Por José Luis Dávila
Caminar bajo la tarde nublada después del trabajo, y seguir el mismo rumbo un día tras otro, y otro, sin sentirlo pesado, sin decir que es rutina o monotonía. Eso he hecho últimamente: caminar y pensar, y sentir que los pasos que doy tienen un sentido más allá del mero hecho de trasladarse. Aunque de trasladarme, me traslado. Voy de un sitio a otro, como cualquiera, y en el camino me da tiempo para reflexionar lo que no se puede cuando se está inmóvil.
El camino es, pues, un aliciente para el cansancio de lo inerte. El camino es una forma de sentir que la vida se mueve. Pensemos que el camino es una alegoría de la construcción de la comunicación. El camino es tantas cosas. También es el nombre del más reciente disco de The Black Keys. El séptimo, para ser preciso.
El pasado fin de semana, como cada fin de semana desde hace algunos meses, salí temprano de mi casa para alcanzar el autobús que me llevaría a Chalco para estar, por unas horas, con mi novia. Suelo escuchar música y leer un poco para hacer que el trayecto sea más cómodo, sin embargo, esta vez no pude. Cerré el libro. Dejé que el reproductor siguiera. Vi hacia la ventana y de pronto me descubrí escuchando Lonely Boy, Little Black Submarines (que, debe ser mencionado, tiene una estructura similar a Stairway To Heaven), Stop Stop, Dead and gone. Me sorprendí escuchando El Camino mientras iba observando el camino.
Cada una de las canciones que conforman el álbum despiertan la sensación de un viaje, precisamente, por tierra, en la carretera, ya sea con el viento contra la cara, ya sea, como yo, tras la ventana del autobús, esperando, con el paisaje, el momento del arribo en tanto pasan por la mente ideas que sólo pueden gestadas bajo la música de The Black Keys.
Música hecha expresamente, al menos en este disco, para disfrutar del recorrido entre el punto A y el punto B, para que la carretera deje de ser un no-lugar y empiece por contagiarse del sonido de la guitarra y la batería que dan vida al asfalto y a las ruedas que por él transitan.
En fin, que El Camino es como el camino. Tiene curvas, tramos rectos, baches que hacen dar saltos, señalamientos que indican cómo continuar, y, ante todo, un tráfico de sonidos que por las casetas intentan pasar a la vez, lográndolo, llegando todos juntos hasta nuestros oídos, a nuestros sentidos, que es a donde todas las carreteras se dirigen, a donde termina su recorrido toda la música.