Por José Luis Dávila.
Es un disco de transición. De cambios drásticos pero acompasados al pulso del que emanan. Y, debe ser dicho, precisamente emanan de aquél que lo escucha.
Emanan de la necesidad de decir y creer en lo dicho, de ver el entorno y vivirlo, de avanzar entre los lugares comunes para llegar –no, esa no es la palabra adecuada–, para alcanzar –esa es mejor–, algún grado de conciencia respecto al mundo que nos aplasta con todas sus contrariedades e ideales de supermercado, que las personas consumen como si de comprarlos dependiera su vida.
Esa conciencia es individual, es única, es, más que conciencia, un punto de vista crítico, es una articulación desde nuestro propio lugar, desde el origen que es nuestra percepción.
Pero, a veces, para llegar al origen hay que dejar un poco de nosotros en cada paso, y así ir caminando, dejando todo contrapeso atrás, en otras palabras, morir un poco.
Finalmente, es un disco de Serj Tankian que lleva a la muerte del sí en el título: Harakiri. Una muerte ritual por propia mano. Una autoinmolación de todo lo construido que revela, por medio de la caída, una forma más brillante de la vida en un paisaje de ruinas.