Bufé de calavera
¿Se te voló tu casa de campaña en el Zócalo de la CDMX? Si la respuesta es sí, estas calaveritas de Edgard Cardoza Bravo son para ti.
¿Se te voló tu casa de campaña en el Zócalo de la CDMX? Si la respuesta es sí, estas calaveritas de Edgard Cardoza Bravo son para ti.
Edgard Cardoza Bravo
Ciudad de México, 01 de noviembre de 2020 [03:28 GMT-5] (Neotraba)
Adoradores espurios del virus ensalivado, vicarios del rocanrol (cuyo hábito de pandemia rezuma de tanto alcohol), secuaces de Lilly Téllez, devotos de don Porfirio que quijotean sus leyes en la Mancha curulera, aquí está su mera mera (con su pilastrón de barro y la punzante guadaña), huesuda que a nadie engaña, pelona, fría y occisa, habilitando un changarro de tráfico de ceniza. Y si les entra la punta (en el meollo de la prisa) por debatir la cuestión, sépanse que ésta presunta calavera sin panteón responderá sus preguntas con una interrogación.
“Voy a hablarles, compañeros,
de las mujeres de el Cuá…”
-Carlos Mejía Godoy
(basado en un poema de Ernesto Cardenal)
Voy a hablarles obitueros, esquelistas y demás, de unos ángeles sublimes que cobran por orinar, del destino amenazado por un decreto oficial que eliminó las prebendas de la clase intelectual. De la crónica postrera ya casi a punto de ser que durmióse en el camastro de la página de ayer. Del cineasta horripilado, de la danza del danzón y de la esfera quebrada a un tris de su ‘instalación’. ¿Qué será de tanto bardo? ¿De tanto genio obcecado acabado de morir? ¿De tanta música ignota justo en la prístina nota que ya no podrá surgir? ¿Qué será del empresario del numen sanguinolento que si hubiera Margarita le hubiera vendido el cuento? ¿Qué será del editor y su cálculo inaudito cuyo cúmulo hacedor acaba de quedar frito? ¿De la verdad qué será, a cargo de aquel falsario que entrelazó el calendario con las ganas de mamar? Nadie hubiera imaginado que esos seres tan profundos (que flotan cuando se vienen y vuelan cuando se van) de pronto se hayan apeado al amanecer del mundo y ahora surquen los prados cual caballos desbecados: “piden pan y no les dan, los maderos de san Juan”.
Con el fruncido entrecejo y trastos antivampiro, ahí vienen los conacultos con la muerte en un suspiro: el ajo de siete insultos, seis proyectiles de plata, el vórtice en un espejo, la ponzoña de una estaca, un gótico crucifijo surgido del entresijo de ese quiosco peatonal y sobre todo el conjuro anotado en un misal: Abrakadabra la cuenta, —petiso patas de cabra—, que amparado en tu palabra y esos bártulos de hacienda en tu fisgonear occiso mataste el fideicomiso.
A todos los draculeros que gustan de los chupetes les marco con este fuete que debe prender el diablo, y a través de mis viñetas sangronas y deploradas los invito a un sortilegio bajo la luna apagada. El cielo de los poetas está más lleno de nubes, apostillas y escaletas, que tienen mejor que ver con egos vilipendiados que con fantasmas llorones presentes en las películas. Ya los quisiera encontrar, amantes de lo conspicuo, con un colmillo enterrado allí donde se hace cola el cutis de lo ridículo. Saludo con nuestro Stoker, este macabro incisivo y una estocada cursienta, a la tribu cenicienta de los poetas marchantes, que empeñan su calavera por una cuña trapera, media cesta de limones, “una pura y dos con sal”. Es vana la estratagema —nones de todos los pares, vampis del reino animal— de pandearse ante la estaca para lamer el puñal.
Para Pablo, con afecto y respeto. Es juego, amigo.
Este hijo de Calatraca, poco pelo, pata flaca, (carga en su oscura conciencia los modos de la calaca) no entiende la diferencia entre Porfirio Cadena, la novela, la novena, la función o la ficción, e hipotecó la rondana por una publicación. Así que se autopublica dándoselas de jodón, y enseguida el hocicón con su imitación postrera de un manual de la canica se siente Milan Kundera, Marías o el Pokemón. Sus argumentos son sabios a más consideración: el Borges es un pendejo por compartir paisanaje con el tal Leonardo Fabio, los hímenes y Jiménez son de la misma porfía porque se juntan a veces en la mala ortografía: y otros tantos relatos de este terrible jabato, mártir de san Garabato y su bula de sandeces. Ahora sí, ya me despido en suerte de llevo prisa. Ahí les dejo el esqueleto de un escribiente ramplón que jugando el Beto-beto al estilo televisa anduvo echando candela sobándosela al patrón, empeñando la camisa, llorando sobre el renglón, como fámula insumisa de alguna telenovela.
Miren a la Gilbertona, vestida con la cotona pestífera de Azrael (no el arcángel de la muerte sino el micifuz sin suerte del brujastro Gargamel), contaminando el celaje con su frenética piel de pájaro sin plumaje que pasa haciéndose maje con su boca de drenaje en su motín de papel. Allá va la Gilbertona (líder del trompo con maña) y sus casas de patraña volando sobre el paisaje de la plaza de Babel.
Soy la muerte y te concito desde ésta toma frontal: así seas el puto pito del poema decimal, si no te filmas leyendo o ejerciendo el texto oral, aunque silbes escupiendo tú no eres intelectual. [La cámara está encendida. Circunspecto tu semblante. A lo lejos un estante con flores de siempreviva que demuestre la exclusiva pertinencia del instante. En un ángulo preciso los libros de algún donante. Estratégico el talante, tu mirada de granito. En tu voz ya se divisa la cola del infinito.]