un mundial. La tercera fue la vencida. Quedamos que yo iría a su casa para charlar. Eso fue en los primeros días de abril de 1994.

“Cuando llegué estaban su esposa Claudia, Diego y Marcos Franchi. Empezamos a ver en qué lugares sería mejor entrenar. Se habló de tres sitios: el primero era un potrero cerca de Pilar, que se llama “La Quebrada”, un lugar muy conocido; después había otro potrero: Santa María en Norberto de La Riestra. Y, entonces, le dije: ‘¿Y el tercero?’ Diego me contestó: Un campo que me ofreció un señor que conocimos en las vacaciones en Oriente, allá abajo de Necochea, cuando fuimos con Claudia y las nenas. ¿Y dónde queda!, le pregunté. Diego miró a Claudia y le interrogó: ¿vos te acordás, Clau? Ella expresó: Creo que queda a unos 30 o 40 kilómetros de Santa Rosa, en La Pampa.

“Yo, sin saber otra cosa, le dije: ‘Ese es el lugar porque si querés llegar a donde ya llegaste, tendrás que salir casi del mismo lugar, vas a tener que salir de Fiorito. Necesitaremos la máxima tranquilidad posible, el máximo contacto con la naturaleza, así que ese es el lugar’. Ahí íbamos a pasar la primera etapa de la preparación física de Diego para que llegue de la mejor forma posible al mundial. Eso fue lo que acordamos y eso fue lo que hicimos.

Fotografía de Leonardo Miranda a través de Unsplash
Fotografía de Leonardo Miranda a través de Unsplash
Tras algo casi inalcanzable

Fernando Signorini, don Diego y el resto de los muchachos que componían el equipo de trabajo llegaron un día antes que Diego a La Pampa, según relata el propio Signorini:

–Llegamos a Santa Rosa al atardecer. Fuimos a un supermercado a comprar artículos de limpieza y cosas para la casa de campo. Cuando arribamos nos pusimos a limpiar, se hizo tarde, prendimos la estufa y luego nos fuimos a dormir. Por las noches, a veces la temperatura descendía bajo cero. En la primera noche, me dormí profundamente y, en un momento, siento que me agarran del brazo, yo estaba debajo de las frazadas porque sentía frío y escuché la voz de don Diego quien me dijo: “Profe, ¿un matecito?”, entonces me asomé y vi todo oscuro. Y le pregunté al padre de Maradona: “¿Usted está encargado de despertar a los gallos?” Cuando amaneció, observamos que había caído una helada tremenda, el pasto parecía una pista de esquí… con un increíble cielo azul. No se movía ni una hoja de los árboles.

Fernando Signorini nos ubicó de un modo preciso y cinematográfico sobre la manera en que decidieron venir a La Pampa con Diego Armando Maradona. La intención era salirse de aquel mundo cargado de mil ojos de cámaras que lo miraban a Maradona. Signorini lo pensó y se lo propuso a Maradona para recuperar al Diego de Fiorito, lugar donde nació el astro del fútbol argentino.

El día que Maradona llegó, en el aeropuerto de Santa Rosa hubo alrededor de 500 personas. “El profe” ahí se dio cuenta de algo: sería imposible que los movimientos de Maradona quedaran como un buen secreto entre los propios.

“Llegamos al campo al medio día, don Diego ya nos esperaba con el asado. Maradona cuando arribó, lo primero que hizo fue ir a la habitación: él siempre tenía la necesidad de ver información, mirar televisión, y al prender el televisor observó que no se sintonizaba ningún canal. Casi no había señal, era una bruma la imagen en pantalla. Recuerdo que Diego abrió la ventana y me gritó: ¡Ciego hijo… de qué sé yo cuanto… ¿a dónde me trajiste?, evoca Signorini y continúa su relato:

–Y le contesté a Diego: “A Fiorito te traje”. A partir de ahí, de los más de 4000 días que pasé con Diego, elijo los días que estuvimos en “El Marito”, los días de mayor ternura, y los elijo porque Diego tenía que lograr algo casi inalcanzable por los problemas ya conocidos. Fueron días muy lindos por la intimidad en que pudimos estar.

Vení Raquel de Los Auténticos Decadentes

Tomar mate y mirar la puesta del sol

Fernando Signorini nos deja saber todo lo que recuerda de los días de Diego en La Pampa.

