Cambio de residencia
La casa quedó vacía, en las habitaciones se escucha un eco que se convierte en taquicardia, ¿qué nos falta por aprender?
La casa quedó vacía, en las habitaciones se escucha un eco que se convierte en taquicardia, ¿qué nos falta por aprender?
Por Gaby Bandala
Puebla, México, 19 de abril de 2023 [00:02 GMT-6] (Neotraba)
Madre, ya no estés triste, la primavera volverá,
Madre, con la palabra libertad
Silvio Rodríguez.
Ocurre que a veces uno da por obvias a algunas personas con las que compartimos la vida, pensamos que sus días –inevitablemente– van a confluir con los nuestros, entonces, se normaliza la cotidianidad.
Nos sentimos muy seguros de nuestros vínculos y dejamos de apreciar el tiempo que pasamos con ellos. En el trajín de la vida diaria, comenzamos a prescindir de los “buenos días” o de los besos al despedirse, la comida se convierte sólo en un trámite de la tarde y las miradas que nos siguen de un lado a otro de la casa preguntando “cómo nos fue”, se convierten en un mueble más.
Este es el preámbulo de una despedida a gran escala. Lo sé. Es la intuición que, como si fuera un mosquito molesto en la madrugada, se acerca a mi corazón con su zumbido, y aquella cachetada que busca cesarlo, se convierte en una compleja disertación sobre el desapego. Ya estoy harta de las complejas disertaciones: shut down a mis pensamientos, silencio total en mi interior, un momento de desconexión, una tregua… eso necesito.
La casa quedó vacía, en las habitaciones se escucha un eco que se convierte en taquicardia, de los espejos y de los cuadros quedaron sólo tornillos en las paredes. Me doy cuenta de que nuestro hogar son las personas que amamos. Las habitaciones amarillas, ante la ausencia, parecen haber llorado: el polvo se nota más, las telarañas parecen laberintos en cada esquina, la luz de marzo que se filtra por las ventanas es más tenue.
Tu perro, tu gato y tu perico te extrañan, má.
Ale, la niña heredera de tus amaneceres y que agotará los temores de nuestro linaje, sueña contigo. De repente, se nos va una hora de la tarde recordando alguna anécdota.
Pensé que me habías enseñado todo lo posible, todo lo que sabes. Supuse –desde mi soberbia– que mi juicio sobre los nuevos tiempos era mejor que el tuyo. ¡Qué error!, aún faltaba que me dieras una lección más. Pensé que, ante tu lejanía, algo ajeno a mí me salvaría, pero en esta vorágine, en este naufragio quedé sólo yo, en la nada de mí, y desde tu ausencia, ahora sé que yo decido. Esa es la gran enseñanza.