Del Pozo
Carlos Fraga une la memoria regional y el relato fantástico en un cuento deudor de las historias mineras. Con este cuento obtuvo Mención Honorífica en el Primer Concurso Regional de Cuento de Cafebrería Ítaca.
Carlos Fraga une la memoria regional y el relato fantástico en un cuento deudor de las historias mineras. Con este cuento obtuvo Mención Honorífica en el Primer Concurso Regional de Cuento de Cafebrería Ítaca.
Por Carlos E. Fraga Luna
Cerritos, San Luis Potosí, 5 de agosto de 2023 [00:10 GMT-6] (Neotraba)
Carlos Fraga (Cerritos, San Luis Potosí, 1987) une la memoria regional y el relato fantástico en un cuento deudor de las historias mineras. Fraga estudió Arquitectura con una especialidad en Diseño en San Luis Potosí, donde nació su gusto por los relatos. Reside en Cerritos (San Luis Potosí) y trabaja para empresas de construcción en la disciplina de instalaciones, así como proyectos propios de diseño. “Del pozo” obtuvo Mención Honorífica en el Primer Concurso Regional de Cuento de Cafebrería Ítaca, que se organizó para difundir y premiar relatos escritos en la Zona Media de San Luis Potosí. El jurado fue integrado por Elma Correa, Gabriela Nájera y Óscar Alarcón. Siguiendo las bases del concurso, los textos ganadores son publicados en Neotraba.
La onda de calor en la localidad causó estragos en sus campos y sus cosechas. La sequía se acentuaba cada vez más y provocaba erosión en las tierras; cerca de la casa grande, el pozo mayor, que daba agua a todos, se comenzó a secar.
–Pancho, Pancho, ¿ya viste? Sólo salió lodo del pozo, tenemos que desazolvar, tráete la carrucha y las cuerdas para entrar.
–Ya voy, José, le voy a avisar al patrón para que nos preste un caballo y nos ayude a salir.
–Corre, antes de que no lo alcances. Esta tarde dijo que saldría para la capital a buscar a un ingeniero para hacer otro pozo.
Pancho corrió hasta las caballerizas donde ya se estaba alistando para salir el patrón.
–Don Jesús, perdone usted, pero necesito que me preste la llave del taller para sacar las carruchas y las cuerdas, vamos a limpiar el pozo que sólo sale puro lodo.
–Espera, Pancho, las cuerdas son muy cortas y la carrucha está rota del eje. Se van a quedar atrapados si se llega a romper.
–No importa, patrón, lo haremos con cuidado y usaremos a la mula para que nos jale en caso de que se rompa la carrucha. Présteme la llave, ya la gente está esperando para hacer la limpieza.
–Toma, Pancho, cuando termines se la entregas a la señora, pero antes alzas todas las cosas que saques y limpias el zaguán. En la noche que llegue espero que sí me acompañe el ingeniero con su gente para hacer el nuevo pozo.
Así, Pancho se echó a correr para llevar las cosas a José, que ya estaba montado con desesperación en el brocal de piedra negra, de esa que trajeron del monte, a las faldas de lo que fuera un volcán.
–Toma, José, amarra la pala y el pico para que los bajes y después te amarras tú por la cintura, no te me vallas a descuadra cunado bajes– le dijo en tono de burla Pancho, mientras a su alrededor se comenzaron a juntar las mujeres y algunos hombres que ya eran viejos para ir al campo, pero no para cuidar y ayudar con las cosas de las casas.
Los murmullos comenzaron:
–Tengan cuidado, no le vaiga a salir la culebra blanca, esa que flamea las caras con el brillo de sus ojos…
–Cuentos de viejas chismosas –dijo José mientras dejaba caer poco a poco las herramientas.
La cuerda llegó a su fin en las manos de José y aun no tocaban el lodoso fondo del pozo.
–Trae más cuerda, faltan como otros 6 metros para que llegue al fondo y pos yo menos voy a llegar.
Pancho volteó a ver a la mulita que sólo tenia un pequeño lazo en el fuste de la montura que le pusieron a modo de burla. Eran como 4 metros, pero con eso la librarían para bajar las cosas en lo que traían otras los demás. Con unos nudos unieron las puntas de las cuerdas. Pancho ató a José a la cuerda y con ayuda de la mulita y los escalones en la pared del pozo fueron bajando poco a poco.
Llegó el medio día. El sol estaba en el punto más alto y alumbrada todo el interior del pozo. José, en el interior, estaba a punto de tener una insolación, pero algo lo alentó: en la última palada de lodo que puso en la cubetita de lata, comenzó a brotar agua de nuevo, un fino hilo que brillaba con la luz. Esto lo hizo tirarse sobre ella y tratar de sorberla con sus labios secos y quemados por el sol.
–¿Tas bien, José? Ya no te escucho –le gritó Pancho, preocupado porque ya no se escuchaba la pala sacar lodo. –Aquí está tu mujer, te trae un guaje con lo que queda de agua para ti.
Desde dentro del pozo se escuchó un grito:
–Tómensela ustedes, ya encontré el agua, está aquí, ya casi sale, unas paladas más y ya está listo, ta refresca…
Al escuchar esto, una sonrisa iluminó el rostro de Pancho y él volteó gritando alegre:
–¡Ya salió el agua, ya mi compadre la tiene!
Toda la gente a su alrededor comenzó a festejar y gritar.
–¡Ya viene el agua, ya viene el agua!
José, con todo su esmero y casi a punto de caer rendido, se animó de nuevo con el barullo que se oía arriba, tomó la pala y levantó el lodo cada vez más húmedo, hasta que un golpe de la pala lo desconcentró. Se escuchó como si le hubiera pegado un pedazo de metal. Pensó en la vieja cubeta que se había caído hace mucho, tomó el pico y comenzó a dar alrededor de donde percibió el primer golpe.
Cada caída de la punta del pico sacaba más humedad y poco a poco comenzó a sentirse ese bochorno, ese olor a tierra mojada que le empapaba la nariz. Con todas sus fuerzas, dio un fuerte golpe con el que rompería la que pensó como la vieja cubeta.
Se escuchó un estruendo, seguido de un pequeño temblor que sacudió todo el pueblo. La mulita afuera rebuznó asustada y salió corriendo entre la multitud que miraba con espanto cómo se sacudía la tierra a su alrededor. El agua brotó bruscamente. José sólo pudo abrazarse de la cuerda con la esperanza de que lo jalaran. Pancho se levantó asustado y descontrolado por el movimiento, ayudó a levantarse a la esposa de José y corrió detrás de la mulita. Algunas personas corrieron asustadas y otras vieron cómo la presión del agua hacía que Jose saliera por la boca del pozo como si brotara de éste.
Cuando José cayó afuera, la presión del agua aumentó formando una fuente que bañó todo el lugar. Las personas se asombraron y vieron con emoción cómo el agua llenaba la pequeña plazoleta donde se repartía el líquido. Pronto las señoras abrieron sus jarros y cántaros para guardar el agua, los niños llegaron a saltar y jugar en los charcos que se hacían en las jardineras.
Jose miró asustado a su esposa, pues pensó que ya no la vería nunca más. Ella sonrió y lo abrazó mientras voltearon a ver cómo Pancho se peleaba con la mulita para que se regresara al pozo.
–Pancho, deja esa mula y hábleles a los demás peones que vengan a ayudar a guardar el agua.
Pancho rio y soltó las riendas de la mulita y gritó a los demás que llevaran al pozo todo lo que tuvieran para guardar agua: jarrones, floreros, tinas, ollas. Ya esa tarde, el nivel del agua se regulaba en el pozo. El espejo de agua se veía casi al ras del brocal, la cubetita flotaba bamboleando por el agua que aún parecía brotar.