–Otra forma muy divertida de preparar a Diego es que lo hice responsable de despertar a todos. Le dije: “El deseo de jugar el mundial es tuyo, así que hazte responsable”. Diego tenía el despertador conectado a su equipo de música, así que estábamos dormidos en un gran silencio, en medio del desierto, y de pronto se escuchaba, a todo volumen, la canción “Vení Raquel”, de Los Auténticos Decadentes. Así amanecíamos con una sonrisa gracias a Diego. Fueron 10 días extraordinarios. Esto quedó en la memoria de todos nosotros y las imágenes que se televisaron recorrieron el mundo y pusieron a La Pampa, y a “El Marito”, en un foco universal. Para Diego esos días fueron mágicos.

Fernando Signorini no para de narrarnos escenas propias de un cuento de Osvaldo Soriano, postales de aquellos maravillosos días en La Pampa. Al consultarlo sobre la importancia de la naturaleza en la preparación física y espiritual de Maradona, el entrenador de atletas nos comparte otra anécdota.

–Guardo contacto íntimo con la naturaleza, esto por la necesidad de tener conciencia de la estatura que tenemos frente al cosmos. Recuerdo que en ese lugar había una especie de pasillo que coincidía directamente con la puesta del sol, cosa que es muy raro porque en La Pampa si no existe monte, hay entonces un rancho, una casa, un molino, algo que te impide ver limpio el horizonte. Y en ese sitio lo podíamos mirar bien. Todas las tardes nos sentábamos a tomar mates, en absoluto silencio, a ver la puesta del sol hasta que desapareciera. Eran momentos de mucha introspección, eso buscaba: que Diego se metiera dentro suyo para volver y recuperar ese pasado que había sido tan rico de vivencias.

Fotografía de Juan Pablo Mascanfroni a través de Unsplash
Fotografía de Juan Pablo Mascanfroni a través de Unsplash
La mirada y un gesto

“Recuerdo un día que fuimos a la escuela de El Jagüel, eso fue muy lindo, la pasamos muy bien. Cuando partimos fue melancólico por ver ese paisaje, una soledad inmensa. Ya en viaje vemos una camioneta de cazadores en medio de esa soledad, frenamos en una esquina y escuchamos que, desde la camioneta, uno gritó: ‘Diego ¿sos vos o estoy borracho?’ Y Diego le respondió: ‘Las dos cosas, soy yo y estás borracho’. Aquel hombre se trataba de un futbolista, amigo de Diego. Fue increíble, impensado que se encontraran en medio de esa llanura pampeana”, comparte Fernando Signorini al final de la charla para Neotraba.

Nos quedan muchas cosas por compartir de Diego en nuestra Pampa, Patagonia Norte de este inmenso Sur, sólo que las páginas de Neotraba no son inmensas como estas pampas. Apelaremos, finalmente, a algunas escenas más de aquellos días cinematográficos de Diego, Signorini, don Diego, y La Pampa. Ante la pregunta por la idea de que don Diego los acompañase en La Pampa, Signorini nos narró:

–Cuando yo veía que había cosas que realmente eran importantes, siempre lo incluía a don Diego y Diego, por supuesto, estaba de acuerdo. El padre era como un árbol añoso, como un ñandubay. Tenía ese tipo de sabiduría. Una vez, discutiendo con Diego, le dije: “¿Quién te crees que sos Maradona? Maradona son las arrugas en las manos, la cara de tu papá y de tu mamá, eso es Maradona”. Teníamos una relación de tanto afecto y de tanto respeto. Don Diego no hablaba; lo decía todo con la mirada y un gesto. Tenía un poder de síntesis.

Diego Armando Maradona fue hijo de un viejo árbol, que bien podría haber sido el Álamo Carolina de Chacabuco, árbol del que nos habló el escritor Haroldo Conti. Esa sabiduría de árbol que poseía don Diego, el papá de nuestro 10. Un escritor y titiritero pampeano, llamado Aldo Umazano, nos contó que cierta vez, en un pueblo de La Pampa, un ex combatiente de Malvinas logró curarse de los tormentos de la guerra después de escuchar y ver los goles de Maradona a los ingleses, esas anotaciones hechas aquel 22 de junio de 1986; pero esa historia la contamos otro día.

Los días de Diego en La Pampa fueron de atardeceres, de ternuras y picardías propias de la niñez, esa niñez que Daniel Moyano llamó patria.


¿Te gustó? ¡Comparte!