Por Óscar Alarcón
Esta columna nació a partir de la lectura del libro: El Silencio me Despertó (Almaqui Editores, colección Bajel de Sueños, México, 2011) de Eusebio Ruvalcaba (Guadalajara, Jalisco, 1951).
Desde que leí Un Hilito de Sangre, sentí que Ruvalcaba era un autor que narra con vitalidad, que no se anda con medias tintas y que es un provocador. A veces siento que narra con testosterona, materia que le hace falta a muchos escritores y periodistas hoy en día. Es un hombre cabal, y también es una rata en toda la extensión de la palabra. No lo tomen a mal, a él le gusta esta comparación.
El Silencio me Despertó, es la reunión de artículos publicados por Eusebio Ruvalcaba durante 10 años: de 1995 a 2005. A esto se le llama el oficio del escritor.
Los artículos que nos presenta Ruvalcaba son aproximaciones a la poesía, la música, a los libros y por supuesto a las mujeres, ¿se puede pedir más en un libro? Eusebio nos platica de los poemas que más le sorprenden en ese momento, y nos habla de lo que más disfruta de la vida: tomar una botella de vino —desde hace mucho que Eusebio no puede tomar ron, es diabético—, tomar pulque en jicaritas en un expendio clandestino dentro de una vecindad, ver cómo se descompone el cadáver de una rata, sabotear las presentaciones de libros, escuchar música y vivir para sus hijos. Las dos últimas actividades, creo, son las más significativas para Ruvalcaba.
A diferencia de esta columna, las de Ruvalcaba están plagadas de referencias musicales. Así nos podemos encontrar con los infaltables pero llenos de calidad: Beethoven, Mozart, Brahms, Shostakovich e ir escuchando lo que Eusebio sin querer nos recomienda: Jascha Heifez, Kurt Cobain, Claudio Arrau, Hermilio Hernández, Joaquín Malats.
Como lector, uno se siente agradecido porque el libro esté repleto de referencias musicales; pero como escritor —lo digo a título personal— a uno le entra envidia de la buena por ver la cantidad de autores que Eusebio ha leído: Carlos Reyes Ávila, René Roquet, Víctor Ronquillo, César Franck, Miguel Ángel Leal Menchaca, Flora Calderón, Jorge Octavio Martínez. Música, poesía, alcohol y mujeres, una vez más.
Hay dos figuras importantes que recorren el libro: la de sus padres. Y es que Higinio Ruvalcaba, gran maestro violinista, parece ser una pesada lápida en la vida de Eusebio. ¿Cómo alejarse de la sombra de un padre talentoso? Aceptando la monstruosidad de aquél, y dedicándose a otra cosa para no competir, pues se sabe de antemano que en la carrera se perderá ante el genio del progenitor, por ello a Ruvalcaba no le queda más que dedicarse a escribir. La figura del padre es tan grande que Ruvalcaba reflexiona sobre qué es lo que hubiese pasado si en Pedro Páramo, en vez de ir a buscar al padre, hubiese ido a buscar a la madre. La historia sería diferente, nos dice.
Carmela Castillo Betancourt es el nombre de la madre de Eusebio Ruvalcaba, quien aparentemente no recibe un peso específico dentro del libro: se menciona un par de ocasiones y casi no hay referencias significativas que nos dibujen su personalidad. Sin embargo, el texto que cierra el libro pondera la figura de la madre como ese rostro oculto que siempre se encuentra en toda actividad a realizar. En una carta dirigida a Higino, Carmela le dice: “El no verme no será un sufrimiento, pero más adelante la vida te irá enseñando cosas que te harán comprender mis sentimientos, lo que seguramente ahora tomas como falta de cariño. Esperarás algún motivo o explicación para que yo no quiera verte ni hablar contigo, pues bien, el único motivo eres tú mismo”, sentencia condenatoria. Pero al final del día, ¿acaso no son así todas las madres mexicanas? ¿Y todas las mujeres?
Las anécdotas van más allá de estas consideraciones sobre la música y la literatura. Y escoge bien, pues los artículos son visiones que desmenuzan en dos patadas y de manera elegante a todo el que pretende blofear con la literatura, la música y… las mujeres.
En El Silencio me Despertó, aparecen varios personajes que le ponen sabor al libro, como crónicas urbanas en las que aparece Pedro Infante, quien le da un beso al pequeño Eusebio. O la mujer X que tanto atormenta al autor. O la mujer que cae en las mentiras de Eusebio y cree que él es hijo de Luis Spota, y va más allá: hace que le firme un libro como el hijo del autor de La Carcajada del Gato, y entonces su rúbrica aparece como Eusebio Spota.
Aparecen y aparecen reflexiones sobre temas que me interesan y con los cuales concuerdo con Eusebio, como lo que señala sobre algunas aburridas presentaciones de libros, ¿uno se puede imaginar a Dostoievski presentando Crimen y Castigo?, y en otras me he unido a las invitaciones que hace: “¿Alguien se puede sumar a mi campaña prodespilfarro? Gracias”, después de leer que no ahorra agua, que siente una inmensa dicha no cerrarle a la llave mientras se baña; o desperdiciar hojas de papel en blanco, sólo por el hecho de gozar ver cómo se arruga el papel.
Hacía mucho tiempo que un libro no me hacía llorar, no sólo por lo que el autor dice, sino al momento de cerrarlo. Maestro Eusebio, ha cumplido usted con su cometido.