El padre, junto con algunos feligreses del lugar, inició una misa y una pequeña quermés para agradecer el milagro del agua, que ya tenía meses sin bien llegar a su lugar. Entre el festejo y las comidas, llegó el patrón con don Leonardo, el ingeniero al que había encomendado la búsqueda para hacer un nuevo pozo.
–¿Pos éstos qué se traen, por qué tanto alarde? ¿Qué ya ganó mi general? –comento Jesús mientras veía cómo todos estaban riendo, comiendo, tomando e incluso algunos bailando.
–No es nada malo, mi patrón, sólo que aquellos muchachos mitoteros encontraron agua dentro del pozo viejo y salió como a reventar. El pobre de José casi chupa faros haciendo esa excavación –exclamó uno de los viejos que estaba más próximo a Jesús.
–Así que el pozo sólo necesitaba ser excavado, y yo trayendo al ingeniero para que nos dijera donde hacer el nuevo pozo. ¿Cómo ve esta operación, Don Leonardo?
–Es posible que dieran con otra capa del manto y encontrara un pequeño cauce –respondió Don Leonardo.
–No se apure, Don Leonardo, dígales a sus muchachos que bajen su equipo y se queden esta noche a cenar aquí, ya mañana veremos cómo está eso del pozo y pos de una vez nos dice que hacemos otro y el tanque que nos hace falta– le comentó Jesús mientras tomaba una botella de licor. Le dio un trago fuerte y gritó que se salvó la tierra.
Esa noche mientras que algunos dormían y otros bebían, se escuchó de nuevo un rugido, un fuerte y gran rugido que venía desde debajo de la tierra. A los borrachitos se les pasó la borrachera, los animales se asustaron e intentaron huir de sus establos y caballerizas, los perros del lugar salieron corriendo y de ellos no se volvió a escuchar.
Los niños se despertaron de golpe entre un llanto y su madre corrió a ver que estuvieran bien. El patrón salió armado y dando disparos al aire maldiciendo a cualquier ser que lo hubiera despertado con semejante ruido. Poco a poco con las lámparas de aceite, carburo y uno que otro con su antorcha, fueron saliendo al jardín a ver que había sido eso.
El padre ya se encontraba orando en el atrio del templo pidiendo por las almas pecadoras que ahí se encontraban. En ese momento, llegó Jesús a ver el tumulto. Todos voltearon a ver al pozo, desde donde un borrachito tras el susto les gritó:
–Don Jesús, Don Jesús, ¡el agua ya no está, se vació el pozo!
La gente incrédula se acercó y lo comprobó. El pozo estaba seco como si nunca hubiera tenido agua.
–Traigan a Don Leonardo y sus muchachos a que revisen esto que parece obra del diablo –gritó Jesús.
La gente aún temerosa llegó con Don Leonardo y los dos muchachos que le acompañaban acarreando su equipo para buscar agua. Asombrado, el ingeniero vio cómo el pozo estaba seco y parecería que en años nunca tuvo agua. Sacó una cinta y la dejó caer con la esperanza de que el agua la humedeciera y decir que sólo había bajado el nivel.
–No hay agua, esto parece que se evaporó o se la tragó, quizás el manto freático se fue más bajo –mencionó Leonardo a los pobladores.
–¿Y si bajamos de nuevo a José, él ya sabe de eso y cómo sacar de nuevo el agua? –gritaron entre la muchedumbre.
–¡Tan locos si creen que de nuevo voy a bajar, por poco dejo viuda a mi esposita y huérfanos a mis ocho chiquillos, todo por hacer esas cosas!
–Calma, calma, por eso venimos preparados. Yo bajaré con uno de mis muchachos –dijo Don Leonardo.
Lentamente armaron su equipo, pusieron las poleas y trajeron a uno de los caballos del patrón, el más fuerte que tenía por si acaso se necesitaba sacarlos de ahí de un solo tirón. Don Leonardo se puso su casco con su mechero de carburo para ver el interior, su muchacho llevaba una lámpara de petróleo para ver alrededor.
–Ya estamos en el fondo y no se ve nada, no hay ni lodo aquí abajo, Don Jesús.
–¿Pos para dónde se fue el agua? Rásqueles a las piedras como hizo mi muchacho –les gritó Jesus.
–No se ve nada, esto está muy seco. Súbannos, el día de mañana buscaré dónde hacer otro pozo.
Así pasaron la noche asustados y de nuevo sin agua. A la mañana siguiente, el padre en su misa matutina acusó a las personas de malos feligreses, por eso se había acabado el agua, estaban recibiendo un castigo divino por no ser buenos cristianos. Algunos se molestaron por sus acusaciones y otros se dedicaron a orar con mayor fervor.
Saliendo de misa, varios buscaron a la gente de Don Leonardo que ya se encontraban trazando el nuevo lugar del pozo.
–No se apure, don Jesús, el agua va y viene, con este nuevo pozo tendrá de nuevo para regar las tierras y darle comida a todas estas gentes.
–Me preocupa más dónde quedó el agua y por qué ya no sale, parece que estuviéramos malditos –dijo Jesús a regañadientes.
Unos días después, ya estaban por terminar de excavar y poner los anillos del pozo cuando la gente salió corriendo a buscar a Don Jesús a la casa grande. El patrón estaba a punto de mandar una carta al ingeniero para avisar que el pozo ya estaba listo y lo invitaba a su inauguración.
–Patrón, patrón, ya salió el agua, ya se ve bien clarita, y fresca, venga a ver.
Al oír esto, Jesús se apresuró a terminar la invitación y le dio la carta al mensajero que tenía enfrente.
–Corre, déjala al cartero antes de que se vaya, esperemos que mañana llegue el ingeniero para festejar –le dijo al muchacho encargado de la correspondencia.
Jesús salió corriendo a ver el pozo nuevo. Estaba a la otra orilla del pueblo, más lejos de lo que ellos esperaban, y del pozo viejo sólo dejaron una rejilla en su brocal para evitar que alguien cayera.
Esa tarde, comenzaron los preparativos para la inauguración del pozo al día siguiente. Sacaron cubetadas para guardar y preparar la comida. El espejo de agua se veía con facilidad con la luz de la luna que iluminaba esa noche. La gente no dejaba de acomodar mesas y se escuchaba el ruido de los músicos locales ensayando las canciones. De pronto, una vez más el rugido se escuchó, sólo que esta vez fue más intenso. La gente se asustó y gritó, y de nuevo el pozo nuevo se secó. Poco a poco, con temor, La gente se aproximó a ver.
–¡Castigo divino por sus pecados! –gritó el padre, mientras todos atónitos miraban cómo las piedras del brocal comenzaron a irse dentro de éste. El rugido se escuchó una vez más y fue creciendo y creciendo hasta hacer temblar la tierra, tan fuerte y tan arrasador que todo se fue a su interior. La casa grande, los establos, las casas de los peones y la pequeña capilla de piedra se fueron dentro de ese brocal que poco a poco crecía y ahogaba los gritos de las personas en su interior. De pronto, la oscuridad reinó. En silencio, la luna comenzó a iluminar con sus pálidos rayos que atravesaban las cortinas de tierra y humo que poco a poco se calmaban.
–Don Leonardo, Don Leonardo, despierte ya llegamos, pero no hay nada, ésta fue la dirección que le dieron.
–Sí, esa vez vine de noche, pero si recuerdo que pasamos esos montes hasta llegar a un valle.
–Pues de valle no tiene nada, más bien laguna, diría yo.
Asombrado, Don Leonardo mira a su alrededor y ve cómo todo está cubierto de agua. Lo que era aquel pueblito con su haciendita parece que arregló su problema de agua: un inmenso socavón que se inundó por el manto freático, un pueblo hecho cementerio arrasado por la misma naturaleza.
–Creo que ya no hay nada que hacer aquí, demos parte a las autoridades y avisemos para que pongan una cruz y descansen estas pobres almas –dijo Don Leonardo a sus acompañantes, quienes subieron de nuevo al coche para regresar a la capital.