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Ciudad de México, 10 de enero de 2025 (Neotraba)

Todas las fotografías aparecen por cortesía de Sergio Núñez

Es normal que los libreros de viejo hablemos entre nosotros sobre las piezas adquiridas y en ocasiones divulgar el precio en que se vendieron, es una reafirmación de lo que se puede adquirir, de lo que se sabe y de demostrar el poder de convencimiento con los clientes, pero nadie declara en cómo se consiguen esas piezas, ni en cuanto se compran. He decidido declarar abiertamente algunas ocasiones en que nos hemos beneficiado de los dueños de excelentes bibliotecas, lo que nos ha ayudado a crecer en el negocio del libro viejo en México:

  1. Hace unos años en la colonia Del Valle acudimos a un departamento de un señor maduro, de unas cinco décadas de edad que acostumbraba mudarse cada dos o tres años y vender la mayoría de sus libros, una práctica un poco excéntrica, al entrar vimos unos libreros chaparritos con tomos de editoriales reconocidas, de Acantilado, Anagrama, Ábada, Cátedra, Impedimenta, Siruela, etc. casi todo de literatura y ensayos filosóficos, obviamente no mostramos ninguna emoción al entrar, conducta clave en la adquisición de bibliotecas, pero el dueño nos dijo que esos libros no eran, ¡vale madre!, pensamos, nos pasó a un cuarto donde tenía unas setenta cajas grandes de libros, seguramente es la cháchara, volvimos a pensar. Nuestra sorpresa fue enorme al ver que los libros en las cajas eran mejores que los de los pequeños libreros, títulos de Baudelaire, Canneti, Eliot, Dostoievski, Kadaré, Borges, Faulkner, Rushdie, Brecht, etc., es decir, un canon del buen gusto literario, todo en impecables condiciones. Fue un momento difícil, ¿cómo valuar tres mil libros seleccionados por un lector que sabe el valor de lo invertido?, reiteramos nuestro pensamiento interno con un ¡no mames!, revisamos someramente algunas cajas y minutos después le pedimos al señor que nos permitiera meditarlo. Mi socio y yo nos miramos y nos preguntamos cuánto teníamos en el banco, sólo juntábamos quince mil pesos, la biblioteca la valoramos en ciento cincuenta mil pesos como mínimo, pero con cien mil en la mesa tal vez aceptaría, por lo que decidimos que si pedía ochenta mil le diríamos que sesenta mil, finalmente quedamos en ofrecer cuarenta y cinco mil e ir negociando, siempre y cuando no nos corriera a patadas del lugar. Frente al dueño de tremenda colección mi socio estaba a punto de soltar la propuesta, cuando lo paré y le pregunté directamente al propietario: ¿usted cuánto desea?, a lo que él respondió: disculpen, pero sí voy a pedir mucho, lo siento, pero sé cuánto vale este tesoro, ¿listos?, quiero quince mil pesos mil pesos. Mi socio y yo, por dentro estábamos brincando de emoción, dando volteretas en el aire, gritando ¡a huevo!, por fuera hacíamos muecas de desaprobación, finalmente aceptamos. Preparamos la camioneta y dimos dos viajes con el material que mantendría la librería un par de meses.
    Fotografía de Sergio Núñez
    Fotografía de Sergio Núñez

    2. De las primeras bibliotecas que adquirimos, hace como 11 años, en el Pedregal de San Ángel nos ofrecieron una biblioteca de más de dos mil ejemplares, mientras la revisamos veíamos pura cháchara, término que ocupamos en el gremio para denominar a los libros de poca valía, pero noté un título peculiar, la primera edición de Muerte sin fin de José Gorostiza, lo tomé sin llamar la atención y noté que estaba firmado por el autor, ¿saben lo difícil que es hallar un libro firmado por el poeta mexicano?, la consigna de la poseedora de la biblioteca era llevarse todo y no escoger, ofrecimos dos mil pesos por todo argumentando que no valía la pena tanto esfuerzo por la poca ganancia, obviamente no aceptó pero nos pidió que le recomendáramos a un librero serio que llevara años en el negocio, normalmente la gente se imagina al librero de viejo como a un hombre maduro, de barba que le explicará la importancia del lote y hará anotaciones prudentes del contenido y de cómo el escritor vivió, etc. En esos momentos se nos ocurrió darle el número del mejor librero del país, un hombre especializado en grandes obras, con el conocimiento y el capital necesario para ofrecer lo justo por la colección. El mejor librero del país en realidad era nuestro trabajador, un hombre maduro, bohemio, dado a la buena plática, de carácter histriónico y un poco desalineado, por lo que le explicamos el plan y lo tuneamos: le compramos un bonito traje, lo llevamos al peluquero y le buscamos un bello sombrero Panamá, a los dos días acudió a ver la biblioteca, lo llevamos casi a la puerta, lo hizo perfecto: señora. ¿para esto me llama, para esto me hizo venir? He perdido mi tiempo, esta biblioteca no vale ni dos mil pesos y sinceramente no merece mi esfuerzo, si alguien se atreve a adquirirla debería aceptar de inmediato, me retiro. Seguíamos afuera del domicilio cuando a los diez minutos nos marcó la dueña aceptando la oferta, al siguiente día recogimos la biblioteca, la venta de esa pieza clave en la historia de la poesía mexicana en México nos dio diez veces la inversión y tuvimos 2,999 libros más para negociar y hacer crecer la empresa.

    Fotografía de Sergio Núñez
    Fotografía de Sergio Núñez

    3. Hace unos diez años con la intención de comprar un lote de libros visitamos, en Chimalistac, a una amiga y vecina de Elenita Poniatowska, esto lo sabemos porque fue el tema de conversación en todo momento. Revisando los libros que tenía apilados en el piso de un angosto pasillo, observamos, tesis, copias, periódicos, libros escolares y uno que otro título de ínfimo valor, estábamos a nada de dar las gracias y retirarnos con las manos vacías cuando apareció, debajo de una pila de revistas Quien, un ejemplar bellamente encuadernado en piel, era una primera edición del Premio Nobel chileno, Pablo Neruda dedicado a la autora de La Noche de Tlatelolco escrito con la característica tinta verde, de alguna vez que se encontraron en un avión. Ofertamos por el lote escondiendo el libro entre periódicos, ofertamos poco y la señora fue dura en el trato, finalmente dimos mil quinientos pesos. Fuimos directamente al centro de reciclaje a vender todo, excepto la pieza que ahora reposa en uno de los estantes de un coleccionista estadounidense.

    Fotografía de Sergio Núñez
    Fotografía de Sergio Núñez

      Después de lo dicho, debo aclarar que han sido momentos afortunados después de más de doce años de adquirir bibliotecas diariamente, poco más de seis mil domicilios visitados, donde siempre se llega a un acuerdo de ambas partes, unas desfavorables y otras en las que la suerte nos sonríe.


